¿QUIÉN ES MÁS PELIGROSO PARA AMERICA LATINA? La inmigración , el comercio y los derechos humanos en el centro del debate en las elecciones presidenciales de Estados Unidos

Vistos desde México
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Faltan pocos meses para que se celebren las elecciones que darán un nuevo presidente a los Estados Unidos de América. Los analistas de todo el mundo están reflexionando sobre las consecuencias que la eventual victoria de uno u otro contendiente podrían acarrear a nivel internacional. Como es natural, también en América Latina se plantea de qué manera podría cambiar la suerte del hemisferio occidental si asume una presidente como Clinton o uno como Trump. Visto el tono abiertamente xenófobo que ha adoptado este último al tratar el doloroso tema de la inmigración desde México, no asombra que precisamente aquí el debate sea mucho más encendido que en otras partes y que predomine la crítica contra Trump. Un ejemplo de ello es el artículo recientemente publicado por el escritor Sergio Muñoz Bata en la revista Letras Libres con un título muy significativo: “¿Ruptura o continuidad? El futuro de la relación entre EUA y América Latina. El autor, considerando la dificultad para hacer previsiones en base a declaraciones programáticas que en muchos casos pueden ser desmentidas por los hechos, trata de imaginar cuál podría ser la actitud de los dos candidatos sobre tres temas fundamentales para las relaciones entre Estados Unidos y México: la inmigración, el comercio y los derechos humanos. Mientras en el primer punto las declaraciones de Trump no parecen ofrecer alternativas a quien se proponga afrontar el argumento según una perspectiva razonable y humanitaria, en lo que respecta a la cuestión del comercio bilateral es mucho más difícil asumir una posición neta. Ambos candidatos, en efecto, han manifestado su desacuerdo con el tratado vigente de libre comercio (NAFTA/TLC), cada uno a su manera: Muñoz Bata no duda en definir como “mafioso” el estilo adoptado por Trump en ese tema, pero al mismo tiempo no se le escapa que la actitud crítica de Clinton sobre el NAFTA está dictada por razones electorales, vale decir, la necesidad de tomar en cuenta las posiciones de los sindicatos, tradicionalmente cercanos al Partido Demócrata y muy fuertes en algunos Estados clave, más que por una voluntad real de alterar el statu quo. Cualquier cambio que aportara Clinton al NAFTA, entonces, sería probablemente solo “cosmético”. En cuanto a los derechos humanos, Muñoz Bata no puede dejar de constatar que Estados Unidos nunca se opuso de una manera clara y terminante a las sistemáticas violaciones que se producen en muchos países del hemisferio. Ese cuadro desolador no cambiaría sustancialmente ni con Clinton ni con Trump. Lo que no impide, por otra parte, que el autor no tenga dudas sobre el hecho de que la primera, al fin de cuentas, sería la mejor opción.

Sin embargo, en México también hay otras voces que sostienen una opinión completamente diferente, como el periodista Arsinoé Orihuela Ochoa, autor de un editorial publicado en La Jornada (edición local de Veracruz) el 30 de mayo de 2016 con el título “El rompecabezas continental. Por qué Clinton es más peligrosa para América Latina que Trump”. Sus reflexiones parten de una crítica bastante radical contra el masivo coro de voces que tanto en Estados Unidos como en el exterior se han levantado contra Trump. Al respecto, Orihuela subraya el hecho de que Trump – pese a ser “un personaje pedestre e impresentable” – solo está capitalizando el descontento creado en las clases sociales inferiores por las mismas elites que lo atacan, y que en el fondo comparten (sin admitirlo) los mismos prejuicios contra los mexicanos, los afroamericanos y los pobres. La razón por la cual Clinton sería más peligrosa que Trump, sin embargo, es otra, y no tiene tanto que ver con los programas electorales y las declaraciones oficiales sino más bien con la trayectoria desarrollada en el contexto latinoamericano por la candidata demócrata, primero como first lady (junto a su marido Bill Clinton), luego como senadora y por último como Secretaria de Estado. El balance que traza Orihuela en este sentido lo lleva a hablar sin medios términos de una verdadera “historia de criminalidad”.

