BERGOGLIO Y LA POLÍTICA. O el deber de los cristianos de involucrarse en la gestión de la cosa pública en tiempos de descrédito de la política. Elogio de la transversalidad

Corrupción. ¿Cómo hacemos? Foto Miguel Dimayuga
Corrupción. ¿Cómo hacemos? Foto Miguel Dimayuga

En el prolífico magisterio del Papa Francisco no se encuentran muchas reflexiones sobre la “política”, o por lo menos no parecen tan frecuentes como las que referidas a “economía” o “finanzas”. El clásico tríptico resulta desequilibrado con respecto a la política, aunque algunos críticos del pontificado han tratado de difundir una curiosa acusación: Francisco es un Papa político y constantemente hace política. Sin embargo, no tenemos la intención de ocuparnos de estas observaciones porque son, de todas las dirigidas contra el Papa, las más inconsistentes, banales y superficiales. Más bien nos interesa otra cosa: una posible y plausible respuesta sobre por qué Francisco ha sido tan cauteloso y mesurado cuando afronta el tema de la política.

Jorge Mario Bergoglio y la rehabilitación de la política. Proponemos una hipótesis de trabajo, una posible lectura del magisterio episcopal y pontificio del Papa Francisco. En el pensamiento del Santo Padre –desde los tiempos de su servicio como Arzobispo de Buenos Aires, pero incluso ya mucho antes- resulta evidente que el Papa Bergoglio siempre ha nutrido un gran y apasionado interés por la política y le ha atribuido, siguiendo las huellas de Pablo VI, una importancia relevante, sobre todo en lo que se refiere a la misión y el rol de los laicos católicos en la política (1). Precisamente por esa razón el Papa Francisco siempre ha respetado escrupulosamente la distancia necesaria de la política, y además considera que la política actual (de ayer y de hoy) es más bien un reflejo deformado del original. El 2 de junio de 2004, en la inauguración del “Ciclo de Formación y Reflexión Política” organizado por la Pastoral Social de la Arquidiócesis de Buenos Aires en el Instituto de Cultura Superior, el cardenal Bergoglio llamó a “rehabilitar la política” y superar así la paradoja de “el descrédito de la política y de los políticos en el momento en que más se necesita de ellos”. “La política –recordó el entonces arzobispo de Buenos Aires- es una actividad noble. Por eso hay que rehabilitarla, ejerciéndola con vocación y una dedicación que exige testimonio, martirio, o sea, morir por el bien común” (2). Esta concepción del bien común, misión suprema de los políticos, a juicio del cardenal Bergoglio hace mucho más graves las insuficiencias y las carencias de la política, que sin duda no es la única actividad afectada por la corrupción, sino que “otras corporaciones y asociaciones tienen la posibilidad de disimular sus carencias”. Aunque en definitiva, tanto en unos como en otros se trata siempre de una “conducta pecaminosa”.

El diagnóstico del purpurado se hace cada vez más profundo: “la unidad política ve disminuida sus capacidades y los gobiernos parecen rehenes de fuerzas que no controlan. El campo de movimiento de un político se disminuye porque la decisión la toman intermediarios internacionales. Los centros de decisión están en otro lado”. La acción política no se limita a “cantar el himno” simplemente, sigue diciendo el cardenal Bergoglio, y subraya que la política y los políticos deben demostrar “una gran habilidad para moverse creando caminos de viabilidad. El político tiene que ser un creativo y pasar del equilibrio pragmático a una creatividad fecunda. Es fundamentalmente un artífice. Lo suyo es, como el poeta, 10% de inspiración y 90% de transpiración”. Se refirió también a una cierta forma de hacer política, constatando que hay un “desplazamiento desde lo intelectual activo a lo estético. No se discuten plataformas (programáticas), los temas candentes se eluden y se busca la imagen. Se cae en la seducción en vez de usar esa arma tan efectiva que es la persuasión. Hoy seducimos para ganar votos (…), aunque una conducción sin persuasión es estéril”. La conciencia de estos dinamismos, que hoy faltan o son gravemente insuficientes, permite, según Bergoglio, distinguir con claridad “la politización y la cultura política”, dos dimensiones muy diferentes. Considera que “la política no está jerarquizada como valor en el corazón del hombre. Somos politiqueros por decadencia» y lo que hace falta es «una política de construcción (…) para adentrarse más allá de las fronteras», porque «el político intuye con su corazón que la realidad se ve mejor desde el último lugar conquistado y no desde el centro”.

Los cinco caminos. Siguiendo con su reflexión sobre la política y sus actores, el cardenal Jorge Mario Bergoglio, mira hacia el futuro apostando a una “rehabilitación” de esta fundamental actividad humana y propone algunos caminos para “rejerarquizar” la política.

1) El primero sería un movimiento que permita pasar “del nominalismo formal a la objetividad de la palabra”. “El nominalismo estanca” y debería dar paso a “la máxima movilidad creativa”.

2) En segundo lugar, hay que “ir del desarraigo a las raíces constitutivas”, superando “el afán de autonomía heredado de la modernidad para superar el desamparo. Estamos en crisis de desarraigo y hay que transitar el camino de la memoria (…) que es el de la pertenencia”. Lo que nos enseña a “recordar el pasado para ir hacia el futuro”.

3) El tercer camino que señala el cardenal Bergoglio debería llevar a “salir de los refugios culturales y llegar a la trascendencia que funda. Se deben dejar de lado los caminos de retorno, que son suicidas en política”. Y aclara: “No hay que confundir nostalgia con añoranza (…) que nos deja pasivos y no nos deja recuperar lo bueno del pasado para llevarlo hacia adelante”.

