La primera evaluación eclesial de alto nivel llega, como era previsible, a través de Palabra Nueva, la revista de la arquidiócesis de La Habana que responde al cardenal Ortega y Alamino. Está firmada por su director, Orlando Márquez, hombre de confianza del purpurado al que muchos consideran el verdadero “protagonista oculto” de la caida del muro del Caribe. El largo y argumentado editorial –del que reproducimos algunos pasajes- comienza destacando el rol que tuvo el Papa Francisco –“conocedor y sensible al viejo conflicto”- durante las negociaciones que precedieron el histórico anuncio del 17 de diciembre, concentrándose en la carta de Bergoglio a los dos presidentes, “en sintonía con su compromiso por la ‘cultura del encuentro’”. Márquez reivindica además el rol primario de la Iglesia cubana: “No es un secreto que, durante años la Iglesia, de forma pública y privada, desde La Habana o desde Washington, ha llamado con insistencia a un diálogo serio y responsable entre los dos gobiernos para poner fin al absurdo desencuentro”. Para la Iglesia –sigue diciendo Orlando Márquez- “no se trata de intereses políticos (…) sino, ante todo, de la política al servicio del ser humano, de la ética y la importancia de la moral en los asuntos políticos, pues todo ejercicio político que dañe al ser humano, lo prive de relacionarse y realizarse social, cultural, económica o políticamente, es inmoral y éticamente inaceptable”. Para el director de Palabra Nueva también es probable que el anuncio del restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre los Estados Unidos y Cuba tenga un efecto en cadena “en la política exterior de casi todo el mundo respecto a ambos países, incluída la de instituciones financieras internacionales”.
El editorial evalúa el impacto que el nuevo curso tendrá –y que ya está teniendo- en el tejido de la sociedad cubana. Un pueblo “herido por una larga confrontación” donde “la alegría de muchos cubanos es insatisfacción para otros”, sobre todo para los “que piensan que de este modo no se hace justicia a sus pérdidas materiales o humanas, (a quienes) con todo respeto se les deberá escuchar”. Por otra parte pone en guardia contra aquellos –presentes en ambos grupos- a los cuales les ha resultado cómodo tener un enemigo, y por eso quisieran seguir teniéndolo. La oposición al acuerdo de algunos sectores de la sociedad norteamericana es algo sabido, mientras que en Cuba el consenso sobre la decisión de Castro y Obama parece más amplio. Sin embargo, en la isla, advierte Orlando Márquez, tampoco faltan “los ideólogos que continuarán levantando el fantasma del enemigo que nos quiere destruir, ahora con su ‘poder blando’”.
De todos modos, es un proceso en el cual los cubanos no deberían centrar todas sus esperanzas, como si fuera el panacea para cada uno de sus numerosos problemas. Se necesita –afirma en la reflexión final- en primer lugar reformas, a fin de estar mejor preparados (desde el punto de vista económico, social y psicológico) para recibir al viejo enemigo sin que se produzcan excesivos contragolpes. “Con independencia de la mejora de estas relaciones”, concluye el editorial, “mientras entre nosotros el control sea más importante que el progreso, no habrá desarrollo”.