TODA AMÉRICA LATINA ESTÁ EN EL MÉXICO DE FRANCISCO. Norte, Centro, Sur y Caribe representados en las situaciones que encontrará durante el viaje que está a punto de comenzar

Via Crucis
Via Crucis

El viaje del Papa Francisco a México para visitar las comunidades eclesiales y el pueblo de tres distintas regiones del país (centro, sur y norte) es una especie de viaje a lo más profundo del corazón y del alma de toda América Latina, desde el Río Grande hasta la Patagonia. Es verdad que el Santo Padre ya visitó cinco países de la región (Brasil, Ecuador, Bolivia, Paraguay y Cuba) pero también es cierto que esta XII peregrinación apostólica internacional constituye un concreto y sólido paradigma de toda la región (Norteamérica, América Central, Caribe-Antillas y Sudamérica). En seis días el Papa verá desfilar ante sus ojos las principales situaciones de todos los pueblos latinoamericanos, porque en ese sentido su estadía en México se puede considerar una especie de viaje abreviado para tener un panorama amplio de todas las realidades de la región.

En las ciudades de México que esperan al Papa, Francisco tocará con el corazón de su magisterio y con sus propias manos físicas los principales desafíos y las angustias, así como las esperanzas y los sueños de 32 naciones (21 continentales y 11 insulares) de una región donde viven, y a veces solo sobreviven, más de 600 millones de habitantes (63% de la población del continente americano). Cada uno de los aspectos que verá el Papa en México y cada situación que afrontará, forma parte de la realidad de toda América Latina, y en esta óptica podemos decir que la gran nación mexicana resume en sí misma las realidades esenciales del momento histórico actual de toda el área.

Una crisis interminable y desarrollo con miseria. El Papa Francisco encontrará en México una nación con más de 119 millones de habitantes que desde hace muchos años sufren las consecuencias de una crisis económico-financiera y obviamente social que no solo es prácticamente crónica sino que ha agravado la peor y más peligrosa emergencia latinoamericana: la desigualdad social, la más grave y profunda del mundo. En México, sobre todo en la capital federal, el Santo Padre verá con sus propios ojos la ignominia del “desarrollo con miseria”, el dramático escándalo de los ricos cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres, las elites del consumo desenfrenado y del “american way of life” junto a legiones interminables de pobres y empobrecidos, de los pobres de siempre y los pobres recientes.

La desigualdad social latinoamericana –con un 29-30% de población en condiciones de pobreza extrema- ha profundizado y agravado la exclusión social, y esta creciente y galopante inequidad es la medida de la pobreza, así como el derroche y la arrogancia clasista son la medida de la riqueza. La especial gravedad de la situación es sencilla y nada difícil de comprender: la condición económica de millones de pobres y excluidos es lo que financia la riqueza de unos pocos incluidos y elegidos. Las dinámicas más perversas de la crisis económico-financiera han depositado la carga más pesada sobre los hombros más débiles y la política ha sido incapaz de corregir o paliar la situación. Según la Cepal (Comisión Económica de la ONU para América Latina) y la Unicef algunos años atrás los niños latinoamericanos en condiciones de pobreza eran 81 millones y hoy son más de 100 millones. La desigualdad social latinoamericana, superada solo por la región subsahariana, es una paradoja. Es verdad que por una parte no menos de 100 millones de personas “salieron” de la pobreza, pero las políticas de redistribución, débiles e insuficientes, no han modificado esencialmente la realidad global de la región, porque la distancia que separa a estas personas de los más ricos prácticamente no ha cambiado respecto a 10 ó 15 años atrás. Son personas estadísticamente menos pobres que antes, pero igualmente pobres desde el punto de vista existencial.

El Banco Mundial considera que en la región la desigualdad social es del 52,9 y la exclusión va en aumento porque las estratificaciones sociales (a las cuales la política es sorda e indiferente) son básicamente las mismas que en el período colonial: pocas o nulas oportunidades, acceso al poder escaso y formal, ninguna movilidad social, participación democrática mínima y por lo general solo limitada al derecho formal (votar), políticas fiscales y tributarias favorables a los más ricos y fuertemente punitivas para los más pobres (más de dos tercios de los impuestos gravan el consumo de manera directa o indirecta). A todo ello hay que sumarle lo que ya denunció incluso el Fondo Monetario Internacional: una monstruosa fuga de capitales que los gobiernos no combaten, es más, que en muchos casos favorecen, y la evasión fiscal, una de las más monumentales de las economías occidentales.

Torna alla Home Page