FRANCISCO CON LOS “VENCIDOS” DE LA HISTORIA. El encuentro con los pueblos aborígenes será central en el viaje a México. 661 pueblos en más de 50 millones de latinoamericanos

“La desaparición de una cultura puede ser tanto o más grave que la desaparición de una especie animal o vegetal”.
“La desaparición de una cultura puede ser tanto o más grave que la desaparición de una especie animal o vegetal”.

El Papa Francisco en México, sobre todo pero no solo en el Estado de Chiapas (la capital Tuxla Gutiérrez y San Cristóbal de las Casas, la segunda ciudad) y tal como hizo en Brasil, Ecuador, Bolivia y Paraguay, se encontrará con el rostro milenario de los pueblos aborígenes de América Latina, rostros marcados por el tiempo del olvido y la derrota, pero también por la pobreza, la marginación, la xenofobia, el desprecio, la exclusión civil y existencial… el rostro de los “vencidos”, cuya historia solo fue contada por los “vencedores”. Hay 661 pueblos en Latinoamérica y hablan 557 lenguas, muchas de ellas no reconocidas. Algunas cifras de referencia: Brasil (241), Bolivia (36), Colombia (83), Guatemala (24), Paraguay (20), Perú (43), Venezuela (37) y Méxivo (67). En total, estos pueblos superan los 50 millones de latinoamericanos. A ellos se debe sumar, porque en su mayoría comparten la misma situación de exclusión, los afrodescendientes, que constituyen el 30 por ciento de la población total.

El Papa Francisco sabe muy bien , y no solo por razones biográficas, quiénes son, qué representan estos pueblos y cuál ha sido la relación de la Iglesia católica con ellos. En julio de 2015, en Bolivia, durante el II Encuentro con los Movimientos Populares, el Santo Padre se refirió con extrema claridad a un aspecto fundamental: “Y aquí quiero detenerme en un tema importante. Porque alguno podrá decir, con derecho, que «cuando el Papa habla del colonialismo se olvida de ciertas acciones de la Iglesia». Les digo, con pesar: se han cometido muchos y graves pecados contra los pueblos originarios de América en nombre de Dios. Lo han reconocido mis antecesores, lo ha dicho el CELAM El Consejo Episcopal Latinoamericano y yo también quiero decirlo. Al igual que San Juan Pablo II pido que la Iglesia -y cito lo que él dijo- «se postre delante de Dios e implore perdón por los pecados pasados y presentes de sus hijos» (Bula Incarnationis mysterium, 29 de noviembre de 1998 ). Quiero decirles, y quiero ser muy claro, como lo fue San Juan Pablo II: pido humildemente perdón, no sólo por las ofensas de la propia Iglesia sino por los crímenes contra los pueblos originarios durante la llamada conquista de América. Y junto a este pedido de perdón y para ser justos, también quiero que recordemos a miles de sacerdotes y obispos que se opusieron fuertemente a la lógica de la espada con la fuerza de la cruz. Hubo pecado y abundante pero no pedimos perdón, y por eso pido perdón, pero allí donde hubo abundante pecado, también sobreabundó la gracia a través de esos hombres y de esos pueblos originarios”. 

Los pueblos aborígenes, los “vencidos” sin historia. Los pueblos aborígenes y los afrodescendientes constituyen la deuda moral y social más importante de las actuales sociedades e instituciones latinoamericanas. A pesar de todos los progresos legislativos, jurídicos y culturales de las últimas décadas en diversos países, la situación de esos pueblos sigue siendo sustancialmente la misma que en los tiempos del colonialismo y primeros años de la independencia. En el discurso, todos afirman su riqueza y originalidad histórico-cultural, su presencia y su aporte insustituibles. Pero en los hechos, los sufrimientos seculares –y sobre todo la despreciativa exclusión- no han cambiado. Son siempre los últimos de los últimos, los vencidos de ayer y de hoy, y por eso son parte del ejército de siervos de los ricos, analfabetos, pobres, humillados, ignorantes (salvo en tiempo de elecciones, cuando nunca falta la foto de algún político con un tocado indígena en la cabeza).

La Iglesia cometió en el pasado muchos errores, sobre todo cuando evangelizaba con el arcabuz y la espada en la mano durante la Conquista, pero a partir del 1700 fue la única institución que puso en el centro de su acción religiosa y social a los pueblos aborígenes, para protegerlos, para promoverlos, para salvar su cultura y sus tradiciones. A pesar de las contradicciones y las insuficiencias, solo la Iglesia católica latinoamericana asumió como propia la historia de los “vencidos”. Para los demás, estos pueblos fueron objeto de estudio, de análisis y de investigación (cosa útil, necesaria y meritoria). Y para otros solo fue una jungla para cosechar votos baratos (lo que obviamente no es tan meritorio).

Expropiación existencial. El Papa Francisco lanza una advertencia y afirma en la Laudato si’: Es indispensable prestar especial atención a las comunidades aborígenes con sus tradiciones culturales. No son una simple minoría entre otras, sino que deben convertirse en los principales interlocutores, sobre todo a la hora de avanzar en grandes proyectos que afecten a sus espacios. Para ellos, la tierra no es un bien económico, sino don de Dios y de los antepasados que descansan en ella, un espacio sagrado con el cual necesitan interactuar para sostener su identidad y sus valores”. “La desaparición de una cultura puede ser tanto o más grave que la desaparición de una especie animal o vegetal. La imposición de un estilo hegemónico de vida ligado a un modo de producción puede ser tan dañina como la alteración de los ecosistemas”. En pocas reflexiones el Papa Francisco resume toda la cuestión de estos pueblos y naciones derrotados y marginados.

Se podrían agregar muchas otras consideraciones, pero el Papa identifica el problema central. Desde siempre estos pueblos han tenido una relación ancestral con la tierra (no solo económico-productivo por razones de supervivencia). Su relación, que se puede definir filosófico-existencial, les proporciona la dignidad de seres humanos, de personas. Por lo tanto, cuando se los despoja de su tierra, no solo pierden un bien sino que pierden la relación que daba sentido y contenido a su vida. El robo de sus tierras no es solo una expropiación económica sino una expropiación existencial. Esa es hoy la cuestión principal, y la Iglesia y el Papa comprenden con claridad en qué consiste el desafío.

TODA AMÉRICA LATINA ESTÁ EN EL MÉXICO DE FRANCISCO. Norte, Centro, Sur y  Caribe representados en las situaciones que encontrará el Papa durante el viaje que está a punto de comenzar

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