HORIZONTE MUJICA. Trump, el futuro de Cuba, la paz en Colombia, la espina de Venezuela. Viaje a la América Latina contemporánea con el ex presidente de Uruguay

José Mujica
José Mujica

No está dicho que no vuelva a intentarlo en 2020, cuando Tabaré Vázquez termine el mandato que heredó de sus manos en 2015. Hay tiempo, y mientras tanto “el presidente más pobre del mundo”, como lo llamó por primera vez un diario estadounidense experto en construir y derribar íconos, el presidente que dona una buena parte de su sueldo para beneficencia y que circula en un Volkswagen de museo, no rechaza las invitaciones que le llegan de todo el mundo. Para hablar de sí mismo, de su país, Uruguay, de cómo ve la vida desde sus ochenta y un años cumplidos en mayo, de la América Latina “por construir”.

Los latinoamericanos hemos logrado nuestros estados pero todavía tenemos que construir la nación”, afirma en tono tranquilo. “Una nación es algo que va más allá de nuestras fronteras políticas, que nos necesita a todos, porque en un mundo que se está achicando y apretando cada vez más, para existir tenemos que unirnos, tenemos que acentuar nuestra interdependencia para conservar nuestra independencia”. Más dependencia para una mayor independencia: el juego de palabras requiere algunas aclaraciones, que Mujica saca de una mochila de conocimientos históricos mucho más amplia de lo que parece. “Insisto mucho en los fundamentos sobre los que nos apoyamos, las dos raíces de nuestro ADN: la lengua y la tradición de la Iglesia católica. Con la primera pensamos, soñamos, proyectamos, escribimos poesías y hacemos matemática; con la segunda introducimos en este circuito los significados propios de la herencia religiosa que hemos recibido”.

¿Qué significa construir la nación?

No quiere decir borrar la frontera o la bandera. Eso es secundario. Es construir un alero que nos proteja, donde todos tengan reparo y sombra. Europa lleva muchos años tratando de alcanzar una integración. En su historia hubo guerras, enfrentamientos, divisiones, y llegó un momento en que un puñado de gobernantes tuvieron la sabiduría y la audacia de decir: dejemos de matarnos y construyamos una casa común.

Este tema de la integración de América Latina era muy importante para Alberto Methol Ferré, un compatriota suyo muy apreciado por el Papa Francisco, como usted pudo comprobar en su viaje a Roma, cuando le regaló el libro La América Latina del Siglo XXI.

Claro, por eso Methol Ferré era mi amigo. Yo pienso en clave metholiana, y el Papa también. Methol era un personaje heterodoxo con una libertad de pensamiento fenomenal, un tipo de una tremenda audacia intelectual, cosa difícil de encontrar en el clima de dogmatismo intelectual contemporáneo.

Methol Ferré consideraba que la integración era una necesidad histórica de América Latina para no caer en lo que él llamaba “el coro de la historia” y poder tener protagonismo en un mundo de estados continentales…

No se puede hacer por una imposición militar o política, porque nunca realiza una verdadera integración. Debe ser el convencimiento de las mutuas conveniencias lo que acerca y da origen a proyectos comunes. Los latinoamericanos debemos aprender que para no pertenecer al coro de la historia y ser verdaderamente independientes debemos depender cada vez más los unos de los otros. Allí está China, cada vez más dentro de nuestro horizonte latinoamericano. El imperio más viejo de la tierra, con una tradición milenaria y un conjunto de culturas, acostumbradas a ser chinas, pero que son muchas. Al lado está la India, un estado multinacional de proporciones enormes. Y Europa, que está construyendo una gigantesca unidad, que tendrá contradicciones y retrocesos, pero sigue avanzando en la dirección correcta. ¿Qué hacemos nosotros en un mundo así? ¿Nos balcanizamos? Tenemos que pensar mucho y a fondo en estas cosas, ver lo que tenemos en común. Me siento un francotirador de esta lucha.

¿Cómo se ve el nuevo presidente de Estados Unidos desde el sur de América?

Es un florecimiento del ultranacionalismo dominador. El nacionalismo es una fuerza importante para perpetuar la identidad de los pequeños países, el hipernacionalismo de los grandes países, en cambio, es una herramienta imperial peligrosísima porque tiende a desequilibrar el mundo y a crear conflictos.

Lo que más me duele es que anunció que piensa aumentar hasta 4000 millones de dólares el presupuesto militar. Inmediatamente tuvo la respuesta del parlamento chino, que decidió aumentar 7 puntos el suyo. ¡Estamos locos! ¿Estamos gastando 2 millones de dólares por minuto en el mundo en presupuestos militares y queremos aumentarlo todavía más? Estamos locos. El hombre nunca tuvo tantos recursos como hoy para enfrentar los fantasmas del hambre y la desnutrición, de la falta de agua y de las enfermedades, pero los está malgastando. El hombre puede crear ríos nuevos, hace treinta años que existen proyectos de ese tipo, puede comunicar, a través del Sahara, el Océano Índico con el Atlántico y crear una sucesión de mares interiores que aumenten la eco-transpiración, contribuyan a mitigar el clima y aumentar el nivel pluviométrico del África Subsahariana; el hombre puede cuidar la meseta del Tibet, donde nacen los cuatro ríos principales que sostienen a la humanidad, puede hacerlo, tiene los recursos y tiene la ciencia, pero no se pone de acuerdo, malgasta, tira el dinero. Prefiere rechazar a los pobres, a los emigrantes, que se ahoguen en el Mediterráneo, en vez de emplear recursos para generar desarrollo en África para que la gente no tenga que emigrar.

