CUANDO BERGOGLIO AMENAZÓ CON EL INFIERNO A LOS TORTURADORES. El jesuita Juan Carlos Scannone recuerda algunos momentos de su relación con el futuro Papa

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Se sorprende de que “L’Osservatore Romano” haya publicado un artículo suyo: “Frente a los abismos que dividen a los pobres de los ricos”. Pide que se lo confirmen. Acaba de cumplir ochenta años (de hecho lo festejó esta semana en el histórico colegio jesuita del Salvador de Buenos Aires) y el periódico de la Santa Sede raramente se había ocupado de él. Y ahora, de golpe, una entrevista a principios de abril sobre su alumno Bergoglio y ¡un artículo sobre la Filosofía de la Liberación! La entrevista tuvo una segunda parte.

«A mediados de abril recibí una carta escrita a mano de Bergoglio», cuenta Juan Carlos Scannone. «“Via aérea”» era lo único que no estaba escrito de su puño y letra; todo lo demás, sí, incluso el remitente: F. Casa Santa Marta. Città del Vaticano. «Querido Cachito…». Usó el diminutivo con el que me llaman aquí, en la residencia jesuita de San Miguel; me agradecía la entrevista. «Contás solo las cosas buenas y no las malas…», bromeaba. En el mismo sobre iban algunas estampas con el Cristo resucitado.

En realidad esta era la segunda vez que el Papa Francisco le escribía. La primera fue porque Scannone le había enviado a Roma, donde se encontraba antes de comenzar el Cónclave, una carta referida a una red latinoamericana sobre el pensamiento social de la Iglesia que él, Carlos Ferrer (patrocinado por Mons. Mario Toso, secretario del Pontificio Consejo Justicia y Paz) y otros argentinos habían decidido formar «para transmitirle algunas cosas, en la línea que nosotros deseamos, al nuevo Papa cuando sea elegido…».

En la repartición de tareas, a Scannone le tocó comunicar la noticia de la nueva red a los cardenales Rodríguez Maradiaga, Francisco Javier Errázuriz Ossa y, precisamente, a Bergoglio. «Estaba en Roma, así que envié la carta por mail a la dirección de correo electrónico de la Curia de Buenos Aires, pidiendo el favor de que se la enviaran donde se encontrara».

Y todos sabemos qué sucedió con Bergoglio… Pero pocos días después, el Papa Francisco le escribió a Scannone para agradecerle la carta y por otros motivos que su viejo profesor prefiere mantener en reserva.

Scannone, teólogo de la liberación, siempre se sintió apoyado por Bergoglio cuando era su superior. «Conocía mis trabajos», afirma. «No puedo decir que estuviera de acuerdo, pero sin duda los aprobaba. Tan es así que en la época de los militares, cuando escribía sobre Teología de la Liberación, él los leía; y cuando los obispos le preguntaban sobre mí, me defendía diciendo que mis posiciones eran eclesiales».

Es más -recuerda Scannone-, el mismo Bergoglio lo animaba para que siguiera publicando. «Cuando las revistas internacionales me pedían que colaborara… recuerdo “Christus”, de México, sobre la relación teoría-praxis en la teología de la liberación, y “Concilium”… él me animaba a aceptar, y me aconsejaba no despachar el artículo desde la oficina de correos de San Miguel, sino desde el correo del centro de Buenos Aires, para evitar la censura a la cual pensaba que podía estar sometido aquí».

El padre Scannone sabía que los militares de la dictadura lo estaban vigilando. «Bergoglio, como provincial, tenía relaciones con los capellanes militares, y estos le decían que tuviera cuidado conmigo porque me estaban vigilando». Por eso Bergoglio le aconsejaba que fuera prudente. «Me decía que no me moviera nunca solo por el barrio, porque si me secuestraban, tenía que haber testigos para poder intervenir. En ese tiempo frecuentaba un barrio que se llama La Manuelita; allí también vivían los asuncionistas que estudiaban en el colegio jesuita. El superior era el padre Jorge Oscar Adur; los militares lo fueron a buscar y no lo encontraron, pero se llevaron dos seminaristas que desaparecieron para siempre. Era el 4 de junio de 1976, lo recuerdo muy bien porque para mí era una fecha especial. Ellos no tenían nada que ver con la subversión; el padre Adur se exilió en Francia, pero en junio de 1980, cuando el Papa fue a Brasil, viajó él también para visitar a una hermana; se habían dado cita en Porto Alegre, pero, cuando estaba viajando para encontrarse con ella, despareció. Probablemente las sinergías de la Operación Cóndor».

Y Juan Carlos Scannone vio muchas historias parecidas.

«Era muy amigo del padre Jorio [secuestrado junto con Francisco Jalics en 1977, ndr.]. Bergoglio vivía aquí y me contaba lo que estaban haciendo por ellos. Lo primero era saber quién se los había llevado, si era el ejército, la marina, la aeronáutica o la policía. A través de los capellanes militares supo después que lo tenía la marina. Según lo que me dijo Jorio, no fueron torturados. La tortura consistía en dejarlos varios días vendados y amarrados, y los carceleros les orinaban y defecaban encima». Después llegaron a la conclusión de que eran inocentes. Entonces les permitieron bañarse, les dieron ropa y los transportaron en helicóptero, drogados, para abandonarlos en medio del campo.

Otro de los casos que Scannone no puede olvidar es el secuestro de uno de sus alumnos de apellido Albanesi. «Bergoglio demostró que era inocente, pero el joven vio la cara de uno de sus torturadores y esto lo condenaba a muerte. Fue a hablar con el responsable de la unidad donde se encontraba; le dijo que matar un inocente, sabiendo que era inocente y solo porque había visto la cara de su torturador, era un pecado gravísimo. “Si cree en el infierno –le dijo–, sepa que ese pecado condena al infierno”. Y le salvó la vida».

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