“Los satanistas son personas que encuentras todos los días por la calle”. Son declaraciones de Deborah, estadounidense de 51 años, al diario “Religión en libertad”. Y son palabras confiables: ella es una ex satanista que hace pocos años volvió al seno de la Iglesia católica.
Su relato, publicado en el sitio oficial de la arquidiócesos de Ciudad de México, es al mismo tiempo un descenso a los infiernos y un testimonio sumamente valioso sobre un mundo oscuro e inquietante del que se habla mucho sin que se llegue a comprenderlo en profundidad.
Deborah cuenta que se acercó al satanismo en la adolescencia. Una forma poco severa de autismo no diagnosticado hacía de ella una joven problemática. Asistía a una escuela católica de monjas, se sentía incomprendida y, por rebeldía, comenzó a usar el pentáculo satánico. El castigo –prácticamente buscado- no se hizo esperar: Déborah fue expulsada de la escuela. Pero ella no abandonó el satanismo sino que, al contrario, se involucró cada vez más; primero a través de libros y más tarde contactando otros satanistas.
Comienzó a participar en misas negras. Ahora, al recordar esas experiencia, las define como “absolutamente asquerosas”. Cuenta: “Se contaminaba la Eucaristía, se ponían al revés imágenes y crucifijos. Hacían todo lo posible para burlarse del cristianismo”. Ella tiene su propia definición de satanismo: “Es una forma de permisividad de los apetitos más sensuales, se busca la destrucción de la Iglesia y hay un encarnizamiento contra la moral tradicional”.
Al cabo de algunos años, Deborah abandona las misas negras y decide formar su propio grupo. Explica que hay diversos tipos de satanismo, desde los más “light” hasta los más peligrosos. Uno de estos últimos se conoce como “pandemonio” y consiste en grupos formados por 13 miembros; si alguno trata de abandonarlo, corre peligro de muerte. Es un mundo sumamente secreto y es raro que alguien hable, incluso si ha salido; el miedo a la venganza siempre está presente. En la vida de todos los días por lo general es gente fuera de cualquier sospecha.
El relato de Déborah se hace cada vez más tenebroso. “He visto personas heridas, pero nunca niños, solo adultos que prestaban su consentimiento”. Incluso si consiguen abandonar el grupo, “la mayoría, al cabo de un tiempo, termina suicidándose”. Deborah llegó a firmar “un pacto de sangre con Satanás” en la época que estaba más involucrada, y fue satanista durante siete años. Abandonar ese mundo fue muy difícil: “Los demonios me estaban aterrorizando”. Hasta que una noche tuvo un sueño en el que un ángel llegaba a rescatarla. A la mañana siguiente tomó la decisión: “Yo voy a ser católica de nuevo”.
En 2009 volvió a reincorporarse completamente a la Iglesia. Ahora colabora en el rescate de personas que viven el mismo infierno que le tocó a ella.