Lo que más pesa en el curriculum de Clinton es el rol activo que desempeñó en la promoción del “Plan Colombia”, el potente programa de ayuda militar proporcionado por Estados Unidos al gobierno colombiano a partir del año 2000 para combatir el fenómeno del narcotráfico y la guerrilla de las FARC. Lejos de lograr los objetivos propuestos, el plan contribuyó de manera decisiva a lo que Greg Grandin, profesor de Historia de la New York University, definió, en un reciente artículo publicado en The Nation, como “la paramilitarización de la sociedad”, vale decir, el incremento innecesario de la violencia y los homicidios en contra de todos los opositores políticos del gobierno, incluyendo sindicalistas y campesinos, que muchas veces se calificaron como guerrilleros para justificar su asesinato. El hecho de haber reivindicado con orgullo la paternidad del “Plan Colombia” durante la campaña para las primarias demócratas, subrayando además la necesidad de exportar ese modelo a toda América Central, le valió a Clinton en noviembre del año pasado la crítica de Daniel Robelo, investigador de Drug Policy Alliance, organización no gubernamental en cuyo board figura también el magnate de las finanzas George Soros (actualmente uno de los grandes financiadores de la campaña presidencial de Clinton). En esa oportunidad Robelo, desde su blog en el Huffington Post, recordó las innumerables violaciones de derechos humanos de las que fueron responsables – en el contexto del plan de ayudas militares – los soldados estadounidenses, a menudo incorporados como contractors en los escuadrones paragubernamentales. Los resultados igualmente funestos que supuso para México la aplicación de un plan como éste a partir de 2007 hace que resulte doblemente absurdo, para el analista de la Drug Policy Alliance, que Clinton se proponga extender este tipo de colaboración a otros países de la región.

Pero ese no es el único aspecto criticable de lo que hizo Clinton en la región. El mismo Grandi, en su “Guía electoral de las políticas de Hillary Clinton en América Latina” (A Voter’s Guide to Hillary Clinton’s Policies in Latin America), destaca la responsabilidad de la candidata en el apoyo a golpes de Estado “constitucionales” – la destitución de líderes democráticamente elegidos por medio de procedimientos de naturaleza formal – en Honduras y Paraguay. Clinton también contribuyó de manera determinante a imponer políticas de corte neoliberal que en países como El Salvador y sobre todo Haití pusieron de rodillas a la agricultura local, mientras en otros como México llevaron a una brusca reducción de los salarios en el sector industrial, dictada por exigencias de competitividad. Los instrumentos principales de estas políticas fueron los tratados de libre comercio y las privatizaciones. Sobre el tratado de libre comercio con Colombia pesa además la sombra de un conflicto de intereses que habría llevado a Clinton – quien en 2008, durante la campaña electoral, se había declarado contraria a la introducción del tratado – a apoyarlo debido a las presiones de la compañía petrolera canadiense Pacific Rubiales, cuyo fundador, Frank Giustra, forma parte ahora del board de la Clinton Foundation. En el contexto panameño, la posición de Clinton no parece ser precisamente lineal, ya que en un primer momento se opuso – siempre durante las primarias demócratas – al tratado de libre comercio entre Panamá y Estados Unidos y posteriormente, como Secretaria de Estado, lo apoyó con resultados exitosos. Es útil destacar que el tratado hizo mucho más fácil para los ricos de medio mundo ocultar o reciclar dinero en el pequeño Estado, como ha demostrado recientemente el escándalo de los Panama Papers.

Con este panorama, si la conclusión de Orihuela parece despiadada – “Hillary es la condición de la posibilidad de alcanzar un consenso continental oligárquico, de establecer un orden regional unificado profundamente derechizado donde la neoliberalización y la reedición de la criminal doctrina Monroe arrollarían sin obstrucciones”. – la del historiador de la NYU es lapidaria: “Las experiencias de Clinton en América Latina no demuestran simplemente el fracaso del clintonismo aplicado a una determinada región, demuestran el fracaso del clintonismo tout court”. [“Clinton’s record in Latin America reveals the failure not just of Clintonism as it is applied to a specific region. It rather reveals the failure of Clintonism.”]

Tanto si se trata de Trump como si se trata de Clinton, hoy como nunca la elección del “mal menor” resulta una dura tarea para los electores, de cuyas decisiones depende el futuro no solo de Estados Unidos sino también de muchos otros países, más o menos cercanos. De males, de todos modos, parece tratarse en ambos casos.

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