COLOMBIA. LA HORA DE LAS VÍCTIMAS. Piden a la Iglesia Católica que represente sus sufrimientos y reivindicaciones en las negociaciones de La Habana

¿Quién hablará por ellos?
¿Quién hablará por ellos?

Un grupo de víctimas de las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia), que desde hace dos años negocian la paz con el gobierno de Colombia en La Habana, se entrevistará en las próximas horas con el arzobispo de Tunja y nuevo Presidente de la Conferencia Episcopal, mons. Luis Augusto Castro, para solicitarle que la Iglesia represente sus sufrimientos y reclamos en las negociaciones que se desarrollan en Cuba.

Las víctimas –civiles, militares, ex secuestrados, mutilados por las minas antipersonas y por atentados terroristas, así como personas que en el pasado han pagado (y siguen haciéndolo) el precio de las extorsiones y de los “impuestos revolucionarios” obligatorios- solicitarán a mons. Castro que los represente ante el Gobierno y las FARC, en la mesa de negociaciones. El grupo denuncia que hasta el día de hoy la cuestión de las víctimas, tema al que la Iglesia colombiana siempre ha prestado especial atención, ha sido politizada y prácticamente las únicas que han tenido representación son las “víctimas del conflicto”, denominación entendida como “personas de izquierda”. Los portavoces del grupo también se reunirán hoy con el delegado de Noruega, uno de los países garantes del diálogo, para entregarle al diplomático un documento con 120 preguntas planteadas por los familiares, quienes reclaman que se atienda su derecho a la verdad y a la justicia como condiciones necesarias para la reconciliación.

En más de 30 años de conflicto armado, especialmente con las FARC, las estimaciones oficiales hablan de 6 millones de víctimas. El Registro nacional de Víctimas, establecido por la Ley 1448, incluye más de 6 millones de nombres,  6.043.473 para ser exactos. La inmensa mayoría de los casos -5,4 millones- son “desplazados”, vale decir personas que se vieron obligadas a escapar de la violencia cruzada para salvar su vida, abandonando sus casas y sus bienes, y sufriendo la separación, a veces irreparable, de sus familias.

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