CUBA. RUMBO AL FINAL DEL EMBARGO. La amenaza del ébola y la lucha para frenarla en el frente africano pueden desarticular el prolongado bloqueo a la isla

¿Sobrevivirá Fidel al final del bloqueo?
¿Sobrevivirá Fidel al final del bloqueo?

El último pedido de que se levante el embargo de Estados Unidos a Cuba fue de Evo Morales. El presidente boliviano habló en el Vaticano personalmente con el Papa y desde la tribuna del Encuentro mundial de los movimientos populares que acaba de concluir. Pero del líder bolivariano, recién reelegido como presidente del país andino, no se podía esperar otra cosa. Mucho más sorprendente, y por tanto relevante, es que el New York Times haya publicado por tercera vez en un mes –regularmente uno por semana- un editorial sobre Cuba y el embargo, afirmando que “la situación ha cambiado radicalmente en los últimos años” y que un número cada vez mayor de cubano-estadounidenses estarían “a favor de promover estrechas relaciones con la isla”. Muchos de los defensores de esta apertura son empresarios cubanos que antes apoyaban el bloqueo por razones económicas, mientras que en la actualidad sus ganancias son solo una mísera parte de lo que obtenían en el pasado. Sin negar los riesgos de una nueva política exterior en relación con Cuba, el NYT registra también la disposición positiva de algunos miembros del gobierno para evaluar las innegables ventajas de una potencial abolición del histórico embargo comercial. Tampoco hay que olvidar que el mismo presidente Obama, en los tiempos de su candidatura al Senado en 2004, se había manifestado a favor de superar las sanciones.

Palabras autorizadas en la misma dirección fueron sin duda las de Hillary Clinton, probable candidata a la Casa Blanca en 2016. En ocasión de la presentación de su libro de memorias Hard Choices en el “Council on Foreign Relations”, la ex secretaria de Estado norteamericana declaró abiertamente que “el embargo de Estados Unidos contra Cuba debería ser abolido”. Desde el principio Washington impuso estas sanciones con el propósito de desestabilizar el régimen de Castro. Con el paso del tiempo se hizo cada vez más evidente para los responsables políticos estadounidenses que el bloqueo ha resultado un fracaso total. Incluso Hillary Clinton llegó a afirmar que “el embargo fue el mejor amigo de Castro” porque le proporcionó constantes justificaciones al gobierno cubano para sus propios fracasos y siguió alimentando un agudo sentimiento antinorteamericano.

Parece entonces que los tiempos están maduros para “normalizar” las relaciones con La Habana. El primer paso de Estados Unidos en dirección a una superación de las sanciones sería quitar a Cuba de la lista que maneja el Departamento de Estado de países que respaldan las organizaciones terroristas, donde se encuentran Irán, Sudán y Siria. La presencia de Cuba en la lista negra se remonta a 1982, por haber patrocinado grupos guerrilleros en América Latina. Pero hoy Cuba está empeñada en la lucha contra un enemigo común que siembra el pánico en los mismos norteamericanos: el ébola. El embargo contra Cuba, que desde 1962 -apenas terminó la revolución castrista- impone la prohibición  de cualquier relación comercial, económica o financiera entre los dos estados, ya no tiene razón de ser. Más aún, en la situación actual corre el riesgo de comprometer los esfuerzos de la lucha contra la epidemia. Los datos de la OMS (Organización mundial de la salud) no hacen más que confirmar que 160 médicos y enfermeros cubanos en Sierra Leona y otros 300 en Liberia y Guinea están desempeñando un rol de primer plano en el intento de levantar un dique de contención para una de las epidemias más violentas que recuerde la historia. Desde este punto de vista, el embargo parece más una burla que un arma para obligar a Cuba a respetar los derechos humanos, ya que impide a los médicos cubanos acceder a los equipamientos modernos y los medicamentos necesarios para una lucha más eficaz contra el virus. Por otra parte la hipótesis, aunque sea remota, de una epidemia de ébola en la isla más poblada del Caribe podría incrementar también el peligro de contagio en territorio estadounidense. Son todas muy buenas razones para destrabar el histórico candado que se cerró hace 52 años. Hasta la Iglesia de la isla quisiera verlo abierto, para aliviar los sufrimientos de una población que hace ya demasiado tiempo espera recuperar su dignidad.

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