DESTROZADOS POR LA BESTIA. Cinco centroamericanos cuentan cómo fueron mutilados por el “tren de la muerte” en su viaje hacia los Estados Unidos

Historias que uno no quisiera escuchar
Historias que uno no quisiera escuchar

El “Tren de la muerte” hace honor a su nombre. Pero los desesperados que escapan de la pobreza y la violencia no tienen muchas opciones. Cuando el convoy pasa a la distancia justa, tratan de saltar sobre él, y comienza un viaje que desde el límite con Guatemala los llevará a la frontera con México y después a los Estados Unidos. Para muchos de ellos, sin embargo, el recorrido termina mucho antes, porque permanecer sobre el techo de los vagones durante tantas horas no es fácil. “La bestia”, otro de los nombres que tiene el tren, no se deja domar fácilmente.

Muchos caen y mueren, aplastados sobre las vías. Otros pierden piernas o brazos, como los cinco mutilados, todos provenientes de Honduras, entrevistados hace unos días por el diario “El Nuevo Herald”. Ellos lanzan una petición directamente a la Casa Blanca, para que ayude a miles de centroamericanos a los que el tren de la muerte ha perdonado la vida, pero a un precio muy alto: en efecto, en su apelación hablan de 713 mutilados solo en su país, aunque hacer un cálculo, entre datos oficiales y previsiones realistas, parece realmente una empresa imposible.

Para José Luis Hernández, de 30 años, las dificultades comenzaron incluso antes: «Cruzando Guatemala, me empezaron a extorsionar, y entrando a Tapachula  en México las extorsiones siguieron, por parte de grupos criminales muy bien armados que exigen dinero para dejarte pasar». La tierra prometida parecía cada vez más lejos, y sin embargo veinte días después José Luis se encontró delante del tren con dirección a Estados Unidos. Un tren en movimiento, claramente, sobre el que debía saltar mientras pasaba: las comodidades son para los pasajeros, no alcanzan a los clandestinos. «Al tratar de subir –relata al periodista Alfonso Chardy- me desmayé y caí y las ruedas del tren cercenaron mi pierna derecha y mi brazo derecho». José Naín tenía apenas 20 años cuando, en el año 2000, cayó del tren perdiendo la pierna derecha. Lo mismo que Norman Valera, de 45 años, que hace 11 fue sorprendido por un “agente de inmigración” (así lo llama): «Cuando me golpeó, yo caí debajo del tren. En ese momento el tren comenzó su marcha, arrancándome mi pierna derecha, y yo le gritaba al agente que por favor detuviera el tren. El tren me arrastró como 60 metros. El señor de migración solo tenía una sonrisa, y se alejó de mí, dejándome ahí».

Era el año 2005. Tres años antes las ruedas del tren habían mutilado el pie derecho de José Alfredo Correa Santos, hoy de 39 años. Subir al tren mientras se escapa de agentes armados puede tener esta consecuencia. Freddy Omar Vega Ardón de 37 años, casi lo había logrado, y estaba ayudando a un amigo a subir al techo de la “Bestia”: «No le aguanté el peso y caí. La rueda me destruyó el pie izquierdo».

Los cinco mutilados, junto con otros hombres que comparten sus historias y sus sufrimientos, están siendo acompañados por la “Organización Hondureña Francisco Morazán”, dirigida por Francisco Portillo, para denunciar en encuentros públicos los dramas provocados por el Tren de la muerte. Encontrar un trabajo y llevar una vida digna, hoy resulta todavía más difícil que cuando abandonaron su país. Por eso tratan de reunir fondos a través de la “Asociación de migrantes retornados con discapacidad”. La asociación de los que buscaban la tierra prometida y vieron la muerte cara a cara.

Todavía llevan la marca, a la vista.

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