LA FOTÓGRAFA DE GUADALUPE. Se llama Paola Torres, tiene 30 años y desde hace 7 es la fotógrafa oficial de la basílica: “¡Jamás cambiaría mi trabajo!”

Paola Torres en la muestra que se ha montado en el pasaje al estacionamiento de la Basílica de Guadalupe, en Ciudad de México
Paola Torres en la muestra que se ha montado en el pasaje al estacionamiento de la Basílica de Guadalupe, en Ciudad de México

Algunas personas se especializan en tomar fotos del Papa y su entorno, otras, de los santos del pueblo, pero ella pasa todo el día – e incluso la vida a juzgar por lo que cuenta –  fotografiando a la Virgen de Guadalupe y a los peregrinos que la visitan. Se llama Paola Torres y es la fotógrafa oficial de la Basílica donde se custodia la tan famosa cuanto misteriosa imagen impresa durante la aparición en el cerro del Tepeyac de Ciudad de México, un lejano diciembre de 1531. Así recuerda sus comienzos: «Un día soñé con Santa María de Guadalupe. Ella salía de unos cerros, y al verla, me daba mucho consuelo. Fue ella quien me impulsó a reconciliarme con Dios y a dejarlo todo para seguirla», cuenta al semanario católico de Ciudad de México, Desde la fe. Hace siete años que trabaja aquí a tiempo completo, todos los días, desde que participó en un concurso para elegir el fotógrafo oficial de la “Casita del Tepeyac”, la basílica más famosa de América Latina y probablemente de todo el mundo después de San Pedro. «El reto no era menor, pues había muchas personas que querían la plaza, pero gracias a la oración de muchos conocidos y a mi trabajo, que les gustó, lo conseguí». Paola Torres cumplió hace poco 30 años, es oriunda del Estado de México y está feliz con su trabajo, al que considera “un gran honor”. «La primera vez que tuve la oportunidad de entrar al camarín de la Virgen me quedé en shock; se me olvidó que tenía que tomar fotografías, pues para ello había entrado… de pronto reaccioné. Al final me atreví a acercarme y le di un beso en su mejilla. No tenía palabras ni peticiones para ella, sólo un beso de amor. Al salir me pasó lo que a Zacarías, me quedé sin habla; eso es sin duda lo más maravilloso que me ha pasado en la vida».

Paola Torres cuenta que ha cubierto, como se dice en la jerga, eventos importantes en estos años, como la visita del Papa Francisco en febrero de 2016. «Esta última ­–recuerda– fue una experiencia inolvidable, pues ver tan de cerca al sucesor de San Pedro marcó mi vida para siempre; fotografiar a Su Santidad al lado del fotógrafo Francesco Sforza, fue algo muy grande, profesionalmente hablando». En esa oportunidad pudo acercarse al Papa: «lo miré; ahí estaba, frente a él, y sin pensarlo, salió de mi boca un sincero “¡Gracias!”; recordé que no debía hacerlo, pero ya lo había hecho. Entonces, el Papa Francisco me miró tiernamente, y en ese momento me presentaron con él como la fotógrafa de la Basílica; él me miraba, movía la cabeza y escuchaba lo que le decían de mí. No recuerdo nada de lo que le explicaban, pues era como un sueño. Entonces, conmovida, le dije al Santo Padre: ‘es que me dijeron que no debía tocarlo’. Él, sonriendo, respondió: ‘Pues no soy intocable’. Eso lo tomé como un  “sí”, por lo que me lancé a besar su mano. Él seguía comentando cosas y haciéndonos reír a quienes  estábamos ahí. Yo no le soltaba su mano… y al final, me dio su bendición».

El obturador de Paola Torres se ha abierto y cerrado miles y miles de veces en estos años, dentro y fuera de la Basílica de Guadalupe, capturando infinidad de imágenes. Hay una que para ella es especial, «de un niño que venía con la peregrinación de la Diócesis de Querétaro, esa imagen me gusta mucho porque el pequeño está viendo a la Virgen de Guadalupe, pero con una gran sonrisa y una mirada llena de luz que refleja cómo es para millones de personas el encuentro con ella. La fotografía transmite la emoción de un niño que se encuentra con su tierna madre».

El 12 de diciembre, aniversario de las apariciones, la jornada de Paola Torres es particularmente larga. «Sin duda es un acontecimiento impresionante; son ríos de gente por todos lados que vienen a rendirle honor a Santa María de Guadalupe. Quisiera estar en todo el Tepeyac al mismo tiempo, porque hay mucho para documentar. Es un gran encuentro entre distintas culturas, cada una con su propia ofrenda a nuestra Madre: unos rezan, otros cantan, danzan, traen flores, todos rindiéndole honor a la Madre de Dios. Me encanta ver todo ese movimiento que, en punto de la media noche, se detiene para cantarle sus mañanitas; se me enchina la piel».

En este momento Paola ha montado una exposición en el pasaje al estacionamiento de Plaza Mariana. Se exhiben 70 de sus mejores fotos sobre la fe de los peregrinos que visitan a la Virgen de Guadalupe: «Me inspiré en el Magnificat, pues a diario veo en este recinto sagrado cómo se viven las palabras de María, cuando dice: “Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí”. Así lo veo aquí: las personas vienen de generación en generación, de todas partes del mundo, de distintas culturas, creyentes y no creyentes, pero vienen a visitarla y a rendirle honor».

Paola Torres asegura que no cambiaría su trabajo por nada del mundo.

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