EL ÚLTIMO CRISTERO. Casi al mismo tiempo que el Papa declara santo al beato Sánchez del Río, muere en México Macías Villegas, el último soldado de la insurrección cristera

Juan Daniel Macías Villegas. Foto Alejandro Moreno Merino
Juan Daniel Macías Villegas. Foto Alejandro Moreno Merino

Casi al mismo tiempo que el Papa Francisco declara santo al joven José Sánchez del Río, murió en México Juan Daniel Macías Villegas, conocido por ser el último sobreviviente de la Guerra Cristera, en el estado mexicano de Jalisco, donde la sublevación católica a principios del siglo pasado alcanzó mayor fuerza. El cristero Macías Villegas, como llamaban despectivamente a los rebeldes los federale a las órdenes del presidente Elías Plutarco Calles, había cumplido 103 años. Haciendo un rápido cálculo, en el momento de la sublevación armada de 1926, Juan Daniel Macías Villegas debía tener 13 años, como el beato que dentro de pocos días será proclamado santo, José Sánchez del Río. Cuando se firmaron los arreglos en junio de 1929, que desarmaron a la mayoría de los cristeros sublevados, Macías Villegas todavía no era mayor de edad. Vivió toda la Guerra Cristera, y también la convulsionada posguerra y la reanudación de las acciones que emprendieron algunos grupos de insurgentes que se sintieron traicionados por los acuerdos. La escueta biografía que se conoce de Macías Villegas dice que nació en un poblado del municipio de San Julián llamado Rancho de los Palos Verdes, a poco menos de 150 kilómetros de la capital de Jalisco, Guadalajara. Fue bautizado por un sacerdote llamado Narciso Elizondo, el mismo que le impartió la bendición, como era la costumbre, cuando en plena adolescencia Juan Daniel decidió unirse a los insurgentes de la “banda” liderada por el ya famoso general Victoriano Ramírez, llamada “Escuadrón de los Dragones del ‘14”. Participó en varias acciones militares en el territorio de Los Altos de Jalisco y Guanajuato, donde los cristerios alcanzaron numerosos triunfos. Cuando volvió a comenzar la cristiada en 1935, porque el gobierno de Plutarco Calles incumplió los acuerdos, Macías Villegas siguió en armas hasta 1937, en la que fue llamada “segunda cristiada”. Esta vez estuvo a las órdenes de Lautaro Rocha, miembro de la Acción Social Católica, a quien el mismo Gorostieta ascendió al grado de general. Cuando terminó la guerra, Juan Daniel Macías Villegas se adaptó a la paz en la comunidad rural de San Julián, donde murió siendo productor de leche y criando animales.

Con Macías Villegas, el último cristero, desaparecen los testigos directos de una página de historia heroica y controvertida de México en el umbral de la modernidad. Pero hay alguien que jugó una carrera contra el tiempo para salvar la memoria de estos soldados anónimos que no quisieron ver pisoteada su fe por un gobierno abiertamente anticatólico. Es un historiador de nacionalidad francesa que llegó a México a los 22 años, en la década del ’70, para completar la tesis final que debía coronar sus estudios en La Sorbona. Jean Mayer terminó radicándose en el país de los cristeros, “conquistado” –así me dijo en una oportunidad- precisamente por aquellos “contrarrevolucionarios antimodernos” que había ido a estudiar, y no precisamente por simpatía, sino todo lo contrario, partiendo “de un punto de vista personal hostil a los cristeros”.

La profundización que fue realizando, con documentos escritos -muchas veces arrancados de manos de sus dueños con la tenacidad de un cazador-, pero también –y sobre todo- con encuentros con cientos de sobrevivientes de la guerra cristera -y probablemente con el mismo Macías Villegas-,  cambió radicalmente el enfoque inicial,  tanto desde el punto de vista del investigador científico como personal. Hay que escuchar cómo habla el historiador Mayer de los cristeros para comprender cabalmente cuánto influyó esta gente en sus hipótesis de investigación, pero también en sus convicciones más profundas y por tanto en su vida personal. Para expresarlo con sus mismas palabras, los cristeros, que hoy están muertos, “se convirtieron en un anuncio de vida, me hicieron abrir los ojos sobre aquello a lo que tendemos eternamente”.

