CUBA-SANTA SEDE. SE NEGOCIA. No será un concordato sino un acuerdo sobre el estatus jurídico referido a puntos sensibles para la vida pública de la Iglesia

Trabajos en curso
Trabajos en curso

En La Habana, con la mayor discreción, comenzó un proceso que muy probablemente será largo, pero debería concluir con la definición del estatus jurídico de la Iglesia católica en Cuba (1). Días atrás se reunieron oficialmente las delegaciones del Gobierno y del Episcopado para poner en marcha las negociaciones. Cuando terminen las delicadas tratativas, se habrá acordado un marco jurídico concreto para la Iglesia cubana, lo que no existe desde el triunfo de la ”Revolución” de Fidel Castro en 1959. Esta negociación, decididamente auspiciada por el Papa y los obispos de la Isla, también cuenta con el apoyo convencido de Raúl Castro (85 años), Presidente del Consejo de Estado y del Consejo de Ministros desde el 24 de febrero de 2008. Raúl Castro, que es además Primer Secretario del Partido Comunista de Cuba desde 2011, concluirá su mandato el 28 de febrero de 2018. En febrero de 2013, cuando fue reelegido, el gobernante afirmó con claridad sus propósitos, y lo repitió después en varias oportunidades: “No quiero una tercera reelección. El 24 de febrero de 2018 concluyo y me retiraré”.

22 meses de plazo. No es difícil suponer que el presidente Castro desea terminar las negociaciones con la Iglesia cubana e indirectamente con la Santa Sede, representada por el Nuncio monseñor Giorgio Lingua, dentro de los 22 meses que faltan para completar su mandato. Para él significaría un éxito importante que se sumaría a muchos otros que caracterizan un profundo proceso de reformas en diversos campos, sobre todo socio-económico, fiscal-tributario y del mercado del trabajo. Por otra parte sería un logro en el ámbito de la política internacional y los cambios que comenzaron el 14 de diciembre de 2014, cuando Raúl Castro y Barak Obama anunciaron simultáneamente la apertura de un proceso para normalizar las relaciones diplomáticas entre ambos países. Ese proceso continúa pese a que el principal obstáculo, el embargo estadounidense –herencia de medio siglo de hostilidades y tensiones bilaterales- todavía no ha sido levantado por completo, decisión que corresponde al Congreso de EEUU.

Gestos históricos. Como es bien sabidio, a las largas y reservadas negociaciones entre Washington y La Habana, que comenzaron en Haití en 2010 y fueron reveladas por los dos Presidentes hace 16 meses, por pedido de ambas partes se incorporó el Papa Francisco (junio de 2014) con dos cartas: una a Raúl Castro y otra a B. Obama. Por último, entre octubre y noviembre de 2014, el mismo Secretario de Estado cardenal Pietro Parolin recibió en el Vaticano a las delegaciones para la firma preliminar del “Acuerdo” final. Ese paso por la Secretaría de Estado no fue solamente el momento del cambio, sino que también se sentaron las bases de una relación de confianza recíproca entre Cuba y el Papa Francisco, entre el Pontífice y el Presidente Castro. Poco tiempo después siguieron dos gestos históricos: la visita de Raúl Castro al Papa en el Vaticano, el 10 de mayo de 2015 y la visita del Papa Francisco a Cuba, entre el 19 y el 22 de septiembre de 2015, que se introdujo a último momento como una escala previa a la visita programada a Estados Unidos, la ONU y la clausura del VIII Encuentro mundial de la Familias (Filadelfia). Por otra parte, en el cotexto de este intercambio de visitas maduraron las condiciones mínimas necesarias para que el Papa volviera a La Habana el 12 de febrero de 2016, pero esta vez para abrazar a su hermano Kirill, Patriarca de la Iglesia rusa, con el cual firmó una declaración conjunta.

Deberes y derechos. En todas estas visitas, pero también en las anteriores que no se pueden olvidar o subestimar (Juan Pablo II y Benedicto XVI) (2), siempre estuvo presente la necesidad de darle a la Iglesia Católica en Cuba un marco jurídico, para su misma existencia y para su obra, y sin duda el Papa Francisco renovó esta exhortación, considerando que un estatus consensual redundaría en un gran beneficio tanto para la nación cubana como para la comunidad eclesial local. En la Isla caribeña la Iglesia Católica es libre y la libertad de culto se encuentra efectivamente garantizada por la Constitución, por lo tanto la cuestión del estatus jurídico no se refiere a estos aspectos esenciales. El problema es otro y consiste básicamente en que no hay un reconocimiento jurídico que establezca deberes y derechos, y que de esa manera permita eliminar cualquier laberinto burocrático o administrativo que limite, obstaculice o frene su acción evengelizadora.

