TIMOCHENKO FOR PRESIDENT. Las Farc se lanzan a la arena electoral. Y apuntan alto, al vértice del estado. ¿Resistirá el golpe la sociedad colombiana? ¿Era el momento de hacerlo?

El famoso apretón de manos entre Santos y Timochenko en Cartagena de Indias, en septiembre de 2016
El famoso apretón de manos entre Santos y Timochenko en Cartagena de Indias, en septiembre de 2016

¿El jefe de las Fuerzas armadas revolucionarias de Colombia, “Timochenko”, sucede a Santos en la presidencia de la República de Colombia?¿La ex guerrilla toma por asalto y conquista el Congreso Nacional instalando allí sus hombres armados hasta pocos meses atrás? En 2018, cuando se elija el presidente de la República y los parlamentarios del Congreso colombiano, podremos asistir a un escenario como éste, inverosímil hasta no hace mucho tiempo. Lo que espera a Colombia, y que de hecho ya ha comenzado, es una campaña político-electoral totalmente singular, sin ninguna duda. Y los extremismos – esperemos que sin armas – se jugarán el alma en la cancha, para criminalizar a los candidatos de una guerrilla que los 28 países de la Comunidad Europea acaban de quitar de la lista de organizaciones terroristas donde estaba recluida desde el lejano 2001. El tejido social colombiano será puesto a dura prueba. Habrá que ver cuán profundas serán las fracturas.

Habría que preguntarse también si era oportuno que el número uno de la lucha armada presentara su candidatura tan pronto, al día siguiente de entregar las armas, que no es precisamente lo mismo que festejar la despedida de soltero. Pero así lo ha decidido, junto con el estado mayor de las ex Farc: Rodrigo Londoño Echeverri, más conocido por su nombre de guerra Timoleón Jiménez o el sobrenombre Timochenko, será candidato presidencial en las elecciones del 27 de mayo de 2018. Lo acompañará como aspirante a la vicepresidencia una antigua militante de la Unión Patriótica exiliada en Suecia durante más de veinte años, Imelda Daza. Todos los otros altos mandos de la disuelta guerrilla entrarán al Congreso y ocuparán los diez escaños que les asignaron los Acuerdos de Paz. Son hombres que han pasado entre treinta y cuarenta años con las armas en mano y que no hace mucho dejaron de lubricarlas. Sumados a todos los ex guerrilleros que quieran elegir libremente los colombianos.

Se puede apostar con buenas posibilidades de acierto que las FARC no van a tener demasiado éxito electoral, por lo menos en 2018. La imagen de las FARC es desfavorable para el 79% de los colombianos, según los números de la encuesta que dio a conocer Gallup esta semana. Pero lo más sorprendente es que, según el mismo sondeo, la imagen desfavorable de los partidos políticos supera 10 puntos la pésima imagen de la ex guerrilla. Es del 89 por ciento.

Diversos analistas colombianos hacen notar que la guerrilla ha cometido el error de quedarse en el pasado, “cambiando” el acrónimo FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia) por FARC (Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común) y llenando las listas de candidatos con veteranos de guerra. Pero mucho dependerá también de la forma en que lleven adelante la campaña electoral en los próximos meses, de los estilos arrogantes, las autocríticas que estén dispuestos a hacer y el clima de reconciliación y armonía que traten de favorecer.

Los críticos de las FARC en formato electoral gritan contra la excesiva impunidad de la que gozan los nuevos aspirantes a políticos, contra la falta de experiencia, contra el pasado indigno de confianza, contra el privilegio de los cargos negociados en La Habana. Pero olvidan que las FARC han cumplido los acuerdos. Acuerdos con el gobierno que fueron avalados por un acto legislativo que ya cuenta con la aprobación de la Suprema Corte colombiana. Por lo tanto, no hay ningún impedimento para que los ex guerrilleros participen en política. Fue y sigue siendo el aspecto más controvertido de los pactos que se firmaron en septiembre de 2016, pero al mismo tiempo es su misma esencia. Una guerrilla que deja las armas y se convierte en un partido para buscar el poder a través de los votos. El desarme y la participación en las elecciones son dos caras de la misma moneda. Es una especie de toma y daca: un lado, el desarme, no sería posible sin el otro, la participación en política de los líderes que abandonaron las armas.

El terreno donde se juega la paz es el que ha señalado el Papa: la reconciliación de los ánimos, la colaboración, la educación, la solidaridad, la promoción de la vida y el respeto de los derechos humanos.

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