Los italianos todavía abandonan el Bel paese y lo hacen en primer lugar, en términos absolutos, para irse a Argentina y a Brasil. Si bien en términos porcentuales el resto de Europa es ahora la meta preferida y América Latina en su conjunto retrocede. Estos son solo algunos datos elegidos entre los muchos que contiene el grueso libro 2016 del Informe sobre italianos en el mundo que publica desde hace once años, cada doce meses, la Fundación Migrantes, organismo pastoral de la Conferencia Episcopal Italiana.
El dato más vistoso es que, mientras a nivel público se habla solo de la “avalancha” migratoria hacia el Viejo Continente, tema que ocupa un lugar destacado en toda campaña electoral y que siempre termina aportando votos a los partidos populistas y xenófobos, la Vieja Italia descubre que todavía es un país de altos índices de emigración y hasta tiene un saldo negativo en 2015 entre emigrantes e inmigrantes. Al 1 de enero de 2016 la lista de inscriptos en el Aire (Anágrafe de los italianos residentes en el exterior) tuvo 174.516 unidades más que 2014, llevando el número de expatriados a rozar el 8% con respecto a los residentes en Italia. Esta cifra equivale a 4,8 millones en total, de los cuales 1,9 se encuentra en las Américas, con amplia mayoría en la Latina.
En valores absolutos, las principales variaciones, como decíamos, se registraron en 2015 en Argentina (donde los italianos residentes aumentaron en solo doce meses 28.892 unidades) y en Brasil, con 20.427 unidades, países seguidos a distancia por el Reino Unido, Alemania, Suiza, Francia, Estados Unidos y España.
Los residentes en Argentina inscriptos en el Anagrafe (Registro Civil) consular italiano se están acercando al millón: en 2015 eran 900.592 (+17,4% respecto de 2011); en el cuarto lugar (después de Alemania y Suiza), Brasil, con 456.115 inscriptos (+26,8% respecto de 2011).
El Informe 2016 de Migrantes, con más de 500 páginas, no es solo un árido aunque significativo elenco de números y tablas. El documento de la CEI analiza también la calidad de esta presencia italiana en el exterior y algunos de los frutos que han madurado en esta secular historia. Uno de los análisis más interesantes es el de Alicia Bernasconi sobre el último siglo y medio de presencia italiana en Buenos Aires, con particular atención a la presencia lígure, sobre todo genovesa, en el barrio de La Boca. Otros capítulos están dedicados a las históricas presencias italianas en Mar del Plata, Porto Alegre, Sao Paulo, Lima y Santiago de Chile, donde el undécimo cuerpo de bomberos está constituido solamente por voluntarios con apellidos italianos y donde es histórica la presencia de los salesianos con sus escuelas y de los escalabrinianos con un instituto de defensa de los derechos humanos de los nuevos inmigrantes.
Números e historias que demuestran que el fenómeno migratorio, como dijo monseñor Guerino Di Tora, presidente de la Fundación Migrantes, durante la presentación del estudio en Roma: “no es episódico sino epocal”. El mundo occidental, preocupado hoy por construir muros a impulsos de movimientos xenófobos para defenderse de la oleada migratoria, debe interrogarse seriamente sobre sus propios flujos migratorios y sobre la integración de pueblos y culturas diversas, que no debe ser programática sino que ya está presente en los hechos concretos, como puso de relieve Mons. Di Tora.
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