CARY Y LA MÁQUINA DE COSER. Historia y vicisitudes de una empresaria exitosa en Cuba

Caridad Luisa Limonta Ewen empresaria de la costura
Caridad Luisa Limonta Ewen empresaria de la costura

Era el año 2005 cuando Caridad Luisa Limonta Ewen –Cary para todos- decidió trabajar en forma independiente fundando una empresa textil, PROCLE (Productora Comercializadora Luisa Ewen). El gobierno cubano acababa de ampliar los tipos de trabajo autónomo, primer tímido paso hacia una mayor liberalización de las actividades económicas en la isla del Caribe. Ésta es la historia de un éxito empresarial, cuyo verdadero punto de partida en realidad es la participación de Cary en el taller “Cuba emprende”, iniciativa de la Iglesia Católica pensada para las personas que desean comenzar a trabajar de manera independiente. Cary empezó entonces como pequeña productora textil y hoy ha llegado a contar entre sus clientes a empresas, restoranes, hoteles y casas de ropa blanca. Pudo también mejorar su tecnología gracias a la colaboración con el proyecto “Modarte” que lleva adelante un amigo diseñador. Pero para comprender cómo pudo llegar Cary hasta aquí, hay que retroceder un poco más en el tiempo y repasar el tortuoso camino de su vida en un país tan especial como Cuba.

Antes de PROCLE cursó estudios de ingeniería económica en Kiev, la antigua Unión Soviética, trabajó como especialista en recursos humanos en el Ministerio de Industria liviana y llegó a ocupar el cargo de viceministro.

La vida de Cary fue una sucesión de éxitos laborales y de dificultades en el plano personal. Un gran deseo de maternidad continuamente frustrado por una serie de abortos espontáneos hasta que finalmente llegó el hijo tan deseado. Era el año 1991 y Cary estaba a cargo de Recursos humanos de la Unión de Confecciones Textiles de Cuba.

El nacimiento del hijo produjo el primer gran cambio. “Quería estar más cerca de él, y pedí que me trasladaran a Regla o Guanabacoa. Tomé una decisión que a muchos les pareció una locura. Dejé las confecciones y asumí la jefatura de planta en la fábrica de artículos de aluminio Novalum”. Era un momento difícil para Cuba. En 1994 se vivía la “época de las balsas” y los “balseros” pagaban hasta cien dólares por un pedacito de aluminio para construir rompeolas para embarcaciones improvisadas. “Tuve que hacer frente a esa situación –recuerda Cary-. Me horrorizaba solo de  pensar en el riesgo que corrían esas personas que se lanzaban al mar, por eso les insistía a los trabajadores para que no propiciaran ningún robo”. Y lo logró: los mismos operarios reconocen que tiene una capacidad de persuación extraordinaria.

El trabajo produce sus frutos y ese mismo 1994 fue nombrada directora de la fábrica por el Ministerio. Años de mala gestión y de robos habían reducido la empresa a un estado deplorable. Sin embargo, “gracias al deseo de algunas personas”, dice con modestia, “conseguimos sacarla adelante”. Ya en el primer año la imagen de la empresa cambió radicalmente. A partir de ese momento Cary se transformó en un punto de referencia y un ejemplo y llegó incluso a ser nombrada miembro del Comité provincial del Partido en calidad de presidente de la comisión económica. Después pasó a dirigir la empresa de confecciones Puntex y al mismo tiempo era gerente general de la empresa de importación y exportación Texpun. Parece que ya nada podría frenar su carrera. Cinco años después es nombrada viceministro de Industria Ligera.

A los 47 años Cary está en la cumbre de su carrera laboral. Pero como ocurre muchas veces, la vida tiene vueltas imprevistas. Primero se enferma y muere su madre. Al mismo tiempo ha aumentado el estrés y la presión en el trabajo y le diagnostican una grave arritmia que hace necesario colocar un marcapasos. Pocos días después de la operación vuelve al trabajo y parece que lo peor ha quedado atrás. Pero contrae una endocarditis bacteriana y se ve obligada a someterse a una segunda operación sumamente riesgosa. “Los médicos dicen que el 97 por ciento de los pacientes no sobreviven a esta enfermedad. Agradezco a Dios estar dentro del 3 por ciento restante”. Permanece internada en el hospital desde mayo hasta agosto. En diciembre vuelve a trabajar como asesora del Ministro de Industria Ligera. Pero el trabajo siempre es mucho, demasiado. Un día se siente mal y decide dejarlo. “Comprendí que lo estaba haciendo por mi propia fuerza de voluntad, pero existía una fuerza superior que no solo me había permitido vivir sino que quería que siguiera viviendo”, cuenta.

