GUERRA Y PERDÓN. La Iglesia colombiana acompaña a las víctimas del conflicto a la mesa de negociaciones en Cuba

La delegación de las víctimas en las negociaciones de La Habana
La delegación de las víctimas en las negociaciones de La Habana

Ha ocurrido algo histórico en Cuba y es justo suspender por un momento el flujo de información que nos inunda para considerarlo. Es algo que en otros escenarios de conflicto o de post conflicto, incluso en América Latina, todavía no ha ocurrido en la dimensión necesaria para cicatrizar las heridas. Una delegación de víctimas de la larga guerra que se peleó en Colombia –y paradójicamente todavía se pelea- se ha incorporado a las delegaciones del gobierno y de la guerrilla que desde hace un año se sientan alrededor de una mesa en Cuba para elaborar un acuerdo de paz que ponga definitivamente fin a medio siglo de luchas cruentas. Un momento esperado y temido, un momento necesario y cuyos resultados pueden al mismo tiempo ser tomados como modelo para otros en el futuro.

En medio del silencio general, ante la mirada expectante de los presentes, el propio jefe de la delegación de las FARC, Iván Márquez, se acercó a Constanza Turbay y le estrechó la mano, acompañando el gesto con palabras que no pudieron escucharse, pero que la mujer resumió poco después. “Márquez se acercó con sentimientos de sinceridad y me pidió perdón. No fue un perdón mecánico, fue un perdón de corazón. Dijo que fue una equivocación lo que pasó con mi familia y que contara con que se esclarecería la verdad”.

La familia de Constanza Turbay -quien sufiró siete operaciones en el cuello debido un tumor- fue exterminada el 29 de diciembre de 2000 por un comando de las FARC cuando se trasladaba al aeropuerto de la provincia de Caquetá. Sobre el asfalto fueron acribillados su madre, Inés, su hermano Diego, conocido político del Partido Liberal y miembro de la Comisión de paz de la Cámara, un amigo de la familia, Jaime Peña, tres hombres de la escolta y el conductor. Un caso Moro a trece mil kilómetros de distancia, que al igual que el asesinato del político italiano produjo un fortísimo impacto en la sociedad colombiana.

Comenzó así la última y más difícil fase de las negociaciones, después de los acuerdos ya alcanzados sobre la reforma agraria, la cuestión de la tierra, la participación en política de los guerrilleros que renuncian  a la violencia y la lucha contra el narcotráfico. Con un gesto imprevisto y al mismo tiempo deseado, que Constanza Turbay dijo haber esperado durante 19 años.

En el mismo momento que en La Habana se miraban a los ojos víctimas y verdugos, en Bogotá tenía lugar un Congreso que contó con la presencia del arzobispo de Viena, Christoph Schönborn, y otro cardenal, el colombiano Rubén Salazar Gómez comenzó su ponencia declarando que “Colombia es capaz de misericordia”. Probablemente todavía no sabía lo que acababa de ocurrir en Cuba, o quizás confiaba en la calidad humana de las víctimas que había colaborado para elegir como representantes. Pero de todos modos no hay nada automático en lo que ocurrió, nada que se pudiera dar por descontado, nada que fuera fácil. Sin embargo, en Colombia todos tienen muy claro que solo la misericordia puede hacer que la justicia también sea verdadera.

La delegación que se unió a los veteranos negociadores en Cuba está formada por cinco víctimas de las FARC, cuatro del Estado, dos de los paramilitares y una de otros grupos armados. Un muestrario de historias trágicas, de inaudita violencia. Como la de Ángela María Giraldo, hermana de Francisco Javier Giraldo, político secuestrado en abril de 2002 y asesinado en 2007 junto con otros prisioneros, o la de Yaneth Bautista, hermana de un miembro del movimiento guerrillero M-19 que después de haber sido disuelto fue raptado y asesinado por militares que actuaban por cuenta propia. Marina Bernal vio como raptaban y asesinaban a su hijo de veintisiete años y también en ese caso eran militares corruptos. Nelly González, madre del teniente Alfonso Rodríguez, asesinado por las FARC, admitió que había llegado a la isla “con miedo, con angustia, con zozobra por encontrarnos frente a nuestros victimarios”. Pero después reconoció que había sido escuchada con mucho respeto; con palabras precisas dijo que lo que habían vivido fue “el primer momento en que se pudo tocar quizás las fibras del ser humano”.

A ellos se sumarán otros 60 delegados en los próximos días, en representación de 6,7 millones de víctimas registradas como tales.

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