EL ATRACTIVO AMOROSO DE LA GRACIA. Tantardini, Bergoglio y Agustín. Historia de encuentros imprevistos y de un pensamiento “tensionante”

El cardenal Bergoglio con el padre Giacomo Tantardini en una foto del  2009
El cardenal Bergoglio con el padre Giacomo Tantardini en una foto del 2009

Recordar a don Giacomo para mí significa contar mi vida. La primera vez que me encontré con él tenía 20 años y cursaba el segundo año de la facultad de Ciencias Políticas en la Universidad La Sapienza de Roma. Era el año 1972. Entre el romanticismo utópico del mayo francés y la pesadilla gris de los años de plomo. Eskimo y pelo largo, había adherido a la célula “anarco-cristiana” fundada por Saverio Allevato (cuyos miembros, en realidad, ¡éramos solo nosotros dos!), pero no poníamos bombas y éramos bastante inocuos: como mucho, vendíamos en la facultad el diario de los anárquicos “Umanità nova”. En las asambleas de estudiantes Saverio citaba las máximas de Bakunin y la película sobre San Francisco de Cavani, y yo me sentía atraído por el Jesús apócrifo que cantaba Fabrizio de André, pero hacía mucho tiempo que había roto –y creía que para siempre- los puentes con la Iglesia. Ya no podía entender qué sentido tenía.

Don Giacomo tenía 26 años. Un curita. No perdió tiempo en discutir nuestras ideas ingenuas. (En el fondo, él también era un poco anárquico). Terminamos envueltos en el torbellino de su humanidad. Como cuando ves pasar un tren fantástico, te quedas con la boca abierte, y subes sin pensar en las valijas que no tuviste tiempo de preparar o a dónde te llevará ese tren. Nos puso la vida patas para arriba. Todo lo mejor que yo había soñado para mí y para el mundo, de pronto se convertía en una experiencia de vida. Aquí y ahora. El estupor por un encuentro: no podían haber elegido un título más apropiado para este simposio.

Aquel tren desenfrenado nos llevó, después de años de viaje y algunas curvas dramáticas, a descubrir mejor la verdad de la vida. Nos llevó a descubrir que la verdad de la vida está contenida en una mirada. En la conciencia dolorosa del límite (no saber amar, no saber ser feliz) abrazada por la mirada regeneradora de Otro (con la O mayúscula). Exactamente eso. Don Giacomo nos hizo ver lo que, comentando una vez a Agustín, él mismo definía “el atractivo amoroso de la Gracia”. Ver. Primero lo vimos, después, con el tiempo, aprendimos cómo se llamaba. Lo vimos: en tantos rostros, en tantas historias tristes o felices. Y al final también entendimos que el verdadero maquinista de aquel tren fantástico no era él, don Giacomo, sino el buen Dios que a través de él y de lo que había nacido de don Giacomo, o que lo había precedido, tenía bien agarrado el volante.

 Uno de los tantos encuentros extraordinarios que vivimos durante el largo viaje que empezó en 1972, fue sin duda con Jorge Mario Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires. Unos treinta años después. El instrumento fue la revista internacional 30Giorni, de la que don Giacomo era el alma inspiradora y  Bergoglio aficionado lector. Lo que nos hizo descubrir al nuevo arzobispo de Buenos Aires fue un reportaje que hizo Gianni Valente a los sacerdotes de las “villas miseria” en Argentina. El feeling entre don Giacomo y el padre Bergoglio fue inmediato. Yo tuve la suerte, junto con otros, de ser testigo de eso. Podría contar muchas anécdotas. Pero ahora hablaré de una sola. Inédita. Desde 2006 mantenía correspondencia por mail, de una manera muy sencilla, con el cardenal de Buenos Aires. Lo había conocido el año anterior e inmediatamente me había impresionado. Con él compartía los textos de algunos de mis artículos para el semanario Vita o links de servicios que hacía para la televisión (en esa época trabajaba en Tg2).

El 25 de enero de 2007 le mandé una reseña que había hecho del libro de don Giacomo sobre San Agustín, “Il cuore e la grazia”, publicado poco antes por la editorial Città nuova. La respuesta me llegó cinco días después. Decía que había recibido el libro y que iba a leerlo. Mi reseña le había gustado. Había tomado algunas ideas para reflexionar sobre la fuerza del pensamiento “tensionante” de Agustín (abierto a la Gracia) respecto  del “lineal” de la teología escolástica (preocupada por encerrar toda la realidad en categorías intelectuales). En particular el padre Bergoglio se detenía en este párrafo del libro de don Giacomo que yo había destacado en mi artículo: “San Agustín llega a decir, siguiendo a san Pablo, que toda la doctrina cristiana sin la delectatio y la dilectio es letra que mata. No es la cultura y ni siquiera la doctrina cristiana lo que puede entablar una relación con un hombre para el cual el cristianismo pertenece a un pasado que no tiene nada que ver con él. Sino algo que viene antes. Ese algo que viene antes, san Agustín lo llama delectatio y dilectio, es decir, el atractivo amoroso de la gracia”.

