Cuando visite Ciudad Juárez (Estato de Chihuahua) el 17 de febrero, en la frontera con Estados Unidos, el Papa se encontrará en el corazón de la “Lampedusa de América”, que muchos expertos, organismos internacionales y analistas consideran la más violenta del mundo. En efecto Ciudad Juárez, pese a la honestidad de la inmensa mayoría de sus habitantes (más de 1.300.000), es un mortífero amasijo de violencias de todo tipo, relacionadas sobre todo con la espeluznante trata de seres humanos y la igualmente espantosa realidad de los feminicidios masivos.
Los feminicidios masivos. Ciudad Juárez se encuentra a orillas del Río Grande, frente a la ciudad texana de El Paso y, de hecho, las dos ciudades forman una única área metropolitana binacional de aproximadamente dos millones y medio de habitantes (la mayor área metropolitana binacional después de Tijuana-San Diego). Esta ciudad, la quinta de México y centro industrial en fuerte desarrollo, desde hace muchos años ocupa los titulares de la prensa no solo por la dramática cuestión de los migrantes que desde América Latina tratan de entrar a Estados Unidos (muchas veces con la ayuda de bandas criminales del narcotráfico, del tráfico de armas o de la delincuencia común). También y sobre todo la publicidad se debe a una oleada de feminicidios misteriosos que desde 1994 le ha costado la vida a más de 500 mujeres. Un fenómeno idéntico se registra en otros puntos del Estado de Chihuahua y las cifras son siempre de muchas decenas. Lo que resulta más impresionante en toda esta historia es la joven edad de las víctimas (entre los 13 y los 27 años) y la casi total indiferencia del Estado respecto de lo que diversas asociaciones de mujeres no dudan en definir como genocidio de género.
Hace años que realidades como “Justicia para nuestras hijas” luchan para encontrar la verdad y denunciar a las autoridades locales por mal desempeño y falta de atención a la resolución de los casos. En muchas oportunidades las fuerzas policiales están involucradas con la criminalidad organizada y no investigan cuando las víctimas son de baja extracción social, como es el caso de las mujeres de Ciudad Juárez desde hace veinte años. La visita del Papa Francisco a esa realidad tendrá sin duda como objetivo expresar la cercanía de la Iglesia a las familias de las víctimas y a las instituciones que están haciendo todo lo posible para aclarar estos hechos; pero también para apremiar a las autoridades a fin de que demuestren la voluntad de detener esta masacre de inocentes.
La trata de los “coyotes”. Ciudad Juárez es tristemente famosa por ser uno de los principales centros de la actividad de los “coyotes” (mano de obra de los cárteles de la narcoguerra). Son los delincuentes que se encargan de gestionar la trata de seres humanos, sobre todo de miles de latinos (mexicanos, centroamericanos y sudamericanos) que todos los días y por todos los medios intentan cruzar la frontera para entrar a Estados Unidos a través de la barrera-muro, peremnemente en construcción desde 2006, para sumarse al nutrido ejército de clandestinos e ilegales. El fenómeno se extiende en realidad a lo largo de 3.200 kilómetros de frontera común que separa México y Estados Unidos, y en gran medida la hostilidad estadounidense contra los migrantes, hasta el punto de considerar la cuestión como una defensa contra la criminalidad organizada (lo que en parte es cierto) se explica precisamente por la presencia de los “coyotes”.
Una exhaustiva investigación del Congreso mexicano habla de “migraciones internacionales desde México”, expresión que trata de dejar en claro que este fenómeno no se refiere solo al intento de ciudadanos mexicanos de cruzar la frontera. El éxodo es mucho mas amplio y complejo porque involucra ciudadanos de toda América del Sur, Central y del Caribe. No existen cifras confiables, todas las estadísticas son parciales y casi siempre tienen un origen unilateral. El único dato cierto es el que cualquiera puede ver, por ejemplo, en Ciudad Juárez, sobre todo en las cercanías de las alambradas metálicas o en otros puntos del límite entre los dos países. Todos los días se ven cientos de personas que intentan “perforar” la frontera y el que lo logra encontrará del otro lado a los “coyotes” (o polleros) con sus tarifas. El que puede pagar para que lo guíen, seguir una ruta segura y escapar del control de la policía USA, simplemente paga; el que no puede pagar, que es la mayoría, “pagará” de otra forma, convirtiéndose en víctima del tráfico de la narcoguerra (armas, droga, prostitución, etc.). Y las víctimas más débiles son los “niños invisibles”, los menores no acompañados –miles cada año- sobre los cuales no se sabe nada con verdadera certeza.
El 22 de enero pasado el Papa Francisco respondió en una entrevista numerosas preguntas de mexicanos con motivo de su próximo viaje al país, e hizo esta reflexión: “ Violencia, corrupción, guerra, niños que no pueden ir a la escuela por sus países en guerra, tráfico, fabricantes de armas que venden armas para que las guerras en el mundo puedan seguir…: más o menos éste es el clima que hoy vivimos en el mundo, y ustedes están viviendo su pedacito, su pedacito de “guerra” entre comillas, su pedacito de sufrimiento, de violencia, de tráfico organizado. Si yo voy ahí, es para recibir lo mejor de ustedes y para rezar con ustedes, para que los problemas de violencia, de corrupción y todo lo que ustedes saben que está sucediendo, se solucione, porque el México de la violencia, el México de la corrupción, el México del tráfico de drogas, el México de los carteles, no es el México que quiere nuestra Madre, y, por supuesto que yo no quiero tapar nada de eso. Al contrario, quiero exhortarlos a la lucha de todos los días contra la corrupción, contra el tráfico, contra la guerra, contra la desunión, contra el crimen organizado, contra la trata de personas. “Que nos traiga un poco de paz”, decía alguno de ustedes. La paz es algo que hay que trabajarla todos los días, es más -yo diría una palabra que parece una contradicción-, ¡la paz hay que pelearla todos los días!, hay que combatir todos los días por la paz, no por la guerra. Sembrar mansedumbre, entendimiento, sembrar paz. San Francisco rezaba: “Señor, hacé de mí un instrumento de tu paz”. Quisiera ser en México un instrumento de paz, pero con todos ustedes. Es obvio que solo no puedo, sería una locura si yo dijera eso, pero junto con todos ustedes, puedo ser un instrumento de paz. Y, ¿cómo se amasa la paz? La paz es un trabajo artesanal, un trabajo de todos los días que se amasa con las manos, desde cómo educo yo a un chico, hasta cómo acaricio a un anciano, son todas semillas de paz”.