“YO ERA LA CARTA”. El cardenal cubano Jaime Ortega revela el rol que desempeñó en la caída del “muro del Caribe”, el histórico acercamiento entre Estados Unidos y Cuba

El primer encuentro entre Obama y Castro el 17 de abril de 2015 (Efe). En el recuadro el cardenal Jaime Ortega
El primer encuentro entre Obama y Castro el 17 de abril de 2015 (Efe). En el recuadro el cardenal Jaime Ortega

La gestión del papa Francisco en 2016 para lograr el acercamiento entre los gobiernos de Cuba y Estados Unidos, que tuvo como consecuencia directa el restablecimiento de relaciones entre ambos países, contó con la eficaz colaboración del cardenal Jaime Ortega, entonces arzobispo de La Habana, en una misión diplomática que fue clave para el éxito de aquella negociación. Se hablaba en un inicio de las cartas enviadas por el Papa a los presidentes Raúl Castro y Barack Obama a través del Cardenal, pero en ningún momento se había hecho público su contenido. Espacio Laical solicitó al cardenal que, de ser posible, le facilitara copia de las cartas para publicarlas, dado el gran interés despertado ante el sorprendentemente rápido desarrollo de los acontecimientos. La respuesta del cardenal fue inesperada: “Eran unas notas de presentación. Yo era la carta”. El cardenal Ortega prepara un libro donde describe detalladamente aquel proceso y el papel por él desempeñado. En una conferencia que dictó el pasado 16 de septiembre en la ciudad de Nueva York, en un evento organizado por la ONG Concordia, ofreció las primicias de esa esperada información, y ha accedido gentilmente a que las publiquemos. A continuación el texto de su conferencia:

“Gustoso acepté la invitación de Concordia cuando comprendí que se trataba de un encuentro en el cual se buscaba una valoración de la importancia del diálogo y la diplomacia para proponerlos como acciones posibles y eficaces al mundo del siglo XXI en el que tantos conflictos y enfrentamientos persisten y aún se agravan en este primer tercio de siglo.

Considero justo que el tema de las relaciones diplomáticas entre los Estados Unidos y Cuba sea considerado en el marco de las reflexiones de Concordia, pues se hace paradigmático para los serios propósitos conciliadores de esta Organización. Como tal lo expresó el papa Francisco en su discurso al Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede el día 12 de enero del año 2015. Allí dijo el Papa: “Un ejemplo que aprecio particularmente de cómo el diálogo puede verdaderamente construir y edificar puentes, es la reciente decisión de los Estados Unidos y Cuba de poner fin a un silencio reciproco que ha durado medio siglo, y de acercarse por el bien de sus ciudadanos”.

No vaciló el Papa en pedir que otras naciones envueltas en cualquier tipo de conflicto siguieran el ejemplo de Cuba y de Estados Unidos en el uso de la diplomacia y el diálogo. El Papa estaba haciendo una propuesta a escala mundial ante embajadores y otros diplomáticos de diversas naciones acreditados ante la Santa Sede. Entre algunas de ellas persistían o se daban conflictos antiguos o recientes.

Estoy precisamente entre ustedes por la decisión del papa Francisco de hacerme participe de un diálogo ya iniciado entre Cuba y los Estados Unidos. El Santo Padre se dirigió a mí para asignarme un rol específico en la evolución de aquellas negociaciones.

Estamos en presencia de un Papa latinoamericano, y el conflicto a superar envolvía a Cuba como parte de América Latina y su persistencia dañaba las relaciones de Estados Unidos con el continente latinoamericano.

No es de extrañar que habiéndose iniciado negociaciones secretas entre Cuba y Estados Unidos, que se extendían ya desde el año 2013, llegados a un punto de su desarrollo, el gobierno de Cuba pidiera al Papa, a través de los canales diplomáticos adecuados, una intervención ante el gobierno norteamericano a favor del mejoramiento de las relaciones entre los dos países.

Por otra parte, en noviembre de ese año 2013 la analista y politóloga Dra. Julia Sweig me visitó en La Habana para comunicarme el deseo del presidente protempore del Senado, Patrick Leahy, de que en aquel momento debía entrar el papa Francisco en la escena de un probable acercamiento entre Cuba y Estados Unidos. Añadió la analista que la causa de esto era que el clima de la Casa Blanca hacia Cuba había cambiado, quizás en un 50%, a favor de una mejoría de las relaciones de Estados Unidos con Cuba. La propuesta concreta que hacía el senador a través de la Dra. Sweig era una intervención humanitaria del papa Francisco dirigida a Raúl Castro en favor del prisionero norteamericano Alan Gross y otra similar dirigida al presidente Barack Obama en favor de los tres prisioneros cubanos que estaban en cárceles de Estados Unidos.