4) El cuarto consiste en “caminar desde lo inculto al señorío sobre el poder. La vocación política exige ungirse de señorío, para evitar el caos y el formalismo almidonado. El señorío es un camino ascético hacia la sabiduría”.

5) Por último, hay una via ineludible si se desea rehabilitar y rejerarquizar la actividad política: “pasar del sincretismo conciliador a la pluriformidad de los valores; de la puridad nihilista a la captación del límite de los procesos”. Es la única manera de superar “la política del collage, típica de los demagogos” que se verifica sobre todo “en la legislación y en la justicia”, evitando  el “fraude de los valores, un fraude que hace pasar de la alegría del ser a la tristeza del no ser”.

La política entre valor y antivalor.  El 30 de junio de 2001, el cardenal Bergoglio, que tal como se ha recordado en relación con su magisterio pontificio “considera que la economía financiera es un poder que domina al mundo y a la cual se subordina incluso la política, pero nunca insulta a esta última” ( M. Faggioli), en su alocución al terminar la IV Jornada Arquidiocesana de Pastoral Social (Colegio Sagrado Corazón, Almagro) destacaba que “la política es una vocación casi sagrada, porque es ayudar al crecimiento del bien común”, por lo tanto debe ser siempre “transversal”, y “no hay transversalidad si no hay diálogo”. “Si no hay confrontación de ideas buscando el bien común, nos paralizamos”, mientras que el diálogo es la única forma de “reorientar la política en una línea de creatividad”. Por lo tanto, nunca se debe concebir la política como un método para “gerenciar crisis”, cosa útil y necesaria pero que no agota su vocación última y auténtica. “La vocación del político no es ser bombero. La política es para crear, para fecundar”, y debe ser capaz de unir “lo político con lo social” dando a las instituciones del Estado su verdadero rol: animar, integrar, proteger y vigilar el bien común de la nación. La promoción humana y social, para J. M. Bergoglio es una responsabilidad de todos y “es antihumano privatizar la promoción social y la asistencia social”. La clave de toda acción político-social, dimensiones inseparables, siempre es “lo humano –ése es el valor–, frente al antivalor. El antivalor hoy día, a mi juicio, es la mercadería humana, o sea, el mercantilismo de personas”, víctimas de “proyectos que nos vienen de otro lado” y que terminan considerando a “la persona humana como mercadería en el sistema político-económico-social. El cardenal considera que eso es precisamente lo que muchas veces ocurre con los más débiles, “los niños y los ancianos”.

 

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Notas

(Todas las notas son citas de respuestas que el Papa Francisco ha dado a los jóvenes de la Comunidad de Vida Cristiana (CVX) y de la Liga Misionera de Estudiantes de Italia durante el encuentro del 30 de abril de 2015).

 (1) “Pero, ¿puede un católico hacer política?”. “¡Debe!”. “Pero, ¿puede un católico comprometerse en la política?”. “¡Debe!”. El beato Pablo VI, si no me equivoco, dijo que la política es una de las formas más altas de la caridad, porque busca el bien común. (…) En la Iglesia hay muchos católicos que han hecho una política limpia, buena; también han favorecido la paz entre las naciones. Piensen en los católicos de aquí, en Italia, de la posguerra, piensen en De Gasperi. Piensen en Francia: Schumann, que tiene causa de beatificación. Se puede llegar a ser sento haciendo política. Y no quiero nombrar más: valen dos ejemplos de aquellos que quieren ir adelante en el bien común”.

 (2) La política como martirio es un concepto que no ha cambiado en Bergoglio, y en efecto, respondiendo a los jóvenes en abril del año pasado les dijo: “¿Qué quieres decirme? ¿Que hacer política es algo martirizante? Sí. Sí: es una especie de martirio. Pero es un martirio cotidiano: buscar el bien común sin dejarse corromper. Buscar el bien común pensando los caminos más útiles para ello, los medios más útiles. (…) Hacer política es un martirio: es verdad, un trabajo martirizante, porque es necesario ir todo el día con ese ideal, todos los días con el ideal de construir el bien común. Y también llevar la cruz de numerosos fracasos, y también llevar la cruz de tantos pecados. Porque en el mundo es difícil hacer el bien en medio de la sociedad, sin ensuciarse un poco las manos o el corazón; pero por eso ve a pedir perdón, pide perdón y sigue haciéndolo. Pero que esto no te descorazone. “No, padre, no hago política porque no quiero pecar”. “¡Pero no haces el bien! Sigue adelante, pide al Señor que te ayude a no pecar; pero si te ensucias las manos, pide perdón y sigue adelante”. ¡Pero hacer, hacer!…

El Papa retoma después una imagen que ya se hizo famosa que utilizó con los jóvenes de Roma durante la homilía del primer domingo de Adviento, el 30 de noviembre de 2013: “Yo, católico, ¿miro desde el balcón? ¡No se puede mirar desde el balcón! ¡Comprométete allí! Da lo mejor de ti. Si el Señor te llama a esa vocación, ve allí, haz política. Te hará sufrir, quizá te haga pecar, ero el Señor está contigo. Pide perdón y sigue adelante. Pero no dejemos que esta cultura del descarte nos descarte a todos. Descarta también la creación, porque la creación se destruye cada día más. No olvides las palabras del beato Pablo VI: la política es una de las formas más altas de la caridad”.

En cambio con respecto a la hipótesis de un partido católico, que solo esté formado por católicos, el Papa afirma: “Se escucha: “¡Debemos fundar un partido católico!” Este no es el camino. La Iglesia es la comunidad de los cristianos que adora al Padre, va por el camino del Hijo y recibe el don del Espíritu Santo. No es un partido político. “No, no digamos partido, sino…., un partido solamente de católicos”. No sirve, no tendrá capacidad de despertar interés, porque hará aquello para lo que no ha sido llamado”.

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