CORAZÓN EN TINIEBLAS. Viaje a la violencia de El Salvador. Donde hay gente que –como Harry, el matapandilleros- está dispuesta a cualquier cosa para destruir las maras

Policías antipandillas / Foto Roberto Valencia
Policías antipandillas / Foto Roberto Valencia

“¡Cuando el hombre ya está fracasado, todo macheteado –gritaba el pastor-, cuando está con las tripas de afuera, ahí es cuando el hombre se viene a acordar de Dios!”. Harry, el policía, está muy de acuerdo. “¡Hey! Cuando esos ‘josdeputa’ la sienten cerquita lloran, se retuercen, intentan quitarse las esposas, se acuerdan de mamita y luego le ruegan a uno y después a Dios”.

Estamos en El Salvador y Harry –desde las columnas de un largo reportaje publicado por el diario “El Faro”- es el guía que nos acompaña hacia el corazón en tinieblas de un país infestado por la violencia de las maras, las temidas “pandillas”. Harry considera que él tiene una sola misión en la vida: exterminar a los “pandilleros”. Está convencido de que no hay ninguna otra forma de detener la violencia. Y al mismo tiempo afirma que su tarea de justiciero solitario es “un acto estúpido”, pero también “un mal necesario”.

En realidad, Harry es un investigador de la Policía Nacional Civil de El Salvador, institución creada a raíz de los acuerdos de paz de 1992, la guerra civil y las dictaduras militares, con el propósito de terminar con los atropellos del ejército. Sin embargo, en la última década fue la institución que más denuncias recibió en El Salvador por violaciones de los derechos humanos. En efecto, Harry no tiene ningún problema en decir que en 2013 hizo desparecer a cuatro jóvenes a los que había atrapado, arrojándolos en el territorio de la pandilla rival. “Quizá no salieron con vida, ¿verdad? –dice-  ¡Hey! Si hubieran salido con vida ya me hubieran denunciado, ¿verdad? Pero no me ha salido nada…”.

La violencia en El Salvador es una plaga que no respeta a nadie. Ni siquiera a los niños. “¿Ves ése? –dice Harry señalando un niño  que tiene unos siete años- ¿por qué anda así, con dos pistolitas? ¿Por qué se para así? ¿Por qué nos dispara? ¡Hey! Él lo ha visto. Él ha visto violencia. Aprende de ella. Este niño no tiene futuro porque más adelante se va a topar con alguien como yo”.

La violencia es el hilo conductor de esta historia y de la historia reciente de El Salvador. Sin embargo, no parece que haya en el horizonte una solución creíble para el problema. Las autoridades enfrentan la violencia con ensayos de prueba y error, oscilando entre la represión y la prevención. Aunque por lo general la represión termina imponiéndose. El primer plan Mano Dura se puso en marcha en 2003. Con el gobierno siguiente el plan pasó a ser Súper Mano Dura. En 2009, el primer gobierno de izquierda intentó alguna forma de prevención y rehabilitación, pero terminó sacando el ejército a la calle, los siete días de la semana, las 24 horas del día.

Las bandas respondieron de la única forma que conocen, subiendo la apuesta y aumentando la violencia. Entre fines de 2010 y comienzos de 2011 cayeron 11 militares y 8 policías. En 2011 se contabilizaban 11,9 homicidios por día.

Harry es policía desde hace 16 años. Aprendió el oficio de los primeros agentes que salieron de la escuela de policía, la mayoría ex soldados o ex guerrilleros. Se guía por unos pocos y claros principios. Primero: con la PNC nadie se mete. Segundo: para que no siga jodiendo, al enemigo hay que exterminarlo.

En 2012 el gobierno pactó una tregua. El acuerdo consistía en reducir los homicidios a cambio de beneficios carcelarios para los jefes de las maras. Tregua que a Harry lo pone furioso. “¡Hey! El primer año uno no podía tocar a esos ‘josdeputa’ porque los jefes como que los protegían, por órdenes de arriba”.

