CAZADORES DE TESOROS EN AMÉRICA LATINA. Algunas riquezas famosas que desaparecieron en épocas pasadas todavía están en la mira de los buscadores de tesoros

¿El que busca encuentra?
¿El que busca encuentra?

Riquezas que se ocultaron y nunca fueron reclamadas por sus eventuales propietarios, fortunas sepultadas por las inclemencias del tiempo o enterradas deliberadamente que nunca volvieron a ver la luz. Las hay, como bien saben los cazadores de tesoros que todavía las buscan tenazmente. Y una de las más codiciadas es la de los aztecas que no lograron llevarse los depredadores españoles.

Hay que remontarse a la caída del imperio en manos de Cortés, en 1521 y a un episodio poco anterior al asedio de Tenochtitlán, conocido como la noche triste. Cortés y los suyos fueron sitiados en el palacio de Montezuma y al verse rodeados por los guerreros aztecas sublevados, intentaron la fuga a través de los terraplenes que unían como cordones umbilicales la capital construida en el centro del lago con la tierra firme. Los españoles fueron descubiertos en aquella huída desesperada, perseguidos y diezmados. Muchos conquistadores murieron ahogados en las aguas del lago arrastrando consigo a las profundidades barrosas el oro y objetos preciosos con los que habían llenado sus casacas y armaduras. Muchos están convencidos de que en esas profundidades, hoy secas o cubiertas por selvas de edificios modernos, todavía se encuentra el oro y lo siguen buscando.

Pero los cazadores de fortunas conocen también la historia del capitán inglés William Thompson, quien transportaba un tesoro oculto desde Lima, Perú, a México. El botín nunca llegó a destino y muchos siguen persuadidos de que el capitán lo ocultó en algún lugar de las islas Coco, a 532 kilómetros de la actual Costa Rica. Monedas, coronas, lingotes de oro y de plata por un valor de 269 millones de dólares que quitan el sueño y avivan la esperanza de muchos cazadores hasta la actualidad. También hay algunos que no renuncian al tesoro de la nave española Nuestra Señora de Atocha, sorprendida por un huracán en 1622 a la altura de los Cayos de la Florida. La embarcación chocó contra la barrera de coral a 55 kilómetros de las islas y allí se fue a pique junto con su preciosa carga. Una parte fue encontrada en 1985 por el cazador de tesoros Mel Fisher, que obtuvo por ella la hermosa cifra de 500 millones de dólares, pero la mayoría todavía está esperando algún afortunado descubridor.

Pero en Colombia se oculta el mítico “El dorado”, el tesoro de la Laguna de Guatavita, lugar sagrado de los nativos Muiscas donde realizaban la ceremonia de investidura de los nuevos caciques. Según el rito, el futuro jefe iba en una balsa suntuosamente adornada y cargada con ofrendas de oro y esmeraldas. Cuando llegaba al centro de la laguna, la carga se arrojaba al agua como tributo a los dioses. Los cuales, como saben muy bien los buscadores de oro, dejaron todo en su lugar, donde están convencidos de que se encuentra todavía.

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