El viaje del Papa Francisco a Corea el próximo mes de agosto no resulta insólito para Han Lim Moon. Dice estar sorprendido, sin duda, y mucho. Pero sabe muy bien que Bergoglio estuvo muy relacionado con los coreanos hace veinte años y que la relación nunca se interrumpió. “Creo que el pasado ha influído en la decisión, uno lo lleva adentro, en el corazón”, nos dice en la casa parroquial del populoso barrio de Mataderos, donde precisamente Bergoglio lo destinó en febrero de 2003. “Además él –Bergoglio- tiene una memoria impresionante, todo queda registrado en su cerebro”. Han Lim Moon, 58 años, obispo, empieza la entrevista con una oración a San Cosme y Damián, patronos de la parroquia, y como todo buen oriental, pide amablemente permiso para hacerlo.
Han Lim Moon nació en 1955 en la ciudad de Suwon, Corea del Sur, a unos treinta kilómetros de la capital, Seúl. Un coreano en el episcopado argentino sin duda no es algo común, y Han Lim Moon es perfectamente consciente de eso. Pero además Bergoglio lo designó obispo auxiliar a principios de febrero. Y más singular aún, de la diócesis de San Martín, una zona en las afueras del cinturón de Buenos Aires donde se encuentran varias villas miserias, entre ellas la del sacerdote José María “Pepe” di Paola. Otro primado: cuando el padre Han Lim Moon sea consagrado, el próximo 4 de mayo, será el primer coreano residente fuera del país asiático en ser elegido obispo.
Pero volvamos a Bergoglio y Corea. Han Lim Moon llega a Argentina junto con un contingente de inmigrantes coreanos en 1976; tiene 21 años y es seminarista desde los 9. Los estudios realizados en el seminario menor de la arquidiócesis de Seúl los completará en su nuevo país, en la Universidad Católica Argentina. “En aquel momento pensé traer aquí monjas coreanas para que trabajaran en el Hospital Dr.Teodoro Álvarez, donde yo era capellán. Precisamente en esos días Bergoglio había sido nombrado vicario episcopal de la zona y vivía muy cerca de donde vivía yo. Para que las religiosas pudieran venir a Argentina necesitaba el aval de un obispo y acudí a él para pedirle la autorización. Sabía que eran muy necesarias y estuvo de acuerdo, firmó y las monjas coreanas pudieron venir y comenzar su apostolado en el hospital”. Eran tres, para ser exactos, y todavía están allí. “Pero no son las mismas, sólo queda una del grupo original”, aclara monseñor Han Lim Moon en buen castellano pero con un acento curiosamente extranjero. Las Pequeñas siervas de la Sagrada Familia nunca se fueron. A partir de su llegada comenzó una relación asidua y Bergoglio se mantuvo siempre en contacto con ellas. Además –destaca monseñor Lim Moon- en la zona del barrio de Flores, del que Bergoglio era auxiliar, está concentrada la mayor parte de la comunidad coreana de Buenos Aires. Al igual que todas las minorías étnicas que se han asentado en la megalópolis sudamericana, los coreanos celebran siempre sus festividades y Bergoglio no era alguien que rechazara las invitaciones. Estos son los antecedentes del viaje a Corea del Sur que Han Lim Moon considera más relevantes y agrega una última consideración: la Iglesia coreana registra un fuerte índice de crecimiento y es la más misionera de las iglesias asiáticas. Muchos sacerdotes pasan a China. “Es un puente para llegar allí”, observa monseñor Lim Moon.