La Dra. Sweig comprendía mis dificultades para acceder a un deseo bien intencionado, pero de difícil realización inmediata. Me dijo entonces que me mantuviera en contacto con ella y que me llegaría algo más preciso en otro momento posterior, y así sucedió. Fue por medio de un visitante de toda su confianza que recibí de Estados Unidos en marzo de 2014 un sobre sellado que contenía una carta personal del Senador Leahy dirigida a mí, escrita en inglés con una traducción impecable al español. En estos términos se expresaba el Senador en su carta:

“He sostenido conversaciones con el presidente Obama, y con oficiales de alto rango en su Administración, sobre las posibles maneras para resolver los casos de Alan Gross y los cubanos restantes del caso de los Cinco, para así dar paso a la normalización de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba. Existen precedentes en ambos países de la liberación de presos extranjeros por razones humanitarias y también en virtud de intereses nacionales de otro tipo”.

“Tengo la esperanza de que, si usted se puede comunicar con el Santo Padre en un futuro cercano, pueda transmitirle el mensaje de esta carta y sugerirle que aborde estos casos cuando se reúna con el presidente Obama el día 27 de marzo, y que lo aliente a resolverlos con urgencia para contribuir a la causa de la reconciliación entre los Estados Unidos y Cuba”.

Pero la carta que el Senador me dirigía tenía fecha 14 de marzo y llegaba a mis manos dos días después. Es claro que no había ningún viaje mío a Roma en el escaso tiempo de algo más de una semana que nos separaba de la visita del presidente Obama al Vaticano, por lo tanto decidí enviar rápidamente a la Secretaría de Estado de la Santa Sede la carta personal del senador Leahy en sus dos versiones, inglés y español. Fue a través de la Nunciatura Apostólica como la hice llegar a la Santa Sede, de modo que el papa Francisco tuviera a tiempo conocimiento de su contenido, antes de la visita del presidente Obama.

Pude comprobar que así sucedió en mi conversación con el papa Francisco que tuvo lugar aproximadamente un mes después de la visita del presidente Obama al Santo Padre. Fui en esa ocasión a Roma para participar el 27 de abril de 2014 en la ceremonia de canonización de los santos papas Juan XXIII y Juan Pablo II. Al final de la ceremonia el Secretario de Estado se aproximó a mí para decirme que el papa Francisco deseaba verme y me adelantó que las autoridades cubanas estaban solicitando del Santo Padre su intervención en un canje de prisioneros.

Yo sabía que las conversaciones secretas que estaban teniendo lugar entre funcionarios de los gobiernos de Cuba y los Estados Unidos estaban centradas en el intercambio de prisioneros. Desde tiempo atrás había recibido visitas de distintos funcionarios norteamericanos que venían a Cuba trayendo en su agenda el tema de la liberación de Alan Gross. Entre ellos el senador Jeff Flake, en varias ocasiones, y el presidente de la Cámara de Comercio de Estados Unidos Thomas J. Donohue. Estos visitantes se entrevistaban siempre con Alan Gross y el senador Flake me informaba que su estado de ánimo era bueno y esperaba que pudiera ser liberado en poco tiempo. No me extrañó, pues, que se mencionara por parte de las autoridades cubanas a la Secretaría de Estado, el deseo de que el Papa interviniera en un canje de prisioneros.

Mi entrevista con el papa Francisco fue fijada para el 5 de mayo de 2014 a las 12:10 p.m. en el Palacio Apostólico.

Llegado ese día tuvo lugar el encuentro con el Santo Padre. El papa Francisco me dijo que cuando el presidente Obama lo había visitado, él le había presentado la necesidad de suspender las medidas económicas tan antiguas y duras contra Cuba. El presidente Obama asintió y se refirió al hecho de que esas medidas fueron tomadas antes de él nacer, pero expresó que estaban en manos del Congreso y que no dependían de él. Ante la insistencia del Santo Padre, el presidente Obama expresó que había obstáculos para mejorar las relaciones entre los dos países, que un norteamericano se encontraba preso en Cuba y tres cubanos en Estados Unidos.