Lo cierto es que la lucha parece desproporcionada. Con 60 mil miembros –en su mayoría jóvenes- las pandillas casi triplican a los 23 mil agentes que tiene la policía. Y en efecto, la tregua se mantuvo solamente por voluntad de los pandilleros, pero empezó a tambalear en 2013. A partir de entonces, los policías empezaron a morir de nuevo y los homicidios pasaron de 5 a 10 por día en una guerra que no se diferencia en nada del sangriento enfrentamiento anterior entre el ejército y la guerrilla. A mediados de 2014 se registraron una docena de ataques contra vehículos patrullas y sedes policiales en todo el país. Los policías, como Harry, devuelven con la misma moneda.

La violencia engendra violencia. La situación ha llegado a un punto en que se compite por quién dispara primero, mientras una reciente reforma ha vuelto más blandas las auditorías a los operativos policiales. Con eso Harry está muy de acuerdo. “Siempre desconfié de las intenciones de los tinteados (por los tatuajes que caracterizan a los pandilleros n.d.r.). Ellos no respetan ni a su mujer. Solo respetan a sus hijos y a sus madres. Yo por eso pienso que una solución podría ser matarles a sus familias, para que ellos sientan el dolor que causan en el resto de la población”.

A pesar del aspecto de duro, bien mirado la de Harry es una historia de desencanto y desilusión: “Se le va la vocación a uno. Al ver todo esto así, tan hecho mierda, se le va la vocación. Lo ven bonito ser policía, y se entra con gran ánimo. Cuando uno recién llega mantiene esa vocación, pero luego o te relajás o siempre mantenés la vocación pero tratás de solucionar las cosas en lo que podás, de otras maneras…”. Y si uno le pregunta cómo se puede conciliar la idea de justicia con la de exterminar al enemigo, Harry contesta: “¿Cómo es que he llegado a pensar estúpidamente? La palaba es la indignación. Es cuando se llega a sentir el dolor de las personas. “Mire, me voy a desplazar, porque si no me voy me violan a mi niña”. ¡Qué ‘josdeputa’! ¡Neta! Eso: llegar al punto donde uno dice que la única solución es matar, aun a riesgo de que lo descubran”.

A su manera, el análisis de Harry es lúcido y deja poco espacio para una réplica. “Por las buenas ya no se puede, ¡es paja! ¿Cuánto tiempo llevamos con las pandillas? ¿Cuántos planes se han inventado? ¿Dígame para qué han servido?”. Harry se considera un mal necesario. “¡Pero de todos modos no basta eso! ¡Hey! Para solucionar esta situación no basta eso. ¿Cómo se puede ir más allá?”.

¿Y qué habría que hacer, Harry? “¡Volver a los viejos métodos! Uno de los viejos métodos que aprendí… bueno, que me contaron: es dividirlos entre ellos”. Pero no solo eso. Harry cuenta también algo “que ha estado pensando”. “Se mata a familiares de jueces, y se dejan signos de que fueron pandilleros. ¿Usted cree que si hacemos eso no van a condenar a todo esos ‘josdeputa’ que lleguen a los juzgados, por lo que sea? ¡Los van a condenar!”. Por último invoca, como solución definitiva, una especie de licencia para matar para los policías. “Que los políticos se dejen de babosadas, y que promulguen una ley que diga que yo puedo matar a esta gente”.

Harry no es un caso aislado o extremo. En El Salvador hay muchos como él. Un país donde pandilleros y policías muchas veces son vecinos de casa y están unidos por la misma pobreza. Un país donde la vida se desarrolla en un clima de constante tensión y solo una apariencia de calma. Porque tarde o temprano alguien estalla y vuelve a desencadenar la violencia, y después ocurre otra vez y otra vez más…

Artículo tomado de “Harry, el policía matapandilleros” de Daniel Valencia Caravantes, publicado en “El Faro” el 8 de junio de 2014

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