ESE HILO ROJO QUE UNE MÉXICO Y EL SALVADOR. Nada se sabe todavía sobre el homicidio del cardenal Posadas Ocampo. Asesinado en Guadalajara hace 22 años el mismo día de la fiesta de Romero

Estacionamiento del aeropuerto de Guadalajara, México, 24 de mayo de 1993
Estacionamiento del aeropuerto de Guadalajara, México, 24 de mayo de 1993
Hace 22 años, el 24 de mayo de 1993, el cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo, arzobispo de Guadalajara, se encontraba en su automóvil en el estacionamiento del Aeropuerto de la ciudad cuando fue acribillado con 14 proyectiles de ametralladora, empuñada por alquien que sigue siendo completamente desconocido. A pesar del tiempo transcurrido y varias investigaciones sobre el crimen, los autores y posibles mandantes, todavía no hay una certeza jurídica irrefutable. Es más, las polémicas y controversias nunca terminaron. Y ayer, 24 horas después de la beatificación de mons. Romero, obispo y mártir, aunque en forma callada mucha gente se unió en la oración para recordar a este sacerdote, seguramente asesinado por sus severas condenas contra el narcotráfico.
El cardenal Posadas Ocampo murió en su auto mientras esperaba que llegara el Nuncio apostólico Girolamo Prigione. Mons. Prigione fue nombrado en 1978 Delegado apostólico en México y en 1992, cuando se establecieron relaciones diplomáticas con la Santa Sede, asumió el cargo de Nuncio. Y precisamente mons. Prigione  tuvo un rol involuntario en los trágicos acontecimientos que ocurrieron años después, porque el 21 de junio de 1970 consagró obispo al salvadoreño Óscar Romero, hoy beato de la Iglesia Católica, mártir y custodio de la fe.
En el momento de su muerte, el cardenal Posadas Ocampo tenía 67 años y era también Vicepresidente del CELAM. Nacido en Salvatierra el 10 de noviembre de 1926, Pablo VI lo nombró obispo de Tijuana el 21 de marzo de 1970 y posteriormente Juan Pablo II lo transfirió a la diócesis de Cuernavaca el 28 de diciembre de 1982. Algunos años después el Papa polaco lo nombró arzobispo de Guadalajara (15 de mayo de 1987). Por último Juan Pablo II lo creó cardenal en el Concistorio del 28 de junio de 1991. El cardenal Posadas Ocampo gozaba de un enorme prestigio dentro y fuera de la Iglesia en la región latinoamericana, y muchos consideraban que era un probable candidato para ser arzobispo de la arquidiócesis de Ciudad de México, una de las más importantes del continente americano.
Inmediatamente después del homicidio se plantearon dos hipótesis sobre las causas del crimen, que a dos décadas de distancia siguen vigentes: una, avalada por mons. Prigione (la misma que sostuvo la Policía, el entonces Procurador general de la República Jorge Carpizo y el gobierno del presidente Salinas de Gortari) considera que se trató de un accidente porque el purpurado quedó ocasionalmente atrapado en medio de un mortífero enfrentamiento entre bandas de narcotraficantes. En pocas palabras, Posadas Ocampo estaba en el lugar equivocado en el momento equivocado, o fue víctima de una confusión de persona (debido a sus rasgos físicos, altura y corpulencia, semejantes a un conocido narcotraficante). La Procuraduría General de la República mejicana abonó la tesis del enfrentamiento entre narcos afirmando que los hechos habían ocurrido mientras una banda trataba de matar al jefe rival, llamado el “Chapo” Guzmán.
La otra hipótesis, sotenida por otros cardenales, numerosos obispos, amigos de la víctima, la mayor parte de la prensa local e internacional, y las autoridades del Estado de Jalisco, afirmaba abiertamente el crimen deliberado, con el propósito de eliminar un pastor que en numerosas oportunidades había condenado la industria de la droga y los carteles de la coca. Muchos consideraban que el cardenal Posadas Ocampo, cuyo nombre incorporó Juan Pablo II a la larga lista de mártires del siglo XX, fue víctima de dos mandantes del crimen organizado mexicano: Juan Francisco Murillo Díaz, llamado “El Güero Jaibo” y Edgar Nicolás Villegas, llamado “El Negro”, miembros del Cartel de Tijuana, que querían “ajustarle” cuentas a “un cura que no sabía cerrar la boca”. En los últimos años ocurrieron algunos hechos nuevos de considerable importancia. El cardenal Norberto Rivera, arzobispo de Ciudad de México, declaró en 2002: “Puedo confirmar que todo el episcopado ha votado por unanimidad una petición al gobierno para reabrir el caso, porque todavía quedan muchas dudas serias sobre la muerte del cardenal. Personalmente creo que hubo un complot, que se trató de un homicidio intencional y que hay muchos aspectos que nunca se aclararon”. Por otra parte, el 24 de mayo de 1999 la Procuraduría general y el nuevo Procurador, junto con el Estado de Jalisco y los obispos mexicanos, confirmaron lo que siempre habían dicho: el cardenal no fue víctima de ningún enfrentamiento o de una confusión de persona. Posadas Ocampo fue acribillado cuando estaba de pie junto a su automóvil, bien visible y reconocible.
Posadas Ocampo es el tercer obispo que murió violentamente en los últimos 90 años. El primero, en 1923, fue el español Juan Soldevilla y Romer (Fuentelapeña, 20 de octubre de 1843 – Zaragoza, 4 de junio de 1923), asesinado por el grupo anárquico “Los Solidarios de Francisco Ascaso y Buenaventura Durruti”. El segundo fue Emile Biayenda (Mpangala, 1927 – Brazzaville, 23 de marzo de 1977), cardenal de la República del Congo, arzobispo de Brazzaville. Lo mataron la noche entre el 22 y el 23 de marzo de 1977 a los 50 años, durante los desórdenes que se produjeron en el Congo tras el asesinato del presidente Ngouabi.
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