Los desafíos que están sobre el tapete son muchos y probablemente en no pocos de ellos ya se ha llegado a un acuerdo. Pero hay otros que requieren mucho trabajo todavía, como el acceso de la Iglesia a la prensa y los medios de comunicación católicos (más allá de la hoja informativa parroquial o el sitio de Internet), así como la presencia de la educación católica en el sistema escolar, en las universidades, en las cárceles y en las instituciones civiles y territoriales intermedias.

La Iglesia Católica en la transición cubana. No se está negociando un concordato. No lo desea Cuba ni tampoco la Sede Apostólica. Se negocia un acuerdo jurídico operativo del mismo tipo que años atrás firmó el Vaticano con varios países, como es el caso de Palestina, sobre “aspectos esenciales de la vida y la actividad de la Iglesia”, que entró en vigencia el 2 de enero pasado. El acuerdo, de ser posible, debe tomar en cuenta la concreta realidad institucional de Cuba, en pleno proceso de transición, con reformas que están cambiando en gran medida la naturaleza del sistema. La dirigencia de la Revolución Cubana considera que dicho sistema debe seguir siendo fundamentalmente socialista, aunque reforzado y “aggiornato” con robustos injertos de economía de mercado. Poco antes de la visita del Papa en septiembre de 2015, una nota del Granma da la bienvenida a Francisco y afirma: el país atraviesa “un proceso de actualización de su modelo socioeconómico”, siempre comprometido “en la defensa de la soberanía nacional y en preservar sus conquistas sociales y alcanzar el mayor bienestar para todos sin exclusiones”.

Vale decir que el desafío más delicado para la Iglesia consiste precisamente en este punto: encontrar dentro de ese sistema el espacio jurídico y operativo necesario que permita una coexistencia que respete y garantice severamente  la autonomía de las partes. El gobierno y el sistema político-institucional no deben sentirse amenazados por la Iglesia, aún cuando su voz, como ocurrió tantas veces en el pasado, sea crítica. La Iglesia no debe sentir sobre ella el peso de los controles burocráticos y administrativos que durante demasiados años sofocaron su crecimiento, al punto de que han convertico a esta comunidad eclesial en una especie de “iglesia bonsai”.

Ser cristiano en Cuba. La noticia merece un comentario conclusivo. No obstante la historia pasada, desde 1959 hasta hoy, como decía un obispo cubano ya fallecido, no parece que “en Cuba resulte más difícil ser cristiano que en el resto de los países del mundo”. La cuestión, ahora y en el futuro, se puede plantear en estos términos: los cristianos cubanos deben poder ser ciudadanos a pleno título aunque no adhieran al Partido comunista o a las organizaciones sociales y territoriales que nacieron de la Revolución. El proceso revolucionario debe confiar en su patriotismo y su lealtad a la nación y al pueblo. Y en este sentido los católicos cubanos han demostrado ampliamente que son ciudadanos exactamente iguales a los que adhieren formalmente al Partido.

El 19 de septiembre de 2015 cuando llegó a La Habana, el Papa Francisco, aunque estaba hablando del Acuerdo Cuba-Estados Unidos, pronunció palabras que hoy se pueden interpretar también a la luz de estas negociaciones bilaterales en curso: “El proceso de normalización de las relaciones entre dos pueblos, tras años de distanciamiento [...] es un signo de la victoria de la cultura del encuentro, del diálogo [...]. Animo a los responsables políticos a continuar avanzando por este camino y a desarrollar todas sus potencialidades, como prueba del alto servicio que están llamados a prestar en favor de la paz y el bienestar de sus pueblos, de toda América, y como ejemplo de reconciliación para el mundo entero. El mundo necesita reconciliación en esta atmósfera de Tercera Guerra Mundial por etapas que estamos viviendo”.

Al día siguiente en el Centro Félix Varela, comentando la reflexión de un joven, el Papa Francisco lanzó nuevos mensajes que hoy podemos leer de una manera más completa: “Vos dijiste ahí una frasecita que yo tenía acá escrita en la intervención de él, pero la subrayé y tomé algunas notas: que sepamos acoger y aceptar al que piensa diferente. Realmente, nosotros a veces somos cerrados. Nos metemos en nuestro mundito: “o este es como yo quiero que sea, o no”. Y fuiste más allá todavía: que no nos encerremos en los conventillos de las ideologías o en los conventillos de las religiones. Que podamos crecer ante los individualismos. Cuando una religión se vuelve conventillo, pierde lo mejor que tiene, pierde su realidad de adorar a Dios, de creer en Dios. Es un conventillo. Es un conventillo de palabras, de oraciones, de “yo soy bueno, vos sos malo”, de prescripciones morales. Y cuando yo tengo mi ideología, mi modo de pensar y vos tenés el tuyo, me encierro en ese conventillo de la ideología”.

