LOS CAZADORES DE MINAS DE COLOMBIA. Viaje entre los hombres que desactivan los dispositivos antipersonales diseminados en el terreno por la guerrilla

Desminadores trabajando. Foto Cristian Garavito El Espectador
Desminadores trabajando. Foto Cristian Garavito El Espectador

Tal vez el Papa Francisco hable de este tema en su próxima encíclica sobre el ambiente que está preparando. Pero devolver algo a la tierra que nos ha visto nacer es el ideal que anima a los trabajadores colombianos de la ONG británica “The Halo Trust”, la única que tiene permiso en Colombia para desactivar con personal civil los miles de minas diseminadas en el territorio durante los cincuenta años de guerrilla de las FARC. Una plaga que en los últimos 25 años cobró 11.043 víctimas, entre muertos y heridos.

En el “Área peligrosa número 2” –como se denomina la zona centro oriental del país según la subdivisión que hacen los desminadores de “The Halo Trust”-, hay 9 cazadores de minas que trabajan sin tregua de lunes a sábado. De rodillas, auscultando la tierra con los detectores de metal, mientras repiten lo que les han enseñado durante el adiestramiento: buscar de derecha a izquierda, nunca hacia abajo, siempre separados por 25 metros de distancia. Y cada día, debido a la conformación del terreno –impenetrable, húmedo, cubierto de vegetación- rastrillan en promedio apenas un área de 5 metros cuadrados, cuando en Afganistán en el mismo tiempo se cubren 100. El diario colombiano El Espectador, que les sigue los pasos, cuenta que los desminadores de Halo llegaron a esta zona rural en noviembre de 2014; desde entonces, en un espacio poco más grande que una cancha de fútbol, ya encontraron tres minas.

Entre los trabajadores están Juan David Rivera, de 26 años y Andrés, de 21. Ambos tienen en común el hecho de haberse visto obligados a abandonar su casa cuando eran niños debido a las FARC. Juan David cuenta a El Espectador que su padre debió escapar junto con él y sus hermanos para evitar que lo reclutaran los guerrilleros. Andrés y su familia en cambio fueron expulsados por las FARC dos veces. Durante la segunda fuga, la hermana mayor resultó herida en una pierna por un proyectil durante un enfrentamiento armado.

Pero los desminadores también tienen en sus filas a otras personas que formaban parte de la guerrilla. Como S., que espera “encontrar todas las minas que pusieron… o que pusimos. La idea es desminar todas las áreas sin lastimar a la gente y para que puedan recuperar el tiempo perdido”.

El director de Halo en Colombia, Nick Smart, considera necesario aclarar que el trabajo de S. no constituye una forma de reparación a las víctimas. Es más bien una oportunidad de trabajo que se ha implementado junto con la Agencia colombiana para la Reintegración. S., reclutado desde niño junto con su hermana, está agradecido de tener esa oportunidad: “Para nosotros es muy difícil encontrar trabajo”, explica.

Los municipios amenazados por las minas, según la Dirección contra minas unipersonales, son 688. Pero no hay ninguna manera de determinar el número de dispositivos diseminados a lo largo y a lo ancho de la superficie de un país inmenso, que tiene tres veces el tamaño de Italia. El trabajo que tienen por delante los desminadores es enorme. Rafael Colón, General en jefe de la Dirección contra minas, días pasados estuvo en Ginebra para buscar financiamientos destinados a un programa que, según sus cálculos, requiere 100 millones de dólares. Considera que si las FARC firman la paz, el Ejército podría utilizar 11 mil hombres para la limpieza de minas. Mientras tanto, los hombres de Halo ya están trabajando. “Es un gran resultado haber demostrado que la limpieza puede ser hecha por personas sin formación militar o sin instrucción. Lo único que deben aprender es la técnica”, explica Nathalie Ochoa, Jefe de operaciones de la ONG. Y los hechos le dan la razón: desde que comenzó el programa, en septiembre de 2013, los dispositivos localizados ya son 106. Un trabajo que permite devolver terrenos a las personas –casi siempre campesinos- que vivían allí antes de que llegara la violencia.

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