LA JERGA DE FRANCISCO/21. Rivalidad y vanagloria, las polillas que se comen el tejido de la Iglesia

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“Rivalidad y vanagloria” son dos polillas que “debilitan a la Iglesia”. Eso dijo Francisco hace un tiempo. Volví a toparme con la expresión en estos días, releyendo las homilías de Santa Marta en busca de alguna frase curiosa o pintoresca de nuestro Papa para comentar en Tierras de América. Y sin duda ésta lo es.

Francisco, ¡cómo se te ocurre comparar la rivalidad y la vanagloria con las polillas!

Cuando la leía, no pude menos que reirme y pensar en mi abuela, que se habría escandalizado si me hubiera sorprendido riendo de algo que dijo el Papa. Aunque yo estoy seguro que el Papa se estaría divirtiendo conmigo.

También me acordé de un viejo abrigo de lana que un invierno apareció acribillado de agujeros porque no tenía naftalina. Cuando empezaba el verano, mi abuela guardaba la ropa de invierno, previamente lavada y planchada, y ponía entre medio bolsitas con naftalina que tenía forma de canicas, redondas y blancas. Una vez salieron dos bolitas rodando y yo me puse a jugar con ellas, hasta que me descubrió. “No son para jugar sino para matar polillas, ¡es veneno!”. Alegué que no había peligro porque yo no era polilla, pero de todos modos me quedé sin juguete. Sin embargo, las polillas y la naftalina pasaron a ser una imagen de la infancia y siguieron para siempre asociadas en mi memoria. Y la frase del Papa tuvo el efecto de traerlas al presente.

Nunca hubiera pensado que la vanagloria y la rivalidad se pudieran comparar con las polillas o que hayan sido culpables de comerse mi abrigo. Ahora reconozco que la imagen es elocuente y expresa con claridad la idea de ese roer continuo que a la larga destruye.

En realidad, rivalidad y vanagloria son dos conceptos que podrían perfectamente salir de la boca de un cura durante el sermón del domingo y resbalar hasta el piso sin hacer ruido ni levantar polvo. Tal vez porque se las considera como detalles de poco peso, como pecados veniales que se pueden perdonar y dejar pasar con indulgencia. ¿Quién no está en competencia con alguien? ¿Quién no hace alarde de algo que ha hecho? Tal vez incluso para competir mejor con su rival. Quiere decir que, además de ser veniales, también son pecados que van juntos y se sostienen uno a otro.

Sin embargo, al escucharlo a Francisco no pude dejar de comprender qué perniciosos eran para la vida de la Iglesia. Sobre todo porque el Papa habló de ellos relacionándolos con sus virtudes contrarias. Dijo que “rivalidad y vanagloria son dos polillas que debilitan a la Iglesia; en cambio es necesario actuar con espíritu de humildad y concordia, sin buscar el propio interés”. Al plantear que la concordia se opone a la rivalidad y que la humildad se opone a la vanagloria resulta más fácil entender la fuerza positiva de las primeras y la destrucción que producen las segundas.

El Papa también ha recurrido a la autoridad del apóstol Pablo para reforzar su advertencia, preguntándose “En vez de rivalidad y vanagloria, ¿qué aconseja Pablo? ‘Pero cada uno de ustedes, con toda humildad’ – ¿qué cosa se debe hacer con humildad? – ‘considerar a los otros superiores a si mismo’. Él sentía esto, ¿eh? Él se califica ‘no digno de ser llamado apóstol’, el último. También se humilla fuertemente ahí. Este era su sentimiento: pensar que los otros eran superiores a él”.

Y pensar que a la rivalidad nos la vendieron como competencia y a la vanagloria como valorarse a uno mismo, ambas perdonables aunque fueran un poco excesivas. Sin embargo, la rivalidad asociada a la vanagloria es muy distinta a la competencia. Casi no importa ganar, lo que interesa es que el otro pierda. Y la vanagloria no es un exceso de valoración de uno mismo, es petulancia, envanecimiento, presunción. Son dos polillas que devoran la consistencia de la Iglesia, que la debilitan. La rivalidad y la vanagloria atentan contra la armonía y la concordia. Hay una palabra poco usada que sintetiza concordia y armonía y que es esencialmente católica: comunión. Van en contra de la comunión.

Y aquí vuelven las polillas y la naftalina. Porque resulta muy claro que la humildad paulina es la naftalina que mantiene lejos la rivalidad y la vanagloria. Quizás no suene muy teológico, e incluso alguien podría objetar que es casi herético, pero lo cierto es que de pronto las polillas han pasado a ser una imagen que ya no me podré sacar de la cabeza.

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2. “No balconeen la vida, métanse en ella, como hizo Jesús”

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5. Esa anulación que elimina al Otro. No se dejen ningunear

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10. ¡Qué Dios me banque! Si Él me puso aquí, que Él se haga cargo

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13. Esos cristianos alegres y esos con caras de pepinillos en vinagre

14. El “cuento chino” de la abolición de la esclavitud

15. Callejeros de la Fe: entre la escuela y el barro

16. Un consejo para los “trepas” de la Iglesia: vayan a hacer alpinismo, es más sano

17. “Recen por mí”. ¿Un bergoglismo poco bergogliano? Tal vez. Pero a fuerza de pedirlo, el Papa le ha puesto el copyright

18. No somos guachos, ¡tenemos una Madre que nos cuida!

19. Abran las alas y ahonden las raíces. ¡No arruguen!

20. La teologia del barrilete: “¡Aflojale que colea!”

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