Estaban al borde del precipicio o en manos de propietarios que pretendían cerrarlas. Las “fábricas recuperadas” son un fruto de la crisis argentina de 2001 que en vez de ir resolviéndose, con el tiempo fue creciendo. “Ese año se derrumbaron la economía y la política de manera dramática”, recuerda Andrés Ruggeri, profesor de Antropología social de la Universidad de Buenos Aires. Primero eran cerca de treinta casos, “pero a partir de entonces se produjeron varias ocupaciones simultáneas que después desembocaron en un movimiento que tomó el nombre de “fábricas recuperadas””.
Desde 2002 Ruggeri dirige el Programa Facultad Abierta de la UBA, donde coordina un importante trabajo de investigación y censo de las empresas argentinas con autogestión de los trabajadores. Nos encontramos con él en el histórico Hotel Bauen, precisamente una de las empresas que fueron salvadas del fracaso gracias a la gestión cooperativa de los mismos empleados. Es un proceso que no se detuvo desde 2001 y por el contrario está en continuo crecimiento. “El último relevamiento -a punto de ser publicado- registra 311 empresas en diciembre de 2013 y ahora podría haber algunas más, mientras que tres años atrás eran cerca de cien menos. Es un proceso muy dinámico, con un elevado porcentaje de supervivencia si se compara con otro tipo de empresas”. Una realidad que traducida en puestos de trabajo significa “entre 13.500 y 14 mil trabajadores, con un promedio de 40 por empresa”, explica Ruggeri.
En cuanto al sector, el panorama es muy heterogéneo. “En los primeros años predominaba la industria, sobre todo metalúrgica. Ahora se está diversificando y la industria constituye aproximadamente el 40 por ciento del total. El resto está formado por empresas de alimentos, textiles, de servicios, escuelas y restoranes”.
La gran crisis argentina de 2001 fue un momento decisivo para este tipo de realidades. En ese momento se constituyó una gran alianza entre los trabajadores y la sociedad. El apoyo de la población fue decisivo”, cuenta Ruggeri. “Si el conflicto hubiera quedado circunscripto a ese grupo de trabajadores, probablemente no hubiera tenido resultados significativos o se hubiera reducido a cooperativas aisladas y sin mayores perspectivas. En cambio en 2001 se produjo un movimiento social amplio, con asambleas de barrios y manifestaciones populares. En fin, se creo una red suficientemente extensa como para evitar rupturas violentas y sobre todo para dar apoyo y conferir legitimidad al movimiento”.
Naturalmente no faltaron dificultades, como tampoco faltan hoy, reconoce el antropólogo. Muchas veces las empresas recuperadas deben afrontar bancarrotas fraudulentas y vaciamientos perpetrados por los dueños que quieren cerrar o vender”. La ley argentina no se inclina a favorecer a los trabajadores. “Por lo general se actúa recurriendo a la ocupación, gracias a algunas leyes de expropiación (temporáneas, que duran hasta que se resuelva la situación) o algún tipo de permiso judicial que posibilita que no se interrumpa el trabajo”. En el plano económico hay que resolver en cambio cómo hacer funcionar estas empresas vaciadas. El problema crucial, en este sentido, era conseguir el capital necesario para reanudar el trabajo. “Esa dificultad –observa Ruggeri- se resolvió en muchos casos gracias al sacrificio de los trabajadores más que al aporte de capital”.
Las instituciones públicas tampoco ayudan demasiado. “Al principio la respuesta del Estado pasó exclusivamente por la vía judicial. Intervenía un juez que decidía si hacía desalojar o no a los trabajadores de la fábrica”, recuerda Ruggeri. Después, “en 2003 comenzó una reacción para salir al encuentro de algunas instancias de las empresas recuperadas, por ejemplo a través de la concesión de subsidios”. Pero no es suficiente, afirma Ruggeri. El Estado “ha modificado la ley de quiebras en un sentido más favorable a los trabajadores, pero los jueces casi siempre tienden a favorecer a los dueños”.
Volviendo al apoyo, en algunos casos notable, de la sociedad, “las empresas recuperadas tienen una legitimidad social muy fuerte, de tal manera que es muy difícil que cualquier sector hable abiertamente en contra de ellas”. Eso se debe a que “la defensa del trabajo se ha convertido en algo muy valorado por la colectividad, sobre todo en los casos de fraude o de quiebra fraudulenta, por mala administración o corrupción”. Las críticas llegan más bien desde “los sectores de la derecha más neoliberal, que no admiten que una empresa pueda funcionar solamente con los empleados cuando ha fracasado la gestión de los propietarios”.
El profesor Ruggeri, como buen investigador y científico, no pierde su objetividad. Reconoce que “todavía existen muchísimas dificultades”. Las empresas privadas pueden contar con instrumentos –como inversiones y acceso al crédito- que a las empresas recuperadas les están negados precisamente debido al contencioso de la propiedad. A pesar de eso, “muchas funcionan bien –algunas incluso muy bien- a tal punto que en ciertos casos logran incorporar nuevos trabajadores y expandirse”.
El pensamiento se dirige inevitablemente a la crisis del trabajo en Europa, a los miles de empresas que se vieron obligadas a cerrar sus puertas. Preguntamos si existen casos similares del otro lado del Atlántico. “Sí, los hay. Hace poco ayudamos a organizar un encuentro en Fralib, una fábrica ocupada en Francia en los alrededores de Marsella. Allí participaron experiencias de Italia, Grecia, Alemania, España, Francia y Serbia, en representación de fábricas recuperadas de Europa. Es un resultado de la crisis, pero en condiciones de partida distintas respecto a Argentina. Aquí el Estado ha “dejado hacer”, mientras que en los casos europeos la situación es más complicada porque las instituciones estatales intervienen con más fuerza contra los trabajadores. Exigen planes de factibilidad y capital inicial para conceder el permiso de funcionamiento”. Después el profesor Ruggeri destaca otra gran diferencia: “He notado que muchas fábricas recuperadas en Europa no eran empresas en crisis. Muchas pertenecían a grandes grupos que habían decidido transferirse a otras zonas de Europa o del mundo para aprovechar condiciones de trabajo más ventajosas. En muchos casos la crisis fue una excusa para irse y aumentar las ganancias”.

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