MÁS LUZ SOBRE LA DICTADURA ARGENTINA. Salen de los archivos estadounidenses miles de documentos sobre la “guerra sucia”. Algunas páginas inéditas, a la espera del vaticano

Kissinger con Videla en los años '70
Kissinger con Videla en los años '70

El Secretario de Estado estadounidense Henry Kissinger y el Ministro de Relaciones Exteriores argentino César Augusto Guazzetti mantuvieron una entrevista en el lujoso Hotel Waldorf Astoria de Nueva York. Era el 7 de octubre de 1976, seis meses después del golpe de Estado en Buenos Aires. Si hubieran sido dos desconocidos, los huéspedes podrían haber pensado que eran importantes hombres de negocios que hablaban de dólares saboreando un Martini. «El problema más importante que tenemos es el terrorismo. Para garantizar la seguridad interior del país necesitamos comprensión y ayuda de Estados Unidos, sobre todo por la crisis económica», dijo Guazzetti a su amigo estadounidense. «Hemos seguido la situación argentina de cerca. Vemos con buenos ojos al nuevo gobierno y queremos que tenga éxito. Haremos lo que esté a nuestro alcance», le aseguró Kissinger. Estados Unidos no puso ninguna objeción al sangriento plan del triunvirato militar (1976-1983): el Presidente, General Jorge Rafael Videla (Ejército), acompañado por el Almirante Emilio Massera (Marina) y el Brigadier Orlando Agosti (Aeronáutica).

Manteniendo la promesa que hizo el pasado mes de marzo, Barak Obama firmó el decreto por el cual se levantó el secreto de miles de documentos sobre el rol que tuvo Estados Unidos en la “Guerra Sucia” en Argentina, rol que siguió el modelo de intervención estadounidense, perfeccionado con el “Plan Cóndor”, gracias al cual se mantuvieron con vida las dictaduras de derecha en el subcontinente americano. Fue la manera de hacer frente al temor de una avanzada comunista que consideraba a Cuba como el enemigo en la puerta de casa de Estados Unidos.

Entre los documentos hay informes diplomáticos, testimonios recogidos por diversas agencias estadounidenses, una carta escrita por Carter a Videla y otros informes provenientes de la Secretaría de Estado, el Pentágono y diversos organismos oficiales. “Es un gran paso adelante para el “deshielo” entre Estados Unidos y América Latina que comenzó con el acercamiento a La Habana y ahora continúa con un tema sumamente delicado, que se remonta a los años oscuros de las dictaduras sudamericanas y sus apoyos en Washington”, comenta Alfredo Somoza, profesor del Instituto de Estudios Políticos Internacionales (Ispi) de Milán, con un pasado de exiliado argentino.

En la época de los encuentros en el Hotel Astoria, la prensa estadounidense había empezado a denunciar algunos abusos, sobre todo cuando el Congreso y la misma embajada estadounidense en Argentina le habían presentado quejas precisamente a Guazzetti por el secuestro y tortura de ciudadanos estadounidenses. Las violaciones que habían caracterizado los primeros meses del régimen, entonces, eran bien conocidas. Kissinger, renegando de las motivaciones que lo habían llevado a recibir el Premio Nobel de la Paz en 1973, se mostró comprensivo. “Sabemos que tienen dificultades. Son tiempos curiosos en los que las actividades políticas, criminales y terroristas tienden a mezclarse de una manera confusa. Comprendemos que deben establecer una autoridad. Haré lo que esté a mi alcance”. Sobre el nivel de conocimiento del gran titiritero de la política exterior de Estados Unidos, no hay ninguna duda. El 9 de julio de 1976, tres meses antes del encuentro en el Waldorf Astoria, el principal consejero de Kissinger, Harry Shlaudeman, le proporcionaba detalles sobre las prácticas de Buenos Aires, donde se aplicaba «el método chileno: aterrorizar a la oposición, incluso a costa de matar curas y monjas»

Por esa razón Kissinger, a pesar de su condescendencia, poco tiempo después se vio obligado a poner en guardia a su colega argentino: «Cuanto antes terminen, mejor», le dijo a Guazzetti. En efecto, hubo una aceleración: treinta mil desaparecidos, veinte mil ajusticiados por las patotas, las patrullas de la muerte; dos millones de exiliados; al menos 500 niños robados a las detenidas (ajusticiadas junco con parejas y maridos) y adoptados con otro nombre por familias cercanas al régimen.