El Papa había comprendido en aquel encuentro amistoso con el presidente Obama que algo se podría hacer para “quitar los obstáculos” a que se refería el Presidente, teniendo en cuenta lo expresado por el senador Leahy. De otra parte, el Papa era invitado por el gobierno cubano a entrar en una negociación, ya en curso, que incluía un intercambio de prisioneros. Al abordar este tema dije al Santo Padre que estaba al tanto desde el 2013 de las conversaciones que estaban teniendo lugar entre Cuba y Estados Unidos sobre la puesta en libertad de los presos, pues miembros del gobierno de ese país y otras personalidades que se interesaban en Alan Gross, prisionero en La Habana, me habían visitado y contaban las gestiones que hacían. Algunos de esos visitantes cualificados me decían, refiriéndose a un canje: «Los duros de Estados Unidos dicen que ‘tres por uno, no’».

De lo expresado anteriormente se deducía que las negociaciones habían llegado a un punto donde se necesitaba la acción de alguien que las sacara de cierto estancamiento debido a los “obstáculos” mencionados por el presidente Obama al Santo Padre, y esos obstáculos eran los prisioneros en uno y otro lado. Era necesario desbloquear la negociación. Se acercaba la campaña electoral en los Estados Unidos y el gobierno del presidente Obama terminaría en 2016. Esto ponía a los dos grupos negociadores en situación de urgencia.

En este contexto la figura del papa Francisco, avalada por la tradición mediadora de la Iglesia y la misión propia del papado para procurar la paz, emergía como la instancia ética capaz de llevar adelante aquel proceso negociador, sobre todo teniendo en cuenta las dotes personales de este Papa empeñado en promover el diálogo y facilitar el encuentro entre hombres y pueblos. Este talante del Papa y la relevancia de la diplomacia para superar conflictos fueron explicados limpiamente por el Sustituto de la Secretaría de Estado, Mons. Angelo Becciu, poco tiempo después de hacerse público el acuerdo entre Cuba y Estados Unidos en entrevista concedida a TV2000 a pocas horas del regreso del papa Francisco de Cuba en septiembre de 2015 (entrevista referida por Luis Padilla en Vatican Insider el 16 de marzo de 2016). Dijo Mons. Becciu: “El Papa encantó a los representantes del pueblo cubano y estadounidense… son ellos los que le pidieron al Pontífice que fuera garante de este deseo de negociación, diálogo y encuentro”. “Concretamente vinieron aquí a la Secretaría de Estado a firmar los dos respectivos documentos delante del Secretario de Estado, casi como garante de la palabra que se habían dado entre ellos”. “La acción diplomática, palabra que va más allá del significado tradicional, es comprendida en el sentido del hombre y líder que se ha comprometido con su palabra, con su carisma para conquistar a los dos jefes de estado, ellos pidieron expresamente que el Papa los ayudara. En esto el Papa no se echó para atrás. Y luego, él se sirvió de algunas personas que pudieran cumplir el deseo del diálogo y del encuentro”. Yo fui una de esas personas.

En mi conversación del 5 de mayo de 2014 con el papa Francisco, el Santo Padre delineó, en sus breves consideraciones, el camino a seguir. De sus palabras yo deduje que:

1.         El Papa no consideraba que debía actuar por medio de una simple intervención humanitaria con los dos gobiernos respecto a los prisioneros en los respectivos países (obrando de oficio, a través de las nunciaturas).

2.         El Papa no intervendría en las gestiones para el intercambio de prisioneros de modo directo. Esto correspondía a los dos gobiernos puestos de acuerdo.

3.         El Papa aceptaba la sugerencia del senador Leahy de escribir sendas cartas a los presidentes Obama y Castro.

4.         Pero él enviaría esas cartas por medio de un Cardenal de la Iglesia que las llevaría a cada presidente, y para esto me designaba a mí en el mismo momento de nuestra conversación.

5.         El Papa pretendía el acercamiento entre los dos presidentes, que pudieran hablarse y mantener un diálogo entre ellos dos, no se trataba simplemente de un diálogo entre las dos naciones o gobiernos.

6.         El Santo Padre enviaba a alguien que no solo entregara las cartas, sino que explicara “viva voce” el pensamiento del Papa.