Ésa es la lucha del Papa.

Usted dijo en las Naciones Unidas, en septiembre de 2013, pocos meses después de la elección de Bergoglio, que “Nuestra época es portentosamente revolucionaria, como no ha conocido la historia de la humanidad, pero no tiene conducción consciente, política, tiene una conducción simplemente instintiva”

Lo confirmo. Nos está dirigiendo el mercado, los negocios…

¿En este sentido se puede decir que esta conducción consciente la está marcando el Papa?

En el sentido de que está marcando una línea, la línea de la responsabilidad colectiva. Todavía estamos razonando y reaccionando como países, pero en este momento tenemos la obligación de pensar como especie. Hay que empezar a cuidar el barco con el que navegamos en el universo: la tierra. Es una responsabilidad global. La globalización existe pero para lo financiero, para el negocio, para el mercado; no hay globalidad para las decisiones que tienen que ver con el equilibrio y la necesidad de preservar la tierra y la vida.

También tenemos responsabilidad sobre todas las vidas no conscientes. El universo, o Dios, nos han dado la consciencia para interpretar los fenómenos de la vida; tenemos la responsabilidad de hacerlo, como hermanos mayores; tenemos que cuidar la vida, la vida en el sentido más genérico del término. Y sin embargo la estamos depredando. Aunque sabemos cada vez mejor lo que hay que hacer, o habría que hacer. Hace treinta años que los hombres de ciencia nos dijeron lo que está pasando y lo que va a pasar. Y no pudimos corregirnos.

Usted recomendó la lectura de la encíclica Laudato si’ poco después de que fuera publicada por el Papa, precisamente por la manera como trata estos temas…

Exacto. Por eso me siento amigo y compañero del Papa y de su lucha en estos frentes.

Los mexicanos y los centroamericanos se sienten agredidos por Trump, por su política antimigratoria. Tienen buenas razones para sentirse amenazados; sus economías dependen enormemente de su poderoso vecino. ¿Pero esto no podría ser también una oportunidad? Quiero decir, México, que en cierto sentido es la frontera de Estados Unidos con América del Sur, y la misma América Central, se verán obligados a integrarse más con el resto de América Latina, como ocurrió con Venezuela, a mirar más hacia el sur, a intensificar las relaciones con esa parte del continente de la que progresivamente se fueron alejando.

Si, si, si… Probablemente aprenderemos más del dolor que de la bonanza. Y probablemente pagaremos un alto precio por este proceso. Nosotros tenemos que estar más cerca de México y de América Central. Y ellos de nosotros. Nuestros gestos en defensa de México hasta este momento han sido demasiado débiles. El problema de México es un problema de todos nosotros. La agresión no termina en la frontera, empieza en la frontera.

Y tenemos que acercarnos a África. Tenemos una idea estereotipada de África. La aristocracia de Nigeria consume carne inglesa y quesos franceses. Es un disparate. Es como besar la mano del amo. Tenemos que acercarnos mucho más al dolor del sur y acercarnos los latinoamericanos entre nosotros.

Colombia. Otra guerrilla que deja las armas, la última si excluimos el ELN en fase de negociación. El balance histórico es de tres guerrillas derrotadas militarmente, los montoneros en Argentina en los años ’80, los tupamaros en Uruguay y Sendero Luminoso en Perú en los años ’90, dos que triunfaron y tomaron el poder, la cubana en 1959 en plena guerra fría, y la sandinista en 1979. Y por último tres guerrillas que por medio de la negociación embocaron el camino de la política y la participación social, la salvadoreña del Frente Farabundo Martí, en 1992, la guatemalteca de la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca en 1996 y el Movimiento Zapatista de Liberación Nacional de México en 1996. Y ahora las Farc en Colombia…

Transformar un conflicto que se trata de resolver con las balas, en lucha política es un gran negocio. Es muy dolorosa la historia de Colombia. Por eso la solución no termina con los acuerdos con la Farc. Es más hondo el problema. La construcción de la paz en Colombia es un proceso que empieza con las Farc pero después significa eliminar el paramilitarismo, significa llevar la civilización a la selva, significa recordar 12 millones de campesinos pobres, cuya única alternativa hasta ahora es plantar coca porque los otros productos no los pueden vender, significa reconocer que el 60% de la propiedad rural no tiene títulos, que hay 21, 22 millones de trabajadores de los cuales solo se podrá jubilar un millón. Y si todo eso no se resuelve, son gérmenes de violencia que pasan al futuro.

