LA HERENCIA DE UN HOMBRE JUSTO. Fue el primer presidente democrático después de la dictadura de Pinochet. Quiso aplicar a la política el pensamiento socialcristiano del posconcilio.

Patricio Aylwin
Patricio Aylwin

El lunes falleció en Santiago de Chile, a los 97 años, el ex presidente de Chile, Patricio Aylwin, cerrando así una etapa fundamental de la historia del pensamiento socialcristiano en América Latina. La biografía humana y política de Aylwin, a quien conocimos en 1962 y con quien trabajamos hasta 1973, es un resumen del proceso de gestación de este pensamiento que ha dejado, para bien o para mal -con el nacimiento del primer Partido Demócrata Cristiano de América Latina (1935-1957 “Falange Nacional” primero y Democracia Cristiana después), liderado por Eduardo Frei y Bernardo Leighton-, una herencia profunda e indeleble, y no solo en Chile. De esa experiencia, que llegó al gobierno con Eduardo Frei entre 1964 y 1970, nacieron después otras experiencias socialcristianas fuertemente inspiradas en la filosofía política de Jacques Maritain y Emmanuel Mounier, y obviamente en la Doctrina Social de la Iglesia, en diversos países de la región. En Venezuela, la Democracia Cristiana gobernó con dos dirigentes: Rafael Caldera (1969-1974 /1994-1999) y Luis Herrera Campins (1979-1984), y en El Salvador con Napoleón Duarte (1984-1989).

“Don” Patricio Aylwin pertenecía a esa segunda generación de líderes socialcristianos que encabezó la dirigencia de este pensamiento político después de los fundadores; una generación que debió afrontar un período histórico desgarrador para América Latina, porque no habían terminado todavía las turbulencias que produjo el Concilio Ecuménico Vaticano II en el mundo católico cuando aparecían ya las primeras graves señales del militarismo golpista, inspirado en la funesta Doctrina de seguridad nacional (derrocamiento del presidente brasileño João Goulart, depuesto por los militares el 1º de abril de 1964). Los socialcristianos latinoamericanos, entre el capitalismo y la dependencia periférica de Estados Unidos, supieron encontrar un camino distinto y prometedor, la “Revolución en libertad” de Frei, la “tercera vía”, entre la economía salvaje de mercado a cualquier precio y la revolución cubana de Fidel Castro, que se definía y consideraba marxista y totalitaria. Los socialcristianos latinoamericanos, sin embargo, no fueron capaces de hacer lo mismo cuando el capitalismo y la hegemonía estadounidense se transformaron en militarismo pagano y totalitario. Durante muchos años el socialcristianismo, fuertemente anticomunista, se rindió a la militarización golpista, extrema y feroz defensa del capitalismo imperialista que durante décadas se impuso desde México hasta la Patagonia, con absoluta arbitrariedad y sin ningún contrapeso, salvo Fidel Castro.

En este contexto los socialcristianos debieron pagar el precio, altísimo y doloroso, del silencio frente a las violaciones de los derechos humanos y todo tipo de aberraciones contra la dignidad humana. Así le ocurrió al mismo Patricio Aylwin, que fue un convencido defensor del golpe de Pinochet contra Salvador Allende (1973). Con él compartimos en Roma los primeros días de octubre de 1976, en ocasión de su dramática visita para acompañar al ex vicepresidente chileno Bernardo Leighton, víctima, junto con su querida esposa Anita, de un atentado dispuesto por Pinochet y ejecutado después por terroristas estadounidenses. Chilenos, italianos y cubanos tuvimos largas horas para hablar en los corredores de Neurocirujía del hospital San Juan. Nos habíamos visto por última vez en Santiago, seis días antes del golpe del 11 de septiembre de 1973.

Aylwin era un hombre y un político honesto, íntegro, sincero y directo, y por eso no dudó en reconocer sus errores, los de la Democracia Cristiana, junto con los otros, gravísimos, de Salvador Allende y los partidos que apoyaron su gobierno. “Nos encontramos en esta terrible situación” -Pinochet gobernaba con puño de hierro desde hacía tres años- “porque hemos sumado los errores de unos y otros, y tendrán que pasar muchos años para remediarlo”. Y así fue. Pero no solo eso: muchos años después, en 1990’, “Don” Patricio fue elegido primer presidente democrático de Chile después de la dictadura de Pinochet, y su gobierno de cuatro años fue una obra maestra de verdadera y auténtica restauración democrática. En el ala de Neurocirujía del San Juan nuestra conversación había terminado con una frase suya: “Ya verán, tarde o temprano volveré a llevar al país hacia sus nobles y antiguas tradiciones democráticas”.

Almorzamos con “Don” Patricio Aylwin en abril de 1991, en la embajada de Chile ante el Quirinale, después de la cálida audiencia con Juan Pablo II. Se sentía muy alentado por las palabras del Papa, que en un complejo discurso había fundamentalmente dado un gran respaldo a su gobierno de restauración democrática, e insistía en recordar también el discurso de Karol Wojtyla a los partidos de la oposición a Pinochet (él estaba presente) en ocasión de la visita que hizo al país el Papa polaco en 1987. Para Aylwin este encuentro, al que también fueron admitidos los partidos de la izquierda, incluso los comunistas, fue decisivo para poner en marcha el cambio democrático que llevó luego a la derrota política y no violenta de Augusto Pinochet. De este complejo y todavía desconocido proceso,  Aylwin fue el principal artífice y líder.

Con la desaparición de Patricio Aylwin, