ARGENTINA. ENCONTRARON AHORCADO A UN SACERDOTE QUE LUCHABA CONTRA EL NARCOTRÁFICO. Juan Viroche era párroco de una iglesia en la provincia de Tucumán

Juan Heraldo Viroche, 46 años
Juan Heraldo Viroche, 46 años

Un sacerdote de 46 años del norte argentino a quien encontró ahorcado la mujer encargada de la limpieza, en la sacristía de la iglesia Nuestra Señora del Valle de La Florida, a menos de 20 kilómetros de la ciudad de Tucumán. Cabe agregar que el padre Juan Heraldo Viroche era de los que no solo alzaban la voz contra el narcotráfico sino que trabajaba activamente para rescatar a los jóvenes de su zona de las garras de los pequeños narcos locales, subordinados de otros más grandes. Para la multitud de vecinos desconcertados y aturdidos que se reunió delante de la humilde casa parroquial cuando se difundió la noticia, no hubo ninguna duda, y hablaban abiertamente de asesinato mafioso. Y cuando los forenses que acudieron a la escena consideraron que el cuerpo no presentaba signos de golpes o forcejeos y que las puertas estaban cerradas desde el interior de la habitación, primero comenzaron a comentar entre ellos y después reaccionaron con rabia. La autopsia que ordenó la fiscalía de Tucumán dirá algo más dentro de algunas horas.

El mismo sacerdote hace apenas un mes, el 9 de septiembre, había “posteado” un largo mensaje en su página de Facebook en el que habla de que “vienen tiempos difíciles”, del “robo de la corona de la Virgen” en la iglesia donde es párroco y que la misma policía afirmó que en realidad “fue una amenaza disfrazada de robo”, de la creciente inseguridad, de la venta de drogas que va en aumento, de “las mentiras de quienes pueden sentarse a la mesa y dialogar buscando una solución y no se hacen presente, porque el interior [de la Argentina] muchas veces sólo sirve para tiempo de elecciones”. Amenazas, desaliento y, agregan las personas más cercanas, el pedido de ser trasladado, cosa que nunca ocurrió.

 “Son momentos difíciles”, comenta el padre José María di Paola, quien en 2009 debió dejar la villa de emergencia de Buenos Aires donde vivía debido a las amenazas de los narcotraficantes. El padre Pepe explica que no conoce el contexto de la muerte de Juan Viroche, pero comprende que “un sacerdote que trabaja en un barrio puede  sentir que afronta problemas tan grandes, cuya solución requiere que actúen personas tan importantes, que vive una situación de impotencia”. Pero también conoce por experiencia propia las amenazas de los que pretenden tener campo libre para traficar esas sustancias asesinas que enriquecen a unos pocos. “Mensajes mafiosos”, los llama, “que vienen de la oscuridad y tienen algo de diabólico”.

En el largo escrito, casi un testamento, que confió a la red, Juan Viroche recuerda dos episodios inquietantes que ocurrieron en el territorio de su parroquia: el operativo comando que permitió la evasión de un detenido en la comisaría local de Delfín Gallo, quien escapó después de atacar a los policías que lo custodiaban, y el asesinato a golpes de un joven. “Constantemente hay robos de motos, celulares y más venta de drogas”, observa el sacerdote, y a continuación hace una sombría afirmación: “No soy profeta de calamidades pero esto está poniéndose muy feo”. Ha ocurrido lo peor, y de nada valió que, como dicen sus allegados, le hubiera pedido a monseñor Alfredo Zecca, arzobispo de Tucumán y  ex rector de la Pontificia Universidad Católica Argentina, que lo trasladara porque había recibido amenazas.

Una situación análoga a la que vivió el padre Pepe, pero que terminó de otra manera para el sacerdote protegido por Bergoglio. “Después de las amenazas, Bergoglio no me pidió que me fuera”, aclara Di Paola. “Fui yo quien se lo propuso. Él dijo que le parecía razonable por la presión que estaba viviendo en ese momento. Me dejó la libertad absoluta de decidir. Me ofrecí para pasar a otra parroquia de Buenos Aires, pero pensé que tal vez era mejor irme al norte y bien lejos de la capital, como misionero. En esto Bergoglio se comportó como un verdadero pastor”.

Los argentinos medianamente informados de lo que ocurre en América Latina han asociado la muerte de su compatriota Juan Viroche con las muertes recientes de otros sacerdotes, tres para ser exactos, que ocurrieron en México en rápida sucesión hace pocos días. Son los últimos que registran las crónicas, porque las estadísticas implacables del Centro Multimedial de la arquidiócesis de Ciudad de México hablan de 15 sacerdotes asesinados en cuatro años.

A propósito de México, la muerte de Juan Heraldo Viroche evoca el fantasma que en un tiempo agitaba el Papa Francisco. “Ojalá estemos a tiempo de evitar una mexicanización” dijo en febrero del año pasado en un mail dirigido al argentino Gustavo Vera, amigo y responsable de la fundación “La Alameda”. José María Arancedo, Presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, declaró poco después que “el país se está transformando en un campo de batalla entre narcos y eso es inaceptable”, y habló abiertamente de “complicidad” y “corrupción” de funcionarios – estaba en el gobierno la señora Cristina Kirchner – “que están creando en Argentina una situación similar a la de México y Colombia”.

La palabra “mexicanización” en boca del Pontífice argentino chocó tanto al gobierno mexicano que puso en movimiento a las dos diplomacias, la del presidente Peña Nieto y la que dirige el Secretario de Estado Pietro Parolin, para recomponer las grietas que se habían abierto. Tiempo después el Papa Francisco volvió sobre el tema con palabras no menos fuertes, en la entrevista concedida a la pequeña revista de una villa de Buenos Aires, “La Cárcova news”: “Hay países que ya son esclavos de la droga”, dijo. “Lo que más me preocupa es el triunfalismo de los traficantes. Esta gente ya canta victoria, siente que ha vencido, que ha triunfado. Y eso es una realidad. Hay países, o lugares, donde todo está bajo la droga”.

“Lo que nos interesa en la Comisión de Drogadependencia”, declara Pepe di Paola, coordinador de la misma, “es el compromiso del padre Viroche por un Tucumán sin droga y sin violencia, y no solo el último instante de su vida. Y que se haga justicia. Que se vaya hasta el fondo si alguien lo mató, o si lo obligaron a matarse, porque las mafias de la droga pueden usar mecanismos diabólicos de extorsión”.

Y como responsable de la Comisión para la lucha contra la toxicodependencia de los obispos argentinos convoca a todos, sacerdotes y laicos, a una misa en el Santuario “del pan y del trabajo” de San Cayetano, en Buenos Aires.

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