Pero si no se empieza por la paz, todo lo demás es imposible. La paz es importante, un paso sin el cual no se pueden dar los otros, pero hay que ser conscientes de que es apenas el primer capítulo. Porque hay un enorme problema de injusticia social. La guerra empezó por una falta de equidad, no lo olvidemos, y sobre todo por la intolerancia entre liberales y conservadores. Al principio las Farc eran pequeñas zonas donde se refugiaban liberales perseguidos por los conservadores, hasta que fueron aplastados militarmente y llegaron a la conclusión de que debían transformarse en ejército. En ese momento empezó la historia de las Farc. Yo hablé tres o cuatro veces en Cuba con la dirección de las Farc sobre estas cosas y hablé con el Presidente Santos. Tenemos que agradecerle al Papa por lo que hizo.

A propósito, ¿escuchó que irá a Colombia en septiembre?

Sí. Hace bien. Muy bien.

Otro frente de la diplomacia de Francisco es Venezuela. Pero las cosas no están yendo bien, al contrario. Parece una especie de Vietnam donde ningún mediador logra alcanzar ningún resultado… ¿Cómo ve el futuro de Venezuela?

Venezuela está pagando el precio de una deformación histórica. Paradójicamente a Venezuela la está matando el petróleo, su principal riqueza. Hace muchos años que Venezuela se transformó en un país importador de comida y de trabajo, y vendedor de petróleo. Abandonó el campo – que se empobreció – y se fue a vivir a las ciudades y a la costa. Venezuela se quedó prácticamente sin campesinos. Tiene una tierra prodigiosa, tiene ríos y aguas extraordinarias, una energía extraordinaria, pero la masa del pueblo se acostumbró a vivir directa o indirectamente de la renta petrolera.

Más allá de los fenómenos políticos actuales, éste es el problema de fondo.

La comida hay que producirla cerca de la cocina. E incluso lo que se acopia en la despensa hay que ponerlo no lejos de la cocina. Vivir importando alimentos y vendiendo petróleo es una distorsión y un peligro. Se puede importar un poco, pero el grueso de los alimentos hay que producirlos en casa. Para hacer eso hay que tener políticas agrarias, comprometerse con el campo, con la tierra. Un país rentista tarde o temprano se derrumba.

Yo me puse a ayudar la lechería de Venezuela. Les llevé personalmente vacas lecheras, una princesas. Pero ordeñan las vacas una vez al día, cuando con la misma vaca podrían obtener el doble de leche. Hay lugares donde se corta el pasto con un machete, ¡ni siquiera llegó la guadaña! ¡Por favor!

¿Puede imaginar a Cuba sin los Castro, visto que para Raúl se acerca el momento de jubilarse?

Sí me la imagino. Es una apuesta difícil, pero es un partido que hay que jugar. Los dirigentes de la revolución apuestan al nivel moral e ideológico del pueblo cubano. Tienen un punto a su favor que yo he comprobado. Los cubanos han exportado médicos a todas partes del mundo. Son poquísimos los que desertaron. Los médicos cubanos de las misiones en el exterior cobran su sueldo y mandan una parte del dinero a su familia en Cuba. Es uno de los principales ingresos de la isla. Sin duda tendrán que liberalizar las relaciones, la participación política, y tendrán que hacer cambios.

El cubano hoy es el pueblo más cultivado de América Latina. Mucho más que todos los demás. Yo tengo fe en que la revolución cubana vaya madurando y ampliando el horizonte. Se puede estar de acuerdo con algunas cosas y en desacuerdo con otras, pero hay una regla de oro: nunca imponer algo desde afuera. Hay que apostar a que la gente vaya cambiando y transformando sus cosas. Todas las experiencias de producir cambios provocándolos desde afuera, terminaron en desastres colosales. Así ocurrió en Libia, Afganistán, Irak, Siria… No olvidemos que en la vida también se puede cambiar para peor; entonces, cuidado con meterse desde afuera.

¿Ha sabido que algunos miembros de la Comisión por la Memoria de la provincia de Buenos Aires viajan a las Malvinas?

No tengo dudas de que históricamente las Malvinas son argentinas. Casi diría que son uruguayas. La marina española del Atlántico Sud funcionaba en Montevideo y era la que atendía las Malvinas, y hasta llevaron indios charrúas, está registrado en la documentación. Su majestad británica siempre se caracterizó por apropiarse de los mejores puntos marítimos para sus necesidades navieras y de comercio, y un día, aprovechando las contradicciones se adueñó del archipiélago declarándolo territorio de ultramar. Ahora en las Malvinas hay un pueblo de tradición inglesa.

Yo creo que Argentina cometió un error táctico cuando pretendió conquistar manu militari algo que puede pertenecerle. No tuvo la sabiduría de los pueblos viejos. Hubo una época en que los mongoles conquistaron China, se instalaron y fueron emperadores. Pero era tan fuerte la civilización china que terminó absorbiéndolos, los convirtió en chinos. Fue una cuestión de tiempo. Argentina, en vez de batallones militares debió haber mandado equipos de fútbol, hospitales… en fin, apuntar a una asimilación civilizadora. Tenía todas las ventajas. Si no se conquistan los corazones no se conquista realmente nada.

Segunda de dos partes. La primera se publicó el domingo 12 de marzo con el título “Mujica, el hombre sabio

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