Aquí comienza la segunda etapa de la historia. Ella misma asegura que en aquel momento comenzó una nueva vida. “Mi marido pensaba que me había vuelto loca. Un día me llamaron por teléfono, me pidieron la computadora, el auto y el celular, y los entregué con alegría y serenidad. Pensé: Son cosas materiales que entran y salen, pero la vida es una y debo vivirla plenamente”. Considera que la operación y la cicatriz que le ha quedado es “una evidencia clara de lo que Dios me había hecho transitar para cambiar”. Recuerda el ejemplo de su madre y su fuerza, recuerda la máquina de coser que su madre le había regalado cuando volvió de Kiev. Y así empieza a arreglar y adaptar ropa. Las amigas la ayudan, otras costureras le dan consejos. Otros amigos, que siempre la habían visto trabajar duramente, le regalan tres máquinas de coser: “Cada día cosía mejor”, cuenta. Empieza a invertir en telas. Apunta a prendas populares y telas como lycra, muy apreciada en Cuba. “Mis creaciones siempre estuvieron orientadas hacia el alto consumo, con un precio mucho más económico, facilidades de pago y cierta exclusividad”. Pasan tres años fructíferos pero después aumenta la competencia en La Habana: decide expandirse hacia la región oriental de la isla, a Houlguín y Guantánamo. Cary insiste en que cumplía con todas las obligaciones legales: “Tenía mi licencia de modisto-sastre, cumplía con el fisco y hacía mi declaración jurada”.

Pero llega un nuevo tropiezo. Necesita otra operación al corazón y poco después su marido sufre un infarto. Cary deja de trabajar para atenderlo.

En esta época fue cuando le hablaron del taller “Cuba emprende”. “Al principio asistí con escepticismo”, cuenta. Por otra parte, algunas cosas como contabilidad, finanzas y ventas ya le eran familiares por sus trabajos de gerenciamiento. Sin embargo la manera de enfocar el taller, orientado a la persona, la conquista.

Estamos en 2010. El primero de agosto el presidente Raúl Castro anuncia la decisión de ampliar el ejercicio del trabajo por cuenta propia, eliminar las prohibiciones vigentes para conceder nuevas licencias, comercializar algunos productos y flexibilizar la contratación de la mano de obra en determinadas actividades. Cary capta al vuelo la nueva oportunidad. Comprende que, si su proyecto es válido, su hijo puede darle continuidad. Sabe que está creando las bases de un patrimonio que puede perdurar en el tiempo.

Es una nueva etapa. Pero también las normas, por más sensatas que sean, deben tener en cuenta la realidad. Cary explica: “No sé si es la lay o las lecturas o interpretaciones que de ella se hacen lo que obstaculiza el éxito de muchos negocios. Yo siento que el decreto del trabajo por cuenta propia busca autosostenernos por nuestra propia autogestión, pero en la práctica no se viabiliza este propósito”.  Lamenta la falta crónica de mercados para adquirir la materia prima, lo que trae como consecuencia la difusión del robo: “Es importante que yo tenga un lugar donde comprar mis tejidos, a un precio que me permita crear y comercializar después mis productos a los cubanos a precios justos para ellos”. Cary destaca que se trata de un problema generalizado en todos los niveles y recuerda que en 1981 en las empresas textiles no robaban y se exportaba a países como Canadá.

El camino que todavía queda es largo. Hace años que falta en la isla una verdadera cultura empresaria y por lo tanto es necesario informar y preparar al emprendedor para que sea un buen trabajador independiente. Conceptos como impuestos y fisco han pasado a ser casi completamente extraños para los cubanos.

A pesar de todo, Cary está a favor del nuevo modelo. Afirma que un tipo de industria basado en fábricas de ensamblaje un día podría tener futuro en Cuba, pero todavía los tiempos no están maduros. “En la esencia de los lineamientos está el deseo de que el cubano mejore su calidad de vida, yo  lo creo. También estoy segura de que este modelo impulsa la iniciativa individual que lleva implícito creatividad, originalidad, riesgo, competitividad…”.

Cary piensa en grande “En caso de que crezca la demanda y abunde materia prima, podríamos contratar los servicios de otras costureras que quieran sumarse al proyecto desde su propia casa y con su propia máquina de coser; siempre y cuando ellas sepan que yo les voy a cumplir con sus honorarios de pago y saquen su licencia de modista sastre o de trabajadora contratada”. Y termina diciendo: “Me gusta crear en Cuba, aunque quisiera hacerlo con más tranquilidad”.

(Información tomada de “El ir y venir de una empresaria cubana” en Palabra Nueva, La Habana, febrero de 2014) 

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