Francisco: “Bueno, negociemos. ¿Qué podemos hacer en común?”. El Papa Francisco terminó su encuentro con las nuevas generaciones de cubanos con estas palabras: “Corazones abiertos, mentes abiertas. Si vos pensás distinto que yo, ¿por qué no vamos a hablar? ¿Por qué siempre nos tiramos la piedra sobre aquello que nos separa, sobre aquello en lo que somos distintos? ¿Por qué no nos damos la mano en aquello que tenemos en común? Animarnos a hablar de lo que tenemos en común. Y después podemos hablar de las cosas que tenemos diferentes o que pensamos. Pero digo hablar. No digo pelearnos. No digo encerrarnos. No digo “conventillar”, como usaste vos la palabra. Pero solamente es posible cuando uno tiene la capacidad de hablar de aquello que tengo en común con el otro, de aquello para lo cual somos capaces de trabajar juntos. En Buenos Aires, estaban –en una parroquia nueva, en una zona muy, muy pobre– estaban construyendo unos salones parroquiales un grupo de jóvenes de la universidad. Y el párroco me dijo: “¿por qué no te venís un sábado y así te los presento?”. Trabajaban los sábados y los domingos en la construcción. Eran chicos y chicas de la universidad. Yo llegué y los vi, y me los fue presentando: “este es el arquitecto –es judío–, este es comunista, este es católico práctico, este es…”. Todos eran distintos, pero todos estaban trabajando en común por el bien común. Eso se llama amistad social, buscar el bien común. La enemistad social destruye. Y una familia se destruye por la enemistad. Un país se destruye por la enemistad. El mundo se destruye por la enemistad. Y la enemistad más grande es la guerra. Y hoy día vemos que el mundo se está destruyendo por la guerra. Porque son incapaces de sentarse y hablar: “bueno, negociemos. ¿Qué podemos hacer en común? ¿En qué cosas no vamos a ceder? Pero no matemos más gente”. Cuando hay división, hay muerte. Hay muerte en el alma, porque estamos matando la capacidad de unir. Estamos matando la amistad social. Y eso es lo que yo les pido a ustedes hoy: sean capaces de crear la amistad social.

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(1) El actual arzobispo de La Habana, cardenal Jaime Ortega, no forma parte de la delegación episcopal, y eso podría tener una explicación importante: que se acerca el nombramiento de un sucesor. El próximo 18 de octubre Ortega cumple 80 años.

 (2) En la relación intensa y sin interrupciones desde hace más de 80 años entre Cuba y la Santa Sede, Juan XXIII no fue el único que tuvo un rol fundamental durante la “Crisis de octubre” (los misiles soviéticos instalados en la isla) que puso al mundo al borde de la tercera guerra mundial, sino que también otros dos Papas mantuvieron con la Revolución cubana, con indudable visión de futuro, relaciones de amistad y colaboración pese a las diferencias y a veces las tensiones: san Juan Pablo II y Benedicto XVI. Después de la histórica visita de Fidel Castro a Karol Wojtyla en el Vaticano (1996), el Papa viajó a Cuba en 1998. Lo mismo hizo después Benedicto XVI en 2012 y durante su peregrinación estuvo con F.Castro en la Nunciatura. El Papa Francisco se encontró en 2015 con el ex presidente en su domicilio privado. Entre el Papa y los hermanos Castro, con el paso del tiempo fue creciendo una relación personal, sincera y transparente, que finalmente dio y está dando frutos importantes para el bien de Cuba y de la Iglesia. Una amistad que solo puede hacer bien, decía Fidel Castro en una carta autógrafa que envió al Papa emérito a través de su embajador, Rodney Alejandro López Clemente, fallecido el 14 de diciembre de 2015, que entregó a J. Ratzinger después de presentar sus cartas credenciales al Papa Francisco el 23 de diciembre de 2013. Según algunas fuentes, cuando Castro estuvo con Francisco en mayo de 2015, por una cuestión de horarios no tuvo tiempo para visitar a Benedicto XVI (estuvo en el Vaticano poco más de una hora) pero de todos modos le hizo llegar sus saludos y sinceros deseos al Pontífice emérito.

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