“No conozco ningún otro lugar donde en los últimos meses se haya dado tanto crimen y tanta violencia contra el clero. Por lo menos no en el mundo católico”. Son palabras del obispo de Ciudad Altamirano, Maximino Martínez, entrevistado por la revista mexicana Proceso. Su diócesis -75 sacerdotes para 35 parroquias- es considerada la más peligrosa del mundo. Y no es casualidad que se encuentre precisamente en el estado de Guerrero, uno de los más pobres y violentos de México. Para que quede claro, es el lugar donde desaparecieron y probablemente murieron los 43 estudiantes de Ayotxzinapa.
Aquí encontraron muerto el 25 de diciembre pasado al joven sacerdote Gregorio López, probablemente asesinado –tal es la opinión del arzobispo de Acapulco, Carlos Grafías Merlos- precisamente por haber denunciado al grupo criminal responsable de la desaparición de los estudiantes. Aquí, desde 2009 hasta la actualidad, fueron asesinados los sacerdotes Gregorio López Gorostieta, Habacuc Hernández Benítez, Joel Román Salazar y Ascensión Acuña Osorio.
Cuando se produjo el último caso, hizo oir su voz incluso el Papa. Francisco dijo que el padre Gregorio fue “víctima de una injustificable violencia”. El apoyo del Papa es muy valioso para los sacerdotes de la diócesis. “En estos momentos tan difíciles, el Papa Francisco me acompaña y me da fortaleza. Él conoce muy bien la situación de la diócesis, donde la violencia a veces aflora más y a veces parece que se aplaca un poco”, confirma Martínez.
Por otra parte, mons. Martínez ha tenido la oportunidad de poner personalmente en conocimiento al Santo Padre de lo que está ocurriendo en su diócesis. “Lo hice durante la visita Ad limina que tuvimos los obispos mexicanos en mayo pasado”, confirma a Proceso. “También les informé entonces a los encargados de los distintos dicasterios de la Curia Romana. Todos ellos tienen el informe escrito que les entregué sobre la diócesis”.
El documento se titula “La historia de violencia que hemos vivido recientemente en nuestra diócesis”, y enumera los casos y todos los puntos (muchos) que todavía siguen oscuros. Nunca resulta claro, en efecto, si los sacerdotes fueron asesinados debido a su predicación contra la criminalidad organizada o si se trata de actos de violencia y delincuencia “ordinaria”. Sea como sea, los autores de los crímenes tienen garantizada la impunidad. Fidencio Avellaneda, portavoz de la diócesis y autor del escrito, explica: “Compartimos con el pueblo la misma realidad violenta. Incluso los crímenes contra nuestros sacerdotes han quedado impunes, como suele ocurrir en estos lugares”.
Avellaneda considera que lo importante no es tanto determinar si estos crímenes son o no fruto de una persecución religiosa, aunque confirma que “a veces se deben a que nuestra predicación es contraria a los intereses de los delincuentes”. Lo que hay que destacar es que estos criminales (por lo general miembros de los cárteles de la droga como Los Zetas, Los Pelones, Los Templarios, La Familia Michoacana y Generación 2000), “simplemente no le tienen ningún respeto a la Iglesia”, en una zona donde por otra parte, como explica a Proceso el padre Javier Castrejón, “la fe no está muy arraigada en el pueblo” y donde “la evangelización es muy difícil debido a las largas distancias y los caminos accidentados”.
Dificultades y peligros que están muy lejos de disminuir. Según otro informe de 2014, del Centro Católico Multimedial, titulado “El riesgo de ser sacerdote en México”, la violencia va en aumento. En los primeros dos años del mandato del presidente Enrique Peña Nieto los casos de ataques contra sacerdotes se duplicaron respecto al período anterior, convirtiendo a México en el país más peligroso para el que usa sotana. Tan es así que las autoridades eclesiásticas han decidido tomar medidas. Hace dos semanas se reunieron en Acapulco para establecer los protocolos de seguridad para el clero. Por ahora son simples precauciones, como “traer rotulados nuestros vehículos, comunicarnos constantemente para saber dónde andamos, evitar salidas a altas horas de la noche”. Nada de guardaespaldas, como afirma monseñor Martínez: “Uno debe confiar en la voluntad de Dios y estar dispuesto al martirio”, dice. Y cuando le preguntan si no tiene miedo, él –que también ha sido víctima de amenazas de muerte e intentos de extorsión- responde: “Siento el mismo miedo que cualquier humano que está sufriendo esta situación de peligro. Pero debemos ser firmes y combatir al mal que se ha metido mucho en esta región. El Papa acaba de recordarnos que el diablo de pronto anda como león rugiente buscando a quién devorar. Eso pasa aquí… ¡Es el mal!… ¡El mal!”.