EL PAPA EN CUBA. LO QUE ESTÁ EN JUEGO. La contradicción de una Iglesia “fantasma” que opera y construye. Ya es tiempo de un nuevo estatus jurídico

Sincretismos políticos. Foto Desmond Boylan/AP
Sincretismos políticos. Foto Desmond Boylan/AP

Después de efectuar todos los estudios pertinentes y las necesarias consultas entre la Santa Sede y el gobierno de Cuba, el Papa Francisco y la diplomacia vaticana decidieron que la visita a la isla caribeña se debe concretar en el marco del viaje que el Papa hará a los Estados Unidos en septiembre. Resulta útil, entonces, centrar algunas cuestiones que explican y dan un sentido profundo a esa decisión. Son varias y todas ellas importantes.

1. Poner fin a un silencio recíproco que ha durado más de medio siglo.

El primer tema que se plantea, y que probablemente es decisivo, se refiere al Acuerdo para la normalización de las relaciones diplomáticas entre La Habana y Washington –interrumpidas hace más de medio siglo- que fue anunciado por Barak Obama y Raúl Castro el pasado 17 de diciembre. Dicho Acuerdo, como dijeron ambos jefes de gobierno en sus respectivos discursos, fue posible gracias a la participación y el estímulo del Papa Francisco. Pero no es lo único.

La fase final del Acuerdo, la más delicada, se pudo concretar por la aportación de la diplomacia vaticana, que cobijó bajo la cúpula de San Pedro los encuentros secretos de las dos delegaciones, a fines de 2014. Las reservadísimas conversaciones, facilitadas por el Gobernador de Canadá, habían comenzado en el mes de junio, precisamente después que el Papa alentara al Presidente Obama a buscar con decisión un acercamiento (27 de marzo de 2014), seguido por dos cartas por separado, a principios del verano pasado, al presidente cubano Raúl Castro y al estadounidense Barak Obama, donde exhortaba a ambos líderes a procurar relaciones más estrechas entre los dos países. Esta valiente iniciativa, de hecho “comprometió” el apoyo del Papa en todas las fases sucesivas, por lo menos hasta el intercambio de embajadores entre las dos naciones y el final del odioso e inútil embargo contra la isla.

En esa última y delicada fase nada debe quedar en el tintero del intrincado laberinto diplomático, y las intenciones fundamentales se deben traducir en medidas y propuestas concretas. El 12 de enero pasado el Papa, en su discurso al Cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede, hizo referencia al Acuerdo: “Un ejemplo que aprecio particularmente de cómo el diálogo puede verdaderamente edificar y construir puentes es la reciente decisión de los Estados Unidos de América y Cuba de poner fin a un silencio recíproco que ha durado medio siglo y de acercarse por el bien de sus ciudadanos”.

Es muy probable que el Papa hable con Obama sobre este Acuerdo el 23 de septiembre durante su visita a la Casa Blanca, y por lo tanto parece natural, oportuno y necesario que pueda hacer lo mismo con la contraparte, Raúl Castro, en La Habana. Las  visitas a Washington y La Habana adquieren así un caracter relevante y refuerzan el rol del Santo Padre, que en estos hechos ha actuado como “puente” con “discreción, coraje y prudencia”, como dijo el cardenal cubano Jaime Ortega. En este momento el Santo Padre no es solo un interlocutor de Cuba y de Estados Unidos, también es “tercer” interlocutor en un Acuerdo entre dos países que reconocen que es necesario cambiar de ruta después de años de guerra abierta o encubierta. Nadie más, en este último medio siglo, se ha encontrado en la privilegiada posición de ser respetado y escuchado por las dos partes, como ocurre con Francisco. Él ha comprendido que se trata de una circunstancia única, histórica, y no la ha dejado escapar. Y desea honrarla hasta las últimas consecuencias.

