El fenómeno de vastos sectores de la población latinoamericana que abandonan la Iglesia católica es masivo y está definiendo toda una época, según la agencia estadounidense Pew Research Center, que presenta las conclusiones de su última encuesta realizada en 18 países del continente. El 84 por ciento de los adultos entrevistados declaran que han sido educados como católicos por sus padres, pero solo el 69 por ciento, hoy por hoy, siguen reconociéndose como tales. El éxodo se orienta hacia las confesiones protestantes de última generación, más concretamente el movimiento pentecostal. El 19 por ciento de la población latinoamericana hoy declara ser evangélica, pero solo el 9 por ciento ha nacido en esa confesión. El 68 por ciento de los protestantes del Paraguay proviene de la Iglesia católica, el 66 por ciento en Perú y el 54 por ciento en Brasil.
Según el estudio, la “protestantización católica” es común a todo el subcontinente, con porcentajes que van del 74 por ciento en Colombia al 15 por ciento en Panamá. En Brasil, un quinto de los evangélicos actuales era católico y hoy se distribuye entre cientos de denominaciones evangélicas que pululan a lo largo y a lo ancho de la gran nación sudamericana de lengua portuguesa. Cuando se les pregunta el por qué, los ex católicos responden que las Congregaciones evangélicas les dan una sensación más fuerte de relación personal con Jesucristo.
“América Latina alberga más de 425 millones de católicos –afirma el Pew Research Center –, aproximadamente el 40 por ciento del total de los católicos de todo el mundo, y la Iglesia católica tiene un Papa latinoamericano por primera vez en la historia. Sin embargo, la identificación con el catolicismo ha declinado en toda la región” a pesar de la imagen positiva de la que goza el Papa sudamericano del otro lado del océano. Datos sorprendentes a primera vista.
El profesor Guzmán Carriquiry Lecour, Secretario encargado de la Vicepresidencia de la Pontificia Comisión para América Latina, estudia con atención los resultados de la investigación. “Bienvenidos sean los sondeos y estudios estadísticos sobre la pertenencia y los comportamientos religiosos en América Latina. Llenan un vacío que muchas Iglesias no se han mostrado interesadas o capaces de afrontar”.
¿Cuál es su primera reacción al leer estos datos?
No dudo de la seriedad científica del Pew Research Center, pero he visto que los resultados de esta encuesta se basan en 30.000 entrevistas a adultos en todos los países de América Latina, con excepción de Cuba e incluyendo Puerto Rico. ¡Son 30.000 entrevistas en 19 países que tienen, grosso modo, una población de poco menos de 600 millones de habitantes! Me parece demasiado optimista el margen de error entre el 3 y el 4 por ciento que establecen los autores. Pero aunque así fuera, las conclusiones podrían ser otras. El New York Times se apresuró a afirmar en sus titulares “América Latina está perdiendo su identidad católica”. Yo aconsejaría consultar al mismo tiempo un excelente informe de la Corporación Latinobarómetro, publicado el 16 de abril de 2014 en Santiago de Chile, sobre “Las religiones en tiempos del Papa Francisco”, que ha sintetizado una enorme mole de material de todos los países latinoamericanos. Hay no pocas concordancias con las estadísticas del Pew Research Center, pero las conclusiones son que “el catolicismo es mucho más resistente de lo que aparenta”.
El estudio del Pew, al mismo tiempo que confirma que Francisco goza de una imagen positiva entre los latinoamericanos, destaca que el flujo “católico” hacia las iglesias evangélicas no se detiene. ¿Es así?
Según el Pew Research, entre 1970 y 2014 los católicos pasaron del 92% al 69% de la población latinoamericana. Si se considera que desde 1910 hasta 1970 el “peso” de los católicos pasó del 94% al 92%, es evidente que en las últimas décadas se ha producido una fuerte aceleración de su disminución. Al mismo tiempo, el estudio señala que entre 1970 y 2014 el porcentaje de “protestantes” pasó del 4 al 19%. Este flujo es evidente, pero me parece desproporcionado y tal vez exagerado afirmar que casi 1 de cada 5 latinoamericanos es de filiación “protestante”.
¿Qué consideraciones deduce de esta situación?
La primera y bien planteada por el informe de la Corporación Latinobarómetro: América Latina ha vivido en las últimas décadas movimientos migratorios impresionantes hacia las ciudades, un crecimiento desordenado y desequilibrado de la urbanización y una incorporación cada vez más acentuada a la cultura global y a la revolución de las comunicaciones; paralelemente, desde 2003 ha vivido el período más próspero de su historia, que ha transformado la vida y la capacidad de consumo de más de 70 millones de habitantes, haciéndolos salir de la franja de pobreza para incorporarlos a los nuevos cetos medios populares. Sin embargo, estos fenómenos de gran envergadura no han provocado una corriente masiva de secularización. Solamente el 8% de los latinoamericanos declara ser agnóstico o ateo. Si a los “católicos” se suman los “protestantes”, llegamos a un elevadísimo porcentaje de “cristianos” (semejante al de los “católicos” de 1910). La ecuación ideológica desarrollo económico-urbanización-instrucción-secularización no da los resultados previstos por las teorías de la modernización.
