CUANDO SE HUMILLA LA FE DE LOS HUMILDES. La historia de Juanita, Ana María, Javier, Miguel y tantos otros abandonados por una Iglesia cada vez más distante

Una “Juanita” como tantas otras (Foto Carlos Herrera-Confidencial)
Una “Juanita” como tantas otras (Foto Carlos Herrera-Confidencial)

La señora Juanita hoy se levanta como todos los días a las cuatro y media de la mañana, y mientras amasa el pan que luego venderá, a partir de las siete, en su humilde casita en medio de los cerros,  mira el rosario plástico de color blanco que fuera de su mamá y que le regalaron cuando se realizó la cruzada del rosario en los años sesenta. En medio de la catequesis de su primera comunión, ella impregnaba  su corazón del lema de dicha cruzada, el mismo que su mamá les repitiera constantemente, “La familia que reza unida, permanece unida.”

Ayer Ana María,  en el trayecto del metro, piensa que ya son quince años que su párroco le insinuara que luego de su separación muchas cosas cambiarían en su vida, siendo una de ellas su encuentro con el Cristo vivo de la eucaristía. Desde entonces, ella no estuvo en la fila en que muchos esperan  ese tozo de pan consagrado que da vida y enciende el corazón de los hombres. Con el paso del tiempo recuerda cómo dejara de ir a misa los días domingo, apreciando erróneamente que Dios ya no precisaba de ella, cuando sólo un hombre se lo había dado a entender.

Javier, de 26 años, mira en la mesa del desayuno a su hermano Pablo, de 21 años, y entre el cuello de su polera se deja ver un poco enredada la cruz que cuelga, y que este nunca ha dejado de llevar puesta, no así Javier. Ambos de una familia de cuatro hijos educados en un colegio de iglesia. La diferencia que existe entre ambos es que Javier repitió el colegio dos veces, por lo que fue echado de este, y cuando volvió a su comunidad de origen, mientras cursaba tercero medio en otro establecimiento y pidiera una entrevista con el catequista que había conocido toda su vida,  le pidiera poder prepararse para la confirmación allí, este le dijera que era un poco difícil por cuanto ya no era parte de esa comunidad.

Miguel, de 28 años de matrimonio con Francisca, ya no se acuerda desde cuándo iniciaron su compromiso pastoral, son tantos años junto a su Iglesia. Tanto así que con el tiempo este encargo, su trabajo y sus hijos  acaparaban todos los espacios  de su vida. Esa tarde  se enteran por la secretaria que el sacerdote  con el que han trabajado los últimos tres años en catequesis prematrimonial ha sido suspendido de sus labores temporalmente por estar siendo investigado de abusos sexuales contra un menor.

Así, la realidad desentraña miles de historias que en lo personal hacen eco en un sentir doloroso. El relato muy simple de estas  omite voluntariamente aquellos casos en que aparezcan sacerdotes que han sido fieles a sus votos y a su compromiso sacerdotal, como también aquellos casos en que brutalmente las familias se han visto golpeadas por el abuso de uno de sus miembros, tal vez porque las dos situaciones antes expuestas dan significado a los extremos del péndulo en los que la realidad efectivamente se mueve.

La crisis en la iglesia, se puede explicar teológicamente, lo cual es necesario y válido por aquellos que poseen las herramientas como para poder realizarlo y  los otros que desean escucharlo. En mi profunda simpleza siento que ella como institución buscó en muchos momentos renovarse, necesariamente para tener vida, aspirando  el  ser capaces de  descubrir, a través de la consistencia y coherencia en su  propio actuar, el pulso de Cristo. Mas, el terremoto ha  desamparado tantas vidas que en lo más puro de su ejercicio pertenecieron a ella y expreso pertenecieron, porque esta de hoy, investigada y encubridora, nada tiene que ver con la otra. Aquella que acompañó a familias  en su formación y donde el sentido de comunidad era el de ser parte de una realidad, no  mágica e ilusoria, sino donde, a la luz de la verdad  íntima y sincera, muchos éramos capaces de verter nuestros  sentimientos.

Donde el Cristo de la historia se hacía uno de carne y hueso, y aquello sustentaba  el peregrinar, propio y de muchos. Así como el trabajo sin límites  y comprometido ante situaciones  que involucraban la vida de hermanos y hermanas, como aquellas causas tan válidas de justicia social, y de dignidad de las personas.

Lejos de una pasividad que no es lo mío, hoy tan sólo miro por la ventana.

*Profesora, laica consagrada, consultora delas Comunidades Eclesiales de Base y miembro del comité editorial de Reflexion y Liberación

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