BERGOGLIO Y LOS HIJOS ROBADOS POR LA DICTADURA. La presidente de las Abuelas de Plaza de Mayo se reunirá el miércoles con el Papa. La acompaña el nieto que acaba de recuperar

Estela Barnes de Carlotto con su nieto Ignacio Guido Montoya
Estela Barnes de Carlotto con su nieto Ignacio Guido Montoya

Estela Barnes de Carlotto, la histórica presidente de las Abuelas de Plaza de Mayo se prepara para viajar a Roma por invitación del Papa Francisco. Llegará a Italia el viernes por la mañana y esa misma tarde se llevará a cabo el encuentro en Santa Marta. La acompañará el nieto que acaba de recuperar, Ignacio Guido Montoya, junto con otros varios miembros de la familia. “Somos unos dieciocho Carlotto los que vamos, invitados por el Papa, así que se haga cargo…”, dijo bromeando Carlotto, según informa en Buenos Aires el diario Página 12.

Este será un viaje distinto a los anteriores. En abril de 2013, Estela de Carlotto volvió de Roma reclamando en voz alta una colaboración más activa de la Iglesia argentina en el esfuerzo para recuperar a los hijos robados por la dictadura; y para que quedara bien claro que no eran solo palabras, pidió que se facilitaran las copias de las actas de bautismo de los niños que habían recibido el sacramento entre 1976 y 1983 en las capillas de la zona de San Miguel y Bella Vista, donde se presume que pudieron haber sido entregados algunos de los nietos que buscan. El “cuente conmigo” del Papa en esa oportunidad abrió las puertas en Buenos Aires. Pocos días después las famosas abuelas fueron recibidas por el Presidente de la Conferencia Episcopal, José María Arancedo, quien confirmó el compromiso de la Iglesia y les entregó una copia del documento de la Asamblea plenaria de 2012, donde los prelados argentinos se refieren a la necesidad de “un estudio más completo de esos acontecimientos, a fin de seguir buscando la verdad”.

Pero el viaje también es distinto porque la campaña para encontrar los nietos desaparecidos ya no es la obstinada y solitaria batalla de un grupo de irreductibles mujeres al que muchas veces se miraba con sospecha y conmiseración. Han ocurrido algunos hechos, como el caso de Guido Ignacio Montoya, por ejemplo, recuperado después de 36 años el pasado mes de agosto. En 36 años se ha restituido la identidad a 114 personas. Eran 105 en julio de 2012, 9 más en dos años y entre ellas Ana Libertad, que también es nieta de otro nombre histórico de las Abuelas, Alicia “Licha” de la Cuadra, la primera presidente y una de las fundadoras.

Todavía queda mucho trabajo por delante. Todavía faltan 400 nietos. Pero la sensibilidad está a flor de piel. Una prueba es el spot publicitario que desde hace días se emite en los canales públicos y privados de televisión, donde un benévolo mons. Arancedo flanqueado por dos abuelas de Plaza de Mayo, la presidente Estela de Carlotto y la vice Rosa Roisinblit, invita a sus compatriotas, sobre todo a los católicos, a proporcionar a las autoridades todas las informaciones que pudieran tener por conocimiento directo o indirecto sobre el lugar donde viven “niños robados” o sobre “lugares de sepultura clandestina” de los que murieron o nunca fueron identificados. “Moralmente obligados” recalca el primer presidente de los obispos argentinos de la era Francisco, quien sucedió al mismo Bergoglio el 8 de noviembre de 2011 y  está a punto de concluir su mandato. Precisamente en estos días, entre el 10 y el 15 de noviembre, el plenario de los obispos argentinos renovará toda su dirigencia.

El spot televisivo inaugura una campaña con un título contundente, que no tiene precedentes en la historia del país desde el día que la dictadura cayó en pedazos, hace 32 años: “La fe mueve hacia la verdad”.

Más comprometida, aunque menos publicitada, es la participación del número dos de los obispos argentinos, Jorge Lozano, presidente de la Comisión Episcopal de Pastoral Social. Monseñor Lozano no solo pide hablar, salir del anonimato en el que se está encerrado, tal vez incluso por el buen nombre de la Iglesia, sino que a ello une el reconocimiento de que en todos estos años hubo “una red de silencio y de complicidad” a la cual la Iglesia no fue extraña, una red de silencio “formada por vecinos, parientes adoptivos, pediatras, sacerdotes, religiosas” que “erróneamente” han creído que “es mejor que no conozcan su verdadera identidad”.

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