Eso no relativiza el auge protestante…
El término “protestante” es muy ambiguo, no solo en el ámbito teológico sino también referido concretamente a este crecimiento en América Latina. Las denominaciones clásicas del protestantismo (luteranos, calvinistas, anglicanos, presbiterianos, metodistas, etc.) siguen constituyendo pequeñísimas minorías en América Latina, que crecen solamente cuando dentro de ellas se forman comunidades de “revival evangélico”. La inmensa mayoría de los “protestantes” se concentra en las comunidades que proceden de este “revival” que se produjo primero en los Estados Unidos y después en América Latina. De todos ellos, hay comunidades que se remiten a los “evangélicos”, a los “neopentecostales”, a las “asambleas de Dios”, a los “bautistas”, a los “adventistas”, etc.; hay una infinidad de comunidades “autónomas” que por lo general no tienen relación unas con otras.
¿Con áreas geográficas privilegiadas?
Las migraciones más fuertes de católicos hacia estas comunidades se producen en los países de América Central. En pocos años más, “católicos” y “protestantes” estarán a la par en Guatemala; el Pew Research Center señala que la Iglesia católica ha perdido 30 y 29 puntos porcentuales entre 1970 y 2014 en Nicaragua y Honduras. Son cifras impresionantes. Pero en México los católicos han registrado un leve crecimiento durante las últimas décadas y en la Sudamérica hispanoamericana una flexión sumamente contenida. Sin duda resulta preocupante Brasil, con 15 puntos porcentuales de flexión, pero hay señales que indican que esta flexión ha disminuido en los últimos diez años (gracias también al extraordinario florecimiento de las corrientes católicas de los carismáticos). Preocupa la flexión de Chile en años recientes, donde los escándalos provocados por crímenes de hombres de la Iglesia le hicieron perder credibilidad en vastos sectores de la burguesía y de los cetos medios (mientras Latinobarómetro releva que, por el contrario, estos escándalos han tenido escasa influencia entre los católicos de los otros países latinoamericanos).
Además, la Corporación Latinobarómetro aporta un dato que en mi opinión es sumamente significativo: los católicos aumentan en la medida en que aumenta el nivel educativo, pasando del 64% con educación básica al 72% con educación superior, mientras los “protestantes” disminuyen cuando aumenta el nivel de educación del 22 al 12%. ¿Qué cambio tendrá más peso en el futuro, el cambio de edad que favorece a los “evangélicos” o el crecimiento del nivel de educación que favorece a los “católicos”?
¿En qué radica la “atracción” que ejercen las iglesias evangélicas respecto al catolicismo?
Pienso que las comunidades evangélicas han crecido sobre todo en aquellos lugares donde se había producido una cierta ausencia, incluso física, de la Iglesia católica: en las periferias urbanas pobres, en los nuevos barrios con un crecimiento edilicio no regulado, en algunas zonas del campo y de la montaña, en comunidades indígenas. Sus habitantes encontraron la cercanía de estas comunidades, que se instalan con gran sencillez y se multiplican velozmente gracias a una praxis ágil y de breve duración para la formación de los “pastores” y también en virtud de su tenaz movilidad. Asistir a sus cultos en un garage convertido en templo muy cerca de casa, en el mismo barrio, resulta mucho más fácil que recorrer kilómetros para llegar a la parroquia católica más cercana. La sed religiosa encuentra así una respuesta al alcance de la mano. Poco se ha hecho en muchas realidades de la Iglesia católica para estar físicamente presente en los nuevos lugares de movilidad y de asentamiento y para relanzar una presencia en aquellos más alejados y marginados. Por otra parte, pesa la cada vez mayor escasez de sacerdotes en relación con el crecimiento de la población. En las grandes ciudades la Iglesia católica está presente sobre todo en los cetos medios urbanos; falta esa preferencia por las periferias, como promovió el Arzobispo Jorge Mario Bergoglio con su “pastoral de las villas”. Por eso, a pesar de la continua reiteración de la opción preferencial por los pobres, vastos sectores de los pobres terminan “prefiriendo” las nuevas comunidades “evangélicas”.
A diferencia del elevado porcentaje positivo (54%), en Guatemala el 17% no aprueba lo que ha hecho el Papa argentino. ¿Cuáles pueden ser las reservas profundas con respecto a Bergoglio?