Al año siguiente, el democrático Jimmy Carter siguió al presidente republicano Gerald Ford y trató de tomar distancia de las Juntas militares. Kissinger ya no ocupaba ningún cargo público, pero no se quedó mirando. Más siniestro de lo que se pueda pensar, el ex jefe de la diplomacia, explica Somoza, “seguía boicoteando el trabajo de la Subsecretaria de Derechos Humanos de Carter, Patricia Derian”. Henry Kissinger mantuvo un encuentro privado con el general Videla, del que no participó el embajador estadounidense en Buenos Aires. En esa oportunidad se discutió el tema de los derechos humanos. “Videla lo organizó de manera tal que Kissinger y el intérprete pudieran encontrarse con él en forma privada, media hora antes de que llegara el embajador”.

Cuál fue la posición de Kissinger, y por tanto de la administración estadounidense, es sabido. Pero la documentación desclasificada exhibe el sello oficial.

En otro encuentro a puertas cerradas con el Consejo argentino de Relaciones Internacionales, un grupo de diplomáticos argentinos conservadores, el ex Secretario de Estado de Richard Nixon y Gerald Ford, fue aún más claro. “Creo que el gobierno de Argentina ha hecho un trabajo excepcional en la aniquilación de las fuerzas terroristas”. El embajador estadounidense en Buenos Aires envió un largo informe en el que hablaba con extrema preocupación sobre las declaraciones de Kissinger. “Existe el peligro de que los argentinos puedan usar las expresiones de elogio como una justificación para empeorar ulteriormente la posición sobre los derechos humanos”, dice el diplomático en el documento. Y en Washington se enfurecieron. “Lo que me preocupa –escribió Robert Pastor, del Consejo de Seguridad Nacional- es su aparente deseo de hablar en contra de la política de derechos humanos de la administración Carter”.

La primera lectura de los documentos, sigue diciendo Somoza, arroja más luz sobre algunos casos emblemáticos de secuestros y torturas de opositores políticos «como los del sindicalista y docente Alfredo Bravo y del periodista Jacobo Timmerman: ahora estamos seguros de que la embajada estadounidense estaba al tanto de todo». Se desprende también la insistencia con la que tanto Videla como Massera intentaban, sin lograrlo, una relación política con Carter.

Un atento estudio del archivo permitirá aclarar mejor muchos aspectos que permanecían en la sombra, pero algunos secretos por el momento parecen destinados a seguir siendo tales. Y no se trata de asuntos secundarios. En todas las cartas reveladas hasta el momento por diversas fuentes, a excepción del “archivo del terror” que se encontró en Paraguay, sobre el modus operandi del Plan Cóndor (la coordinación de los Servicios Secretos  de las dictaduras para eliminar a los opositores), «siempre faltan los datos referidos a los canales de financiamiento –sugiere Alfredo Somoza-, de provisión de armas, de apoyo político a nivel internacional (la Argentina de Videla nunca fue condenada en la ONU). Faltan también dolorosamente los archivos de la dictadura con la “contabilidad” de las desapariciones forzadas, que se sabe que existen (o por lo menos existían), pero nunca fueron encontrados». Los documentos desclasificados demuestran también que Carter consideró la posibilidad de pedirle al Papa Juan Pablo II que interviniera ante la Junta Militar. Un largo cable confidencial de septiembre de 1980 a los diplomáticos en Roma señala que “el Vaticano podría ser el abogado más eficaz” de los desaparecidos ante las autoridades argentinas. Sin embargo, el documento no revela si se concretó el contacto con la Santa Sede.

Pero precisamente de Roma se está esperando una ayuda por voluntad del Papa Francisco, protagonista de episodios heroicos gracias a los cuales muchos perseguidos pudieron ponerse a salvo. Se está trabajando en la catalogación y posterior apertura del archivo vaticano relativo a los años de la dictadura argentina. Somoza está seguro: “Por fin podremos leer el cuadro político completo de una de las operaciones criminales más logradas después de la Segunda Guerra Mundial. Una masacre que fue posible gracias al contexto histórico y muchas complicidades».

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