APRENDER A LLORAR. Carta de un argentino desde Guatemala, el día que se conmemoran los derechos humanos. Y el recuerdo del obispò Gerardi, asesinado en 1998

Gerardi con gente de su comunidad
Gerardi con gente de su comunidad

Desde que las escuché, nunca más pude olvidar las palabras del Papa Francisco cuando lincharon a David Moreira, un ladronzuelo de dieciocho años que sorprendieron robando en un barrio de Rosario: “Lo peor que nos puede pasar es olvidarnos de la escena”, dijo, y suplicó al Señor que nos dé “la Gracia de poder llorar”. Son palabras que ya como Arzobispo de Buenos Aires repetía a menudo de diversas maneras, pero asociándolas siempre a la misma reflexión: hacer memoria y aprender a convivir con ese Dolor. Allí donde hay heridas que no van a cerrar nunca.

Estas palabras las tengo muy presentes sobre todo en este momento, en Guatemala donde me encuentro y el día que se  conmemoran los Derechos Humanos. Puedo ver que no hay persona que no haya recordado a Monseñor Gerardi, el obispo asesinado dos días después de haber presentado el informe “Guatemala, Nunca Más”. Cuatro tomos sobre la violencia cometida durante los 36 años que duró el gobierno militar en el país. Ahora el informe forma parte del Proyecto interdiocesano de recuperación de la memoria histórica de la Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado de Guatemala, cuyo objetivo principal es hacer conocer la verdad y conservar la memoria de esta historia para aprender de ella. Para eso –y vuelvo a las palabras del Papa- es imprescindible asumir y hacer propio el dolor.

Hacer memoria nos permite ordenar y poner en palabras la historia. Y en clave de memoria podemos leer de dónde venimos y hacia dónde queremos ir como comunidad. Qué tipo de comunidad queremos ser. Por ejemplo, en qué lugar queremos colocar a la persona, qué valor le damos a su vida.

La historia se debe hacer acto en el presente. Nos tiene que ayudar a pensar, a releer las claves de la actualidad. Es lo que nos permite el anclaje de las decisiones que tomamos hoy. ¿A qué le gritaría hoy Gerardi “¡nunca más!”? Vivimos en una sociedad que maquilla las heridas, no las cura, y las anestesia con un flujo continuo de noticias. Rápidamente nos hace pasar de una cosa a otra sin espacio para hacer un verdadera duelo. Somos bomberos de la angustia, de la tristeza, del sufrimiento. Cambiamos el “¿Cómo estás?” por el “¿Todo bien?”. No permanecemos en el dolor, en la tensión. No somos capaces de hacerle frente.

Y de esa forma naturalizamos todo tipo de violencia. Pensemos en cualquier injusticia a la que asistimos todos los días. Personas que no tienen agua potable, que no tienen lo suficiente para comer, que no tienen vivienda, que no tienen trabajo o lo tienen y son explotados. Pienso en los abuelos abandonados, en las mujeres obligadas a prostituirse, en los que sufren el flagelo de la droga, en las personas que están solas. “No podemos vivir tranquilos mientras haya niños que mueren de hambre y ancianos sin asistencia médica” nos grita el Papa Francisco. Derechos Humanos vulnerados que nos tienen que doler. Nos tienen que movilizar. No podemos ser indiferentes. Hay que terminar con esta sociedad del confort que nos va aislando del mundo, de los otros. Hay que volver a poner a la persona humana en primer lugar.

Necesitamos ser una comunidad que asuma el dolor y sane las heridas de los otros. Dándole lugar al que no lo tiene. Necesitamos aprender a llorar, a acoger el dolor transformándolo en sabiduría, en fecundidad. Por eso, lo peor que nos puede pasar es olvidarnos de la escena. No hacer memoria.

 

*Vicedirector del Programa Hogar de Cristo. Villa 21-24 y N.H.T Zavaleta de Barracas, Buenos Aires, Argentina

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