Me sorprende ese 17 por ciento de desaprobación en Guatemala. No creo de ninguna manera que represente la quinta parte de los latinoamericanos. Latinobarómetro releva como muy alta y creciente la credibilidad de la Iglesia católica en estos dos años de pontificado. La inmensa mayoría de los católicos latinoamericanos están felices, orgullosos y entusiasmados con el pontificado del Papa Francisco. Creo que el porcentaje de los “desconcertados”, resistentes y críticos, que se concentran en pequeños núcleos de ultra tradicionalistas es muy escaso. Sin duda tanto las publicaciones de los ultra tradicionalistas y reaccionarios como la prensa “liberal” alejada de la tradición católica, tienden a difundir una imagen falseada del pontífice, que se acomoda a su propio uso, consumo y propaganda.
¿Usted cree que hay un camino que permita realizar una inversión de tendencia en el flujo de las adhesiones católicas a los movimientos evangélicos, o esta inversión de tendencia ya se está produciendo y se manifestará en tiempos que las estadísticas recién podrán registrar dentro de algunos años?
Ya desde que empezó este siglo muchos advirtieron un flujo decreciente en la expansión proselitista de las comunidades “evangélicas”. Por otra parte, ni el Pew Research ni la Corporación Latinobarómetro han podido registrar todavía el efecto Francisco en la vida de los latinoamericanos y en la evolución de sus comportamientos religiosos. Muchos pastores católicos ponen de relieve el hecho de que encuentran más gente en las misas dominicales, en las colas de los confesionarios, en las procesiones y en otras manifestaciones de piedad popular. No faltan tampoco las conversiones individuales. La pancarta que agitaban algunas personas al paso de Francisco por las calles de Río de Janeiro –“soy evangélico pero amo al Papa”- puede ser el signo de un posible retorno de muchos fieles a la Iglesia católica. Hace pocos días se publicó el resultado de un sondeo realizado por la Pontificia Universidad Argentina: en el último trimestre de 2013, sobre un muestrario de 5.698 familias en el país, el 87% declaraba ser católico; el informe del Pew Research, en cambio, registraba que solamente el 71% de los argentinos declaraba ser tal. Esta notable diferencia sin duda se debe al “efecto Francisco”. Sin embargo, honestamente es demasiado pronto para poder verificarlo; pero lo cierto es que sin duda se trata de un tiempo propicio y favorable para la Iglesia Católica en América Latina. Y es bueno que estos sondeos y estudios estadísticos funcionen como una alarma, en primer lugar para los pastores y sus colaboradores en todas las Iglesias locales. De hecho, no podemos seguir viviendo de presuntas rentas de tradición y de posición cuando se están sufriendo procesos de auto-secularización dentro de la Iglesia. Por una parte, hay que saber comprender los aspectos positivos de las comunidades “evangélicas” e ir más allá del viejo y superfluo intercambio de acusaciones –“ustedes son la mano larga del imperialismo norteamericano, hacen marketing religioso, son fundamentalistas y sectarios, se apoyan en un proselitisto agresivo y engañoso” y “ustedes no son verdaderos cristianos y mantienen al pueblo atrapado en una mezcla de superticiones y atrasos”-, aprendiendo también a entablar relaciones de diálogo y amistad entre interlocutores serios. Y por otra parte, hay que hacer un serio examen de conciencia, a fondo, sobre los límites y las carencias que tiene la educación cristiana –invertir mucho más en la formación cristiana del pueblo, sobre la base de los pilares fundamentales de su identidad católica: la sacramentalidad de la Iglesia y el Corpus Domini, la maternidad de María Santísima y la veneración del sucesor de Pedro- y la fragilidad de un sentido de pertenencia a Cristo y a su Iglesia. El pueblo católico debe crecer en la consciencia y responsabilidad de ser un pueblo de discípulos-misioneros. También diría, y creo que esto es fundamental, que la reforma del papado –el Papa Francisco habla a menudo de “conversión”- debe estar acompañada por una reforma del episcopado, una conversión de los ministros de la Iglesia. No podemos contentarnos con seguir haciendo “más de lo mismo”. La “misión continental” no puede quedar reducida a retórica eclesiástica o a un programa más. Debe ser un paradigma de toda la vida de nuestras Iglesias. El Papa Francisco no se cansa de repetir: “educación, educación, educación” y al mismo tiempo “salida” misionera, que quiere decir ir al encuentro de la gente, casa por casa, barrio por barrio, ambiente por ambiente, empezando por los más pobres y necesitados, sin excluir a nadie. Con la convicción de que esta es la más profunda y satisfactoria respuesta a los deseos del corazón y de la cultura de los pueblos, que anhelan amor, verdad, justicia y felicidad.

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