FUE EL PRIMER CURA DE LAS VILLAS. Los argentinos recuerdan a Carlos Mugica, asesinado hace cuarenta años. Pepe di Paola: “Mi vida está inspirada en él”.

Momentos del traslado del cuerpo de Mugica a la iglesia de la villa 31 en mayo de 1999
Momentos del traslado del cuerpo de Mugica a la iglesia de la villa 31 en mayo de 1999

Hace cuarenta años, el 11 de mayo, murió asesinado el sacerdote argentino Carlos Mugica. Había terminado de celebrar misa en la iglesia de San Francisco Solano, en un barrio popular de Buenos Aires. Allí, con la iglesia a sus espaldas, lo acribillaron a balazos, tal como ocurrió seis años después con monseñor Romero. Tenía 47 años. “Su muerte tuvo gran repercusión. Impactó con fuerza en la Iglesia y en toda la sociedad de aquel tiempo”, recuerda el padre José di Paola, que en esa época tenía doce años. Con Mugica, considerado el primero de los curas villeros, comenzaba una historia de presencia cristiana en las villas de emergencia de la capital argentina que ha llegado sin interrupción hasta nuestros días. “Él y sus compañeros plantaron la Iglesia en la villa”, observa di Paola, que se identifica con la experiencia del sacerdote asesinado y sus primeros compañeros. “De manera operativa, vale decir en relación con su visión pastoral; ya cuando entré al seminario a los 18 años empecé a profundizar en su vida, haciendo una opción no solo por los pobres sino concretamente por la gente de la villa a la que él quería”. Di Paola traza un perfil de Mugica que no tiene ninguna connotación ideológica. “Me parecía fascinante la manera como él unía entre sí mundos diferentes: la universidad, las villas, la cultura. Su horizonte era amplio, vivía en contacto con toda la vida argentina, social, sindical, política, los curas para el tercer mundo, los de la diócesis, los sacerdotes de su barrio; tenía una fuerte capacidad de comunicación y se relacionaba con mucha facilidad con todos. Era muy común ver grandes artistas argentinos de aquellos años en su villa. El mismo Perón fue a visitarlo, pero ese día Mugica no estaba y el General se disgustó mucho”.

Actualmente los curas villeros que asumieron la herencia de Mugica son 22, distribuidos en 14 barrios marginales de la capital.

Pero hoy la Iglesia argentina en cuanto tal es la que reivindica con fuerza la figura de Mugica en el día de su muerte. Lo hizo el presidente de la Conferencia Episcopal, José María Arancedo, al inaugurar la asamblea plenaria de los obispos a comienzos de esta semana. Se refirió a Mugica como “un sacerdote que vivió su fe y ministerio en comunión con la Iglesia y al servicio de los más necesitados, que aún lo recuerdan con gratitud, cariño y dolor”.

El mismo Bergoglio en 1999, cuando era arzobispo de Buenos Aires y poco antes de ser nombrado cardeanl por Juan Pablo II, presidió el traslado de los restos de Carlos Mugica desde el aristocrático cementerio de La Recoleta hasta la modesta iglesia de Cristo Obrero, en la villa de Retiro donde Mugica transcurrió la mayor parte de su vida como cura villero. En esta misma villa, ubicada en una zona central de la capital argentina y caótica encrucijada de autobuses de todo el país, será recordado el sacerdote con diversos actos en los que tomará parte el sucesor de Bergoglio como arzobispo de Buenos Aires, monseñor Mario Poli, el Equipo de sacerdotes para las villas, en pleno, y decenas de miles de argentinos que desean honrar la espiritualidad del sacerdote de los humildes.

La figura de Mugica también es objeto de un redescubrimiento de parte de las generaciones más jóvenes y la razón principal es el mismo Bergoglio. “Hay que decir”, agrega di Paola, “que los motivos de sospecha relacionados con los debates ideológicos de los años ’70 y ’80 fueron desapareciendo o quedaron superados. Hoy es más fácil ver en Mugica al sacerdote que acompañaba al pueblo en la villa, es decir tener una imagen completa de él. También es más fácil para aquellos que tenían ideas contrarias. Los mismos problemas de la villa son muy diferentes a los tiempos de Mugica. Pensemos en la droga, un fenómeno que casi no existía y que ha crecido exponencialmente hasta alcanzar niveles inimaginables en la Argentina”.

El asesinato de Mugica por lo general se atribuye a la derecha paramilitar argentina, que se identificaba como “Triple A”. El juicio contra esta nefasta organización todavía no ha terminado porque sus crímenes fueron calificados de lesa humanidad. Pero también hay quienes adjudican el asesinato a mandantes de signo contrario, de la izquierda armada de los Montoneros, que tenían interés en exasperar las contradicciones existentes para crear condiciones favorables a la insurrección.

“Sinceramente no sé quién pudo haberlo matado”, admite di Paola. “Los grupos que gravitaban en la clandestinidad no le eran favorables y los que recurrían a la represión, otro tanto. Mugica había hecho una opción democrática, apoyaba el gobierno elegido por el pueblo, no estaba a favor de la clandestinidad armada y era fuertemente contrario a la violencia de estado”.

Si la causa penal todavía está abierta, la religiosa ni siquiera ha dado los primeros pasos.

Torna alla Home Page