Bergoglio-Müller-Gutiérrez, todos juntos en un mismo libro. En Reflexión y Liberación no hubieran apostado ni un centavo un año atrás. Pero sí tenían esperanzas. “Es una poderosa señal de comunión que suscita emoción y alegría; también es un gesto de reparación que hace justicia a una multitud de hombres y mujeres que dieron la vida –hasta el martirio en muchos casos- para mantener viva la esperanza, en situaciones muchas veces inhumanas”.
Habla por todos ellos Antonio Velázquez Unibe, 55 años, cinco hijos, columnista de la revista chilena Reflexión y Liberación que precisamente en marzo cumple 25 años de vida. Todos ellos “inspirados en la doctrina social de la Iglesia y en la Teología de la Liberación”, como anticipa la editorial del último número.
El portal chileno Reflexión y Liberación es aquel que en junio publicó la transcripción de un encuentro privado del Papa con los principales representantes/responsables de los religiosos de América Latina, donde se hizo la famosa referencia al “lobby gay” del Vaticano, provocando un tremendo revuelo. Pero es también un punto de convergencia de inteligencias y energías eclesiales en cuyas perspectivas se reconocen muchos creyentes chilenos y latinoamericanos. Por lo tanto resulta interesante conocer qué piensan sobre este pontificado que está concluyendo su primer año.
El juicio es “muy positivo”, responde Antonio Velásquez. El Papa “ha logrado sacar a la Iglesia de una profunda crisis de credibilidad y confianza; la ha sacado del aislamiento cultural en que estaba, justo cuando aparecían delicados signos de decadencia y corrupción. Francisco ha traído de vuelta la esperanza, con un testimonio evangélico impecable. Cautiva a multitudes, entre ellos a los más distantes, a los alejados, a los marginados, a quienes -como Carlo María Martini- ya no soñaban con una Iglesia renovada, a quienes veían una galopante involución del Concilio Vaticano II y a quienes luchaban solos al lado de los pobres. Francisco está ayudando a la Iglesia a asumir la dolorosa y definitva “muerte de la cristiandad”, en igual sentido, Francisco está sentando nuevas bases para re-emprender el desafío del ecumenismo y el diálogo interreligioso, que se había descuidado seriamente. Construye así una Iglesia dialogante mas que castigadora. El papa está llevando a la Iglesia de vuelta a sus raíces, devolviéndole su identidad de Pueblo de Dios. Revitaliza su espíritu de servicio y la va despojando de todo vestigio de poder, incluido el clericalismo. Concientemente abandona el modelo de Iglesia jerárquico imperial, fuente de ingratitudes y contradicciones. En otro plano, Francisco está prestando un gran servicio para restaurar el imperio de la conciencia como criterio fundamental de la acción del cristiano. En resumen, el papa conduce a la Iglesia por los caminos de una profunda conversión pastoral, provocando una verdadera revolución eclesial de tipo copernicana.
¿Hay evaluaciones y puntos de vista diferentes entre ustedes, en Reflexión y Liberación?
Hay diferencias, pero más bien de matices. Hay coincidencia en lo esencial, como colaborar con la difusión del magisterio de Francisco, acentuando el énfasis liberador de su mensaje; y en tender puentes con la cultura y la sociedad, especialmente en las “periferias existenciales” donde la Iglesia institucional no llega.Las diferencias se producen principalmente en las prioridades y urgencias, referidas sobre todo al dilema entre la acción y la formación, tarea esta última donde Reflexión y Liberación encuentra su vocación prioritaria.
¿En qué direcciones consideran que debería avanzar más el Papa?
En Roma se vive una primavera eclesial cautivante; sin embargo, las Iglesias locales todavía no han asimilado este proceso de conversión pastoral. Hay un dualismo desconcertante entre Roma y la mayoría de las Iglesias locales, agudizado en las parroquias. Contrasta la apertura de Francisco con la cerrazón de muchos obispos que ven amenazada su autoridad. Muchos de ellos no han hecho propio este proceso transformador. Para la jerarquía las prioridades son las estructuras, para el Pueblo de Dios es prioritaria la participación efectiva de la comunidad. El papa Francisco tiene que crear mecanismos efectivos de participación de los fieles, comenzando por la elección de los obispos, como era tradición en la Iglesia originaria. Ha dado algunos pasos, como abrir espacio para acoger el sensus fidelium, con motivo de la preparación del Sínodo de la Familia, pero sé que muchas diócesis frustraron este proceso.
¿Cómo sintetizaría los puntos de novedad del pontificado al cumplirse un año?
El término de la “papalatría”, una criptoherejía que vició la vida de la Iglesia; la “revolución de la misericordia”, con la que la Iglesia recupera el espíritu evangélico; la opción preferencial por los pobres, que ahora es una opción de la Iglesia universal; el atenuarse de ese lenguaje combativo y acusador que demonizaba al mundo y a la modernidad y que terminó convirtiendo a la Iglesia en un ghetto; la Evangelii Gaudium y su llamado universal a globalizar la esperanza.
¿Es un pontificado más “jesuita” o más “franciscano”?
Prima el estilo ignaciano, representado en su apertura al mundo, su disposición al diálogo, el respeto irrestricto a la conciencia personal, la unidad del hombre contemplativo y de acción al mismo tiempo, su libertad y honestidad para compartir su pensamiento, su olfato político y sus dotes de buen estratega son condiciones que exaltan las virtudes de un buen jesuita. El espíritu franciscano aparece en su desprendimiento y libertad para renunciar, por ejemplo, al palacio pontificio; su empeño por “reconstruir la Iglesia”; su apego a los pobres y su sensibilidad llena de misericordia. Pronto veremos acentuado en el Papa un rasgo muy franciscano, su preocupación por la naturaleza.
¿Cómo está incidiendo el pontificado en la Iglesia latinoamericana?
El “anhelo de una Iglesia pobre para los pobres” es el rasgo más propio de la Iglesia latinoamericana. La opción preferencial por los pobres de Medellín y Puebla -ratificada en Aparecida- se ha hecho universal. Ello es fruto de una teología que nace en este continente, que impregna a sus hijos y que comienza a mostrar frutos de madurez. La noción de Pueblo de Dios, siendo una característica de toda la Iglesia, fue perdiendo perspectiva universal a partir de 1985, por voluntad humana. Hoy el Papa Francisco la ha recuperado ese rasgo de la Iglesia que sobrevivió en América Latina gracias al Concilio Vaticano II y las Comunidades de Base.
¿Y las resistencias?
Las primeras resistencias surgieron precozmente de los custodios de la liturgia, que le reprocharon al Papa su excesiva libertad celebrativa. Luego vinieron los moralistas, que consideraron minimizada la atención papal a los temas de la moral sexual y familiar, un error que el papa sutilmente ha desmentido en los hechos. Después, en un plano menos visible, vienen los defensores de la ortodoxia, que consideran que tanta “ternura y misericordia” constituye una amenaza para sus seguridades mundanas. Y también están los poderosos, del mundo y de la curia, que ven en la opción por los pobres un discurso peligroso que hiere las bases del sistema económico imperante; la mejor prueba de ello es el silencio cómplice de los grandes medios de comunicación sobre la exhortación apostólica Evangelii Gaudium.