2. Poner fin a un embargo inútil e injusto

El Papa Francisco, al igual que sus predecesores y los obispos cubanos y estadounidenses, es consciente de cuánto mal ha causado al pueblo cubano el embargo de Washington y conoce cuánto dolor, atraso y pobreza ha provocado esta medida unilateral estadounidense, varias veces condenada por Juan Pablo II y Benedicto XVI. Seguramente el Papa considera que el embargo debe ser derogado lo antes posible –el mismo Obama lo definió “inútil e ineficaz”- porque durante décadas ha afectado a todo un pueblo, al que le fue negado, por razones ideológicas y políticas, el derecho al desarrollo, al crecimiento material y al bienestar. En el pensamiento del Papa, varias veces explicado e ilustrado, precisamente estos sufrimientos son los que luego generan violencia, cerrazón y aislamiento. En la carta a la VII Cumbre de las Américas, Francisco afirma: “Me gustaría manifestarles mi cercanía y aliento para que el diálogo sincero logre esa mutua colaboración que suma esfuerzos y supera diferencias en el camino hacia el bien común. Pido a Dios que, compartiendo valores comunes, lleguen a compromisos de colaboración en el ámbito nacional o regional que afronten con realismo los problemas y trasmitan esperanza.  Hay ‘bienes básicos’, como la tierra, el trabajo y la casa, y ‘servicios públicos’, como la salud, la educación, la seguridad, el medio ambiente, de los que ningún ser humano debería quedar excluido”. El embargo contra Cuba ha tenido el efecto de perjudicar todos esos “bienes básicos” esenciales para la vida, cuyo valor es sagrado.

3. La “plena ciudadanía” de la Iglesia en Cuba

Una eventual visita del Papa a Cuba (la tercera de un Pontífice desde 1998) debería tener también un efecto decisivo agitando las “aguas quietas” de una situación muy particular: una Iglesia que existe, que tiene peso, que cumple un rol de relevancia nacional (si pensamos en sus gestiones que llevaron a la liberación de todos los presos políticos, por ejemplo), pero que jurídicamente no tiene ningún estatus. Es una existencia de hecho y está protegida solo por el derecho a la libertad religiosa, de culto y de fe que garantiza la Constitución, pero en realidad, en cuanto a leyes y reglamentaciones que garanticen la efectividad de este derecho, la Iglesia cubana desde hace más de cincuenta años vive en una situación de “indeterminación jurídica”. Hace ya varias décadas que la Iglesia Católica y las otras Iglesias se relacionan con el Estado y con el Gobierno a través de la Oficina para los Asuntos Religiosos del Partido Comunista, como si fueran, aunque especiales en cierto sentido, simples ONG. En los últimos años el Presidente del Episcopado, mons. Dionisio García, arzobispo de Santiago de Cuba, y el arzobispo de La Habana, cardenal Jaime Ortega, han logrado superar este embudo y comunicarse directamente con el Presidente Raúl Castro. Sin embargo las “partes”, Iglesia y Estado-Gobierno, ya hace tiempo que son conscientes de que se trata de una situación insostenible, y que es necesario modificarla buscando instrumentos jurídicos adecuados, y no solo para los católicos. La cuestión es muy delicada porque plantea al Estado y al Partido Comunista desafíos sustanciales en relación con los derechos que hoy la Iglesia en Cuba no tiene o que están muy limitados administrativamente, o bien que se conceden solo en determinadas circunstancias. El proyecto de “Ley de Cultos” (2013), que proponía un único cuerpo legal para todas las iglesias, no fue del agrado de la jerarquía católica local porque se consideró que “terminaría sancionando una igualdad rígida y débil”. Por eso la Iglesia Católica prefiere Acuerdos o Convenios con cada una de las confesiones religiosas, los únicos instrumentos que pueden “respetar la naturaleza institucional de cada credo religioso” tomando en cuenta su historia, su tradición, su organización interna y su misión específica. El debate todavía se encuentra abierto y resulta alentador el hecho de que se habla del tema sin tabúes, timideces o sospechas. El Papa Francisco podría acelerar este proceso, como ya lo hicieron Juan Pablo II y Benedicto XVI en otros ámbitos.

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