Bergoglio llamaba “pensamiento lineal” a lo que don Giacomo llamaba gnosis, vale decir, la reducción de la fe cristiana a un conocimiento abstracto, a un discurso que se posee y se aplica. En su mail de respuesta, el cardenal me decía:

“En este pensamiento lineal no hay lugar para la delectatio y la dilectio, no hay lugar para el estupor. Y eso se debe a que el pensamiento lineal procede en la dirección contraria a la gracia. La gracia se recibe, es puro don; el pensamiento lineal se encuentra en la obligación de dar, de poseer. No puede abrirse al don, se mueve únicamente en el nivel de la posesión. La delectatio y la dilectio y el estupor no se pueden poseer: sencillamente se reciben”.

Estamos a principios de 2007. Después del atentado contra las Torres gemelas parecen afirmarse en el catolicismo corrientes intelectualistas que propugnan como inevitable el choque de civilizaciones con el Islam y quisieran una Iglesia-institución severa con la modernidad siempre y solamente en algunos temas morales (vida, familia, etc.) y por el contrario están dispuestos a concecer mucha más indulgencia cuando se trata de bendecir guerras de resultados desastrosos en Medio Oriente o teorías económicas liberistas que dejan a su paso millones de indigentes.

Don Giacomo también tenía en mente estas derivaciones “identitarias” o “cristianistas” cuando leía en clave de actualidad el De Civitate Dei de San Agustín. En la reseña que le envié a Bergoglio había destacado este otro párrafo del libro de Tantardini:

“Una de las parábolas evangélicas que Agustín más cita, es la parábola de la red que recoge a buenos y malos a los que solo el Juicio Final separa. Por eso la ciudad de Dios y la ciudad del hombre no pueden ser dos ciudades contrapuestas… No puede ser, por ejemplo, la Iglesia contra el Islam… No puede ser un mundo católico contra un mundo no católico… porque los ciudadanos de las dos ciudades están mezclados. Por eso al comienzo del De Civitatis Dei Agustín dice que cuando se habla a los enemigos de la ciudad de Dios siempre hay que tener presente que, un instante después, tocados por la gracia, pueden convertirse en ciudadanos como nosotros, más dignos que nosotros”.

En su mail del 30 de enero de 2007, desde Buenos Aires, Bergoglio no solo muestra que comparte esta lectura anti maniquea de Agustín. Sino que la enriquece con nuevas sugestiones, tomadas del Evangelio:

“La parábola de la red con todo tipo de peces (que están juntos; después se separan, pero hasta el momento de la separación están juntos) hay que leerla junto con otras dos parábolas: la del grano y la cizaña, y la del publicano y el fariseo que rezan en el templo. La esencia maniquea del fariseo no deja ningún resquicio para que pueda entrar la gracia; se basta a sí mismo, es autosuficiente, tiene un pensamiento lineal. El publicano, por el contrario, tiene un pensamiento tensionante que se abre al don de la gracia, tiene una conciencia de que no es suficiente sino profundamente mendicante”.

Esta es la conclusión de Bergoglio, que sin duda también tocaba una cuerda sensible en don Giacomo:

“San Pablo lo comprendía cuando se gloriaba de su pecado (ésa era toda su gloria). Después, precisamente desde allí, da el salto para gloriarse de la Cruz de N.S. Jesucristo. Y, con humildad, puede confesar: “pero fui tratado con misericordia… para que Jesucristo demostrara en mí toda su paciencia” (cfr. 1Tim. 1: 12-15). En este punto se me abre el corazón de par en par y descubro que en la delectatio y en la dilectio está contenida la paciencia de Jesucristo, la paciencia de Dios. Gran misterio es éste…”.

Ideas y reflexiones que confluyeron después en el prefacio que escribió el cardenal Bergoglio para el nuevo libro de don Giacomo, “Il tempo de la Chiesa secondo Agostino”, publicado por Città Nuova. Era el año 2009. Tres años después murió don Giacomo en la paz del Señor, afectado por un mal incurable. Por pocos meses no pudo asistir a la elección del cardenal argentino como obispo de Roma.

*Intervención de Lucio Brunelli, director de TV2000 en el congreso en recuerdo de don Tantardini “El estupor por un encuentro” promovido por la diócesis italiana de Cassano allo Jonio el 26 de junio.

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