Un “accidente” de la historia geológica le dio a Panamá un rol que es más bien una vocación. Si el “accidente” se pudiera reproducir hoy, veríamos a Dios que desde la profundidad de los tiempos separa la tierra de las aguas y con mano poderosa aprieta exactamente en el medio hasta que solo queda un delgado hilo separando el norte del sur y el Atlántico del Pacífico. Por qué lo hizo así, solo Él lo sabe. Quizás porque ya pensaba en el solemne lema que proclama el escudo del canal: “Pro mundi beneficio”. Porque si Dios hubiera dispuesto otra cosa, si el istmo no emergiera de las aguas, Cristóbal Colón no hubiera descubierto el paso hacia el Catay, los antepasados de los incas no se hubieran establecido en Perú, la cruz no hubiera sido plantada en Santo Domingo y los pueblos modernos no se hubieran mezclado en este retazo de tierra mucho más que en cualquier otra parte del mundo. La geografía marcó la historia de Panamá, porque Panamá y el canal son una misma cosa y los panameños son un crisol de diferencias bien amalgamadas en torno a 80 kilómetros de aguas domesticadas por diques y exclusas mecánicas que desde la bahía en el Pacífico conducen hasta el puerto franco de Colón, bañado por el Atlántico.
Para realizar la obra “pro eius” beneficio, los primeros que desembarcaron en el istmo fueron los franceses. En 1881 comenzaron a trazar planos y hacer cálculos, realizaron relevamientos geológicos y abrieron caminos en la selva, y después se dedicaron a cavar, cavar y cavar obstinadamente, durante siete años, hasta 1888. Hubo una interrupción de seis años, para curar heridas y recuperar fuerzas, y siguieron cavando otros siete años más, desde 1894 hasta principios del siglo XX cuando, diezmados por las enfermedades tropicales y la mala administración económica, abandonaron definitivamente la empresa. Junto con la empresa dejaron atrás miles de muertos -2.400 franceses y 20.000 de otras nacionalidades- y miles de vivos que –misterios del alma humana- prefirieron las penurias y el clima tropical antes que volver a su patria.
Fue así que a fines de siglo XIX se estableció en Panamá una gran cantidad de asiáticos, europeos y negros provenientes de las posesiones coloniales holandesas, francesas e inglesas en América. En 1904 llegaron los estadounidenses, compraron los derechos y las propiedades de la Compañía francesa por 40 mil millones de dólares y empezaron a cavar de nuevo. Se dice que sacaron tierra suficiente para construir cien pirámides. Cavaron durante diez años, inyectaron millones de toneladas de cemento para sostener las paredes quebradizas, derrotaron la malaria y la fiebre amarilla y pusieron a trabajar a 75.000 hombres y mujeres hasta que, el 15 de agosto de 1914, una humeante embarcación llamada Ancón cruzó el canal de punta a punta y detrás de ella un promedio de seis mil naves comerciales por año -35 por día- a 34 mil dólares de peaje cada una -también promedio- pagados anticipadamente a la Administración del Canal, que hasta el mediodía del 31 de diciembre de 1999 era estadounidense y después pasó a ser totalmente panameño.
Cien años después, Panamá celebra el aniversario que marcó su destino en medio de atrasos en los proyectos de ampliación, escándalos por sobreprecios en la ejecución y una implacable competencia a la vuelta de la esquina.