Retorné a Cuba, y todo el proceso de llegar al presidente Raúl Castro y, lo que era más difícil para mí, llegar al presidente Obama, se realizó en condiciones de absoluto secreto. Yo no sabía si la Sección de Intereses de los Estados Unidos en La Habana conocía de estos pasos. El ministro de Exteriores de Cuba solo estuvo al tanto de que había en mis manos una carta del Papa para Raúl Castro que yo debía entregar personalmente. Las cartas del Papa estuvieron en mis manos desde el 25 de junio de 2014, pero la dificultad mayor estuvo en cómo llegar al presidente Obama. Tuve para esto la ayuda de varias personas, como el director de nuestra revista diocesana Palabra Nueva, Sr. Orlando Márquez, que fue mi mensajero para abrir puertas en Estados Unidos, la Dra. Julia Sweig, el asesor de relaciones internacionales del senador Leahy, Sr. Tim Rieser, el jefe de personal de la Casa Blanca, Sr. Denis McDonough, y finalmente, y de forma muy eficiente, el cardenal Theodore McCarrick, arzobispo emérito de Washington. Fue justamente el cardenal McCarrick quien me comunicó telefónicamente el día 11 de agosto de 2014 que el siguiente lunes 17 de agosto tendría el encuentro con el presidente Obama en la Casa Blanca a las dos de la tarde. Una vez que supe la fecha de la cita, la comuniqué al ministro de Exteriores de Cuba, Bruno Rodríguez, pues debía entregar la carta del Papa al presidente Raúl Castro antes de entregar la del presidente Obama.

Era martes en la tarde y yo tenía mi billete de avión para el sábado en la tarde a Panamá para continuar viaje a Washington el domingo en la mañana, con el fin de llegar allí alrededor de las seis de la tarde de ese mismo día. Estábamos en el mes de agosto, el Ministro de Exteriores se encontraba de vacaciones y el presidente Raúl Castro también, pero actuaron rápidamente y el jueves 13 pude entregar la carta del Santo Padre al presidente Raúl Castro. Entregué la carta del Papa al presidente Raúl Castro. Solo el Ministro de Exteriores nos acompañaba. El Presidente recibió con mucho agradado la carta del Santo Padre y mostró en sus palabras de reconocimiento su simpatía por él. Lo describió como la única instancia ética del mundo, y ante mis palabras mostró su disponibilidad para obrar en favor de un mejoramiento de las relaciones con Estados Unidos. Quizás lo más importante de mi misión se produjo cuando el presidente Raúl Castro me pidió que transmitiera de su parte un mensaje al presidente Obama, del cual yo sería portador al llevarle al presidente en la Casa Blanca la carta del Santo Padre.

Cuando llegué la tarde el domingo 16 a Washington llevaba conmigo la carta del Papa y el mensaje oral del presidente Raúl Castro para el presidente Obama.

Al día siguiente, lunes 17, tuve un conversatorio en la Universidad de Georgetown con varios profesores sobre Latinoamérica y la Iglesia. Fui invitado por el Rector a almorzar en la misma universidad. Esa mañana de intercambio académico había sido planeada por el cardenal McCarrick, pues la Casa Blanca quería evitar la publicidad sobre mi visita al Presidente. Mi presencia en Georgetown era una buena razón para cubrir mi estancia en Washington, en caso de haberse conocido. Haber sido absolutamente discretos en guardar silencio sobre estas conversaciones fue el factor fundamental para su éxito.

A las 2 p.m. del día 17 de agosto, en el automóvil del cardenal McCarrick, entramos a los predios de la Casa Blanca y, pasando directamente por algunas oficinas, fuimos hasta el jardín interior donde nos esperaban el jefe de personal de la Casa Blanca, Sr. Denis McDonough, el Sr. Ricardo Zúñiga, asesor principal del presidente Obama para América Latina y director principal para asuntos del hemisferio occidental en el Consejo Nacional de Seguridad, y el Sr. Ben Rhodes, asistente del presidente y su vice-asesor de seguridad nacional. Nos recibieron cordialmente a mí y al cardenal Theodore McCarrick, que me acompañaba. Nos sentamos en el jardín y comenzó una conversación sobre Cuba y los cambios ocurridos en el país mientras esperábamos al Presidente, quien llegó pocos minutos después.

