Es la semana preelectoral más decisiva desde hace mucho tiempo para la historia futura de Colombia. En Cuba, las FARC aceptaron dar un paso que hasta el momento habían resistido –reconocer su responsabilidad en la violencia y la necesidad de reparar el daño producido a las víctimas que la sufrieron- y de este modo dieron un impulso decisivo a la negociación con el gobierno hacia el último tramo de la misma para alcanzar el acuerdo general de paz. El ENL, la segunda guerrilla del país, ha iniciado “contactos exploratorios” para comenzar un proceso análogo al de sus hermanos mayores de las FARC y definir una agenda de puntos negociables. Tanto una como otra organización guerrillera declararon el alto del fuego “electoral” que podría también transformarse en una tregua por tiempo indeterminado. Estos son los tres hechos en sucesión cronológica.
¿Serán suficientes para darle a Manuel Santos, actual presidente, el impulso suplementario que necesita para superar a su rival en el balotaje del domingo?
El que suscribe se lo desea vivamente. Entre otras cosas porque el desafiante de Santos y candidato del ex presidente Uribe, Óscar Iván Zuluaga, ya declaró que no se siente “comprometido” por un eventual acuerdo con las FARC y ha confirmado su intención de “revisar” lo que se ha logrado hasta el momento entre el gobierno y la guerrilla, en caso de ser elegido. Con respecto a la nueva negociación en curso con el ENL, Zuluaga afirmó que es muy escéptico y sin duda no está dispuesto a apoyar su continuidad. “Para hacer la paz se necesita mucho más coraje que para hacer la guerra”. La frase del Papa Francisco, pronunciada en presencia de Peres y Abbas en los jardines vaticanos, aparece en el centro de la primera página de Semana, la revista de mayor circulación en Colombia, con la clara intención de referirla a los gobernantes locales y alentarlos a dar el último paso. El representante del Papa en Colombia, el nuncio Ettore Balestrero, comprende con exactitud el valor de lo que ha ocurrido los últimos días en la mesa de negociaciones de La Habana. “La verdad, la justicia y la reparación de las víctimas es clave para continuar el proceso de paz que se lleva a cabo en Cuba”. Es la primera vez en cincuenta años de conflicto que la guerrilla colombiana reconoce sus propias responsabilidades, admite haber cometido crímenes y violaciones y acepta el derecho de las víctimas a recibir justicia. En cuanto al ENL, el arzobispo de Cali, Mons. Darío de Jesús Monsalve Mejía, ha manifestado que la fase exploratoria que dieron a conocer las partes “es un avance muy significativo, que produce satisfacción y esperanza. El objetivo ahora es ponerse de acuerdo sobre una agenda para iniciar negociaciones como las que emprendieron las FARC”.
Reconocimiento de responsabilidades, reparación de daños, búsqueda de la verdad, garantía de no repetición, principio de reconciliación en la etapa que se abrirá en la sociedad colombiana cuando se alcance el acuerdo final, son pasos cruciales en el camino trazado por la novedad de Cuba. Nunca se ha llegado tan cerca de la paz en medio siglo de historia nacional.
Seis millones de colombianos fueron víctimas, en diversa medida, de un conflicto que dura desde hace cincuenta años y que por primera vez podría llegar a una conclusión. La cifra, actualizada el pasado mes de diciembre, fue proporcionada por la Unidad de atención y reparación integral a las víctimas (UARIV), ente gubernamental cuya función es asistir e indemnizar a los que han sufrido daños en el curso del conflicto civil. Hay cientos de miles de muertos; en los registros de la organización hay un total de 5.966.041 nombres, incluyendo los cinco millones de personas obligadas a abandonar sus hogares. También se debe considerar el gravísimo drenaje económico que representa la guerra. El Centro de recursos para el análisis de conflictos (CERAC) y el Programa de las Naciones Unidas para el desarrollo (PNUD) dieron a conocer una minuciosa investigación sobre el peso de la guerra y los beneficios de la paz. La economía colombiana hubiera crecido un 8.7 por ciento anual desde 2001, en vez de 4.3, ni más ni menos que el doble del crecimiento efectivamente registrado, y el ingreso promedio de cada colombiano hubiera podido ser de 16.700 dólares anuales, 5.500 más que el reportado por las estadísticas nacionales.

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