NIÑOS Y MÁRTIRES. Y A PARTIR DE HOY, SANTOS. El Papa Francisco canoniza en San Pedro a los tres “Niños Mártires de Tlaxcala”, asesinados en el México de la conquista

Ocurrió hace cinco siglos…
Ocurrió hace cinco siglos…

Este domingo 15 de octubre el Papa Francisco canonizará en Roma a los Tres Niños Mártires de Tlaxcala: Cristóbal, Antonio y Juan, los primeros mártires de la fe en México, acontecimiento de especial relevancia ya que eran tres nuevos conversos y a pesar de su corta edad, eran maduros en materia de religión.

El principal biógrafo de estos Tres Niños fue Fray Toribio de Benavente, Motolinía, quien en ocho páginas del Capítulo 14 de su “Historia de los indios de la Nueva España” dio puntual relación de su martirio. Otros autores, no menos importantes, basan sus relatos en lo dicho por Motolinía, además de que pudieron recoger testimonios de vecinos de Tlaxcala.

El primero en morir fue Cristóbal. Motolinía conoció su historia a través de su hermano mayor: Luis, quien fue testigo presencial del martirio. Cuando Cristóbal aún recibía la doctrina de los franciscanos la propagaba en el seno familiar; “de lo que oía y aprendía enseñaba a los vasallos de su padre; y al mismo padre decía que dejase los ídolos y los pecados en los que estaba, en especial el de la embriaguez, y que se tornase y conociese al Dios del cielo y a Jesucristo su Hijo, que Él lo perdonaría”, escribió Fray Toribio de Benavente.

Cristóbal fue devoto de la Virgen María, como refiere Motolinía, quien narra que cuando el niño era torturado con un palo por su propio padre y luego, arrojado a las brasas de una hoguera, “siempre (estuvo) llamando a Dios y a Santa María”. Cristóbal murió en 1527, es decir, cuatro años antes de las apariciones de la Virgen de Guadalupe en el Tepeyac.

Cristóbal murió perdonando a su padre, quien fue su verdugo, a quien le dijo: “¡Oh, padre! no piensen que estoy enojado, porque yo estoy muy alegre, y sábete que me has hecho más honra que no vale tu señorío.”

Los otros dos Niños: Antonio y Juan, torturados a causa de su fe cristiana en 1529, se sabe que el primero pertenecía a la nobleza indígena y el segundo “era un criado de su edad”. Motolinía relata que el dominico fray Bernardino Minaya había solicitado a fray Martin de Valencia, superior de los franciscanos, unos niños que le pudieran servir de intérpretes en un viaje que realizaría a Oaxaca.

Fray Martín de Valencia les dijo a los niños: “mirad que habéis de ir fuera de vuestra tierra, y vais entre gente que no conoce aún a Dios… y tengo temor que os maten por esos caminos, por eso antes que os determinéis miradlo bien”, de modo que ambos niños aceptaron ir como misioneros a sabiendas del peligro del viaje. Ellos respondieron: “Padre, para eso nos ha enseñado lo que toca a la verdadera fe… nosotros estamos aparejados para ir con los padres y para recibir de buena voluntad todo trabajo por Dios”.

Los dos niños ayudaron al religioso a localizar los ídolos que estaban escondidos de pueblo en pueblo, hasta que en Coauticlan, fueron golpeados y martirizados por adultos.

Antonio, como era responsable de Juan porque era su vasallo, dijo a los verdugos: “porque matáis a mi compañero que no tiene la culpa, sino yo, que soy el que os quitó los ídolos, porque sé que son diablos y no dioses… dejad a ese que no tiene la culpa”. Sin embargo, los dos entregaron su vida sin renegar de su fe; al contrario, fueron ejemplo para otros jóvenes misioneros.

*Semanario Desde la Fe

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