El presidente Obama me saludó con mucha simpatía y me felicitó por mi papel en la liberación de prisioneros unos años atrás. Le agradecí su felicitación y le di las gracias también por recibirme. Le transmití inmediatamente los saludos y el mensaje del presidente Raúl Castro. Quienes conocen el discurso que hizo Raúl Castro en Panamá en la Cumbre de las Américas entre el 9 y el 11 de abril de 2015, pueden descubrir cuál sería la tónica de este mensaje: El presidente Raúl Castro conocía el propósito del presidente Obama de mejorar las relaciones con Cuba, sabía que él no era responsable de la política hacia Cuba que había encontrado ya al llegar a la presidencia y consideraba que el presidente Obama era un hombre honesto, pero que no era únicamente él quien podía tomar las decisiones necesarias en un asunto que dependía de las opiniones de muchos otros. El presidente Obama me dijo que valoraba esas palabras del presidente cubano y expresó que aunque hubiera diferencias entre los dos países era posible mejorar la situación existente y añadió: “valoro mucho las palabras del presidente Castro”. Al recibir la carta del papa Francisco en sus manos y leerla rápidamente, aún de pie, exclamó: “¡que el papa Francisco como Pastor Universal de la Iglesia se preocupe por un asunto tan importante para mi país!”… y, tocando con la mano derecha el texto que sostenía en su izquierda, dijo: “it helps me very much”. Ya sentados, me referí a las propuestas emanadas de mi reunión con el Papa, que él escuchó en silencio. (Zúñiga, en esta parte, hacía de traductor). Al referirme a los prisioneros en ambos países dijo el presidente: “veremos qué se puede hacer”. Terminaba aquí la entrevista. Nos pusimos de pie, hubo fotografías que dije al Presidente quería recibir. Me aseguró que sí, pero las tuve en La Habana solamente una semana antes de su visita a mi país en marzo de 2016. Después el Presidente me saludó muy amablemente e insistió en que saludara al presidente Raúl Castro, expresándole sus buenos deseos, “y dígale que tengo la esperanza de que antes del final de mi mandato las relaciones entre Cuba y Estados Unidos habrán mejorado”. Nos despedimos en el mismo jardín. Mi presencia en la Casa Blanca no sería publicada, me informó Denis McDonough mientras nos acompañaba al automóvil. La entrevista había durado unos cuarenta minutos y yo la consideré muy positiva. La acogida del Presidente, su deferencia respetuosa, pero con mucha simpatía, a la gestión del Papa me inspiraban confianza en el futuro de aquella negociación.

Como le dije al secretario de Estado John Kerry en el encuentro que sostuvimos en la embajada de los Estados Unidos en La Habana, después del acto de izar la bandera norteamericana en los jardines, no solo tuve la extraordinaria posibilidad de ser portador de una carta del Papa a cada uno de los presidentes, sino también de conocer y transmitir a cada uno de ellos el mensaje que el otro le enviaba. Se estaba produciendo así un encuentro triangular cuya línea primordial y básica era el papa Francisco, quien, con su actuar, estaba poniendo en contacto en un alto vértice dos líneas que se abrían como paralelas. Para mí fue este uno de los grandes momentos de mi vida sacerdotal; porque pude constatar privilegiadamente que siempre es posible el acercamiento y el diálogo, y era eso lo que mi fe cristiana me había inspirado siempre en mi ministerio como Pastor. Al mismo tiempo, al escuchar a estos dos importantes interlocutores en sus mensajes del uno al otro, llegué a la convicción de que, sin estos tres hombres: el papa Francisco, el presidente Obama y el presidente Raúl Castro, el momento que el Sr. Kerry y yo vivíamos en el acto de izar la bandera de los Estados Unidos en su embajada en La Habana, no se habría producido.

Así lo dije al Secretario de Estado, quien asintió, con palabras y gestos, a esta expresión mía.

A mi regreso a Cuba visité al presidente Raúl Castro para hacerle presente el mensaje del presidente Obama y su esperanza en la mejoría de relaciones entre los dos países antes del término de su mandato. Después hubo silencio total y las conversaciones continuaron en Canadá con el Sr. Ricardo Zúñiga al frente de la delegación americana y el coronel Alejandro Castro Espín al frente de la delegación cubana, hasta que el acuerdo se firmara en el Vaticano por representantes de los dos gobiernos ante el Secretario de Estado de la Santa Sede. En esa ocasión acordaron que se haría público y efectivo el día 17 de diciembre de 2014, fiesta de cumpleaños del papa Francisco.

*Cardenal y arzobispo emérito de La Habana

 

de Espacio Laical

 

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