“Nunca he negado mi fe, ni cuando era católica ni ahora que soy evangélica. La fe de una persona forma parte de su vida y creo que debe ser respetada, lo mismo que las personas que no tienen ninguna. El presidente de la República al frente de un Estado laico, debe defender el Estado laico”. Con estas palabras Marina Silva, principal desafiante de Dilma Rousseff para la presidencia de Brasil en las próximas elecciones del 5 de octubre, se propuso tranquilizar a los potenciales electores sobre el hecho de que su fe no será un condicionamiento cuando deba tomar decisiones como presidente. La aclaración resultaba necesaria después del cambio de 180 grados con respecto al matrimonio homosexual, rápidamente eliminado del programa y transformado en simple “unión civil” para aplacar las críticas que llovieron desde el mundo evangélico y –via Twitter- del poderoso y riquísimo pastor Silas Lima Malafaia (con un patrimonio que Forbes estima de 150 millones de dólares). La decisión de la candidata del Partido Socialista Brasileño, que levantó una densa polvareda, supuso para ella duras críticas y una leve disminución del consenso, precisamente en el momento en que avanzaba decididamente en la carrera contra Rousseff.
Sin embargo, a pesar de que ya se la conoce como “la candidata evangélica”, la relación de esta mujer -de una historia personal fascinante, desde la pobreza del Amazonas hasta la cumbre del poder- con el electorado brasileño de matriz protestante, es sumamente compleja, tan compleja como el mundo de los evangélicos brasileños. En efecto, los evangélicos representan el 22% de la población, pero es un universo extremadamente fragmentado. En particular dos “iglesias” se disputan la supremacía: la “Asamblea de Dios”, a la que pertenecen Silas Malafaia y Silva misma, y la “Iglesia Universal del Reino de Dios”, fundada por otro poderoso hombre brasileño, Edir Macedo, que apoya decididamente a Rousseff.
A pesar de estas diferencias, el hecho de que Silva sea la candidata preferida por la mayoría de ellos parece objetivamente cierto. El analista político Rafael Cortez lo confirma al diario “Perfil”: “Hay una relación importante entre el perfil de los votantes evángelicos y Silva. Las encuestas sostienen que tiene una relación positiva con estos sectores. Pero aún se trata de un perfil electoral minoritario. No es suficiente para cambiar el sentido de la competición. Los desafíos a su candidatura son distintos”. Y el mayor de todos parece ser precisamente conciliar las diversas almas que componen su electorado, que no se reduce solamente a evengélicos-conservadores. Hay también una importante veta de progresistas –muchos de los cuales participaron en las protestas pre-Mundial-, que la consideran una “tercera posición” alternativa a la política tradicional encarnada por el Partido de los Trabajadores del dúo Rousseff-Lula y el Socialdemócrata de Aécio Neves. Por eso Silva se ve diariamente obligada a un difícil equilibrio para no disgustar a ninguna de las dos vertientes. Es una ambigüedad que podría transformarse en un arma de doble filo, como ha demostrado el caso de la modificación del programa respecto al tema del matrimonio homosexual, aunque hasta ahora parece haberlo logrado bastante bien y el cabeza a cabeza con Rousseff en los sondeos lo confirma. “Marina ha logrado unir la bandera de la familia con los problemas propios del contexto social y político del país”, observó al diario “L’Indro” otro evangélico, fundador de la iglesia “Sara Nostra Terra”, Robson Rodovalho.
Pero el núcleo de la cuestión sigue siendo si realmente los evangélicos pueden inclinar la balanza a favor de Silva. Según los sondeos parecería que sí. En la última década han crecido un 61% (hoy son 42 millones) y tienden a votar a los candidatos que más respetan sus valores. El respetado Instituto Brasileño de Opinión Pública y Estadística (IBOPE), considera que el 49% de los evangélicos paulistas votará a Marina y el 20% optará por Dilma. Y los católicos también parecen preferirla: 36% contra el 25% de la presidente actual.