Si hoy la guerra de los cristeros ha dejado de ser tabú en México, el mérito también es suyo. Y ese “también”, en este caso, tiene las dimensiones del gigantesco monumento al “Ángel de la Independencia” en la famosa Avenida Reforma de la capital mexicana.

Hace años le pregunté a Mayer cuánto había “pesado” realmente el factor religioso en la sublevación, según las investigaciones que estaba realizando,. Me respondió que no era el único, pero que “el conflicto estalló por un bien religioso conculcado, un bien material muy concreto como era el ejercicio de la fe y de la devoción”. Para algunas personas –me explicó- “el factor religioso fue la única razón que los llevó a levantarse en armas; para otras, la persecución religiosa fue un pretexto: hubo bandidos, políticos y también revolucionarios que en aquel momento habían sido derrotados o marginados y que vieron que el conflicto religioso era la oportunidad para tener una revancha. Algunos –pocos, a decir verdad- fueron a luchar con los cristerios sin ser siquiera cristianos. Pero para muchas personas, muchísimas diría, la suspensión del culto fue la gota que colmó el vaso: gente que desde hacía muchos años sufría por el caos de la revolución mexicana y que seguiría sufriendo, aunque no se hubiera rebelado, y otros que hasta ese momento no se habían movilizado u organizado de ninguna manera, ni mucho menos se habían alzado en armas; para ellos el factor religioso fue decisivo”.

Mucho después, cuando se produjo cierto movimiento de reivindicación de la epopeya cristera con revisiones, libros y películas, le pregunté a Mayer qué pensaba de aquel revival. Respondió con cautela. “Hay reapropiaciones y reapropiaciones, así como hay memorias culturales y memorias culturales. Solamente digo: cuidado con la llamada recuperación de la memoria cultural. Hay una memoria cultural que se busca para transmitir el enfrentamiento, para perpetuar la lucha en el presente, no para terminar con las raíces del conflicto. No estoy a favor del olvido, y puedo decirlo con tranquilidad de conciencia porque como historiador he trabajado para que los cristeros ocuparan el lugar que les corresponde en el siglo XXI y en la historia de la Iglesia; pero del mismo modo no quiero que esta memoria cultural sirva para dar pie a una cultura del conflicto y de la división entre los mexicanos. La gran guerra duró desde el verano de 1926 hasta el verano de 1929 y se prolongó después en una guerrilla interminable durante diez años más. La cristiada fue una prueba terrible para el pueblo mexicano, fueron terribles los sufrimientos de nuestros padres, abuelos y bisabuelos. Si bien es justo que la memoria cultural deba conocer, conservar y también transmitir estos hechos, no debe sin embargo cultivar el odio y el rencor”. Jean Mayer advertía en las manifestaciones de recuperación de la memoria histórica sobre la insurrección de los cristeros el riesgo de fomentar divisiones ideológicas. “Concretamente el peligro de que ciertas facciones de la derecha nacional reivindiquen a los cristeros. Yo creo que sería muy triste, porque no corresponde a la realidad histórica y también porque le daría la razón –a posteriori- al Gobierno que en aquellos años perseguía a la Iglesia. Porque a los descendientes de aquellos dirigentes revolucionarios de la época les resultaría muy oportuno poder decir: ¿ven quiénes los reivindican? Teníamos razón, eran de derecha, eran protofascistas, eran contrarrevolucionarios, eran defensores del latifundio; incluso algunos llegaría a decir que eran antisemitas o nazis, cuando el Nazismo todavía no existía. Mientras que yo insisto en que los cristeros eran gente agredida que tuvo una reacción de legítima defensa”.

Durante mucho tiempo a los cristeros –lamenta Meyer- “se les negó la justicia, la gloria y la historia”. El Papa Francisco, honrando a José Sánchez del Río con la santidad, restituye la gloria y la justicia a esta rebelión católica hoy mejor conocida pero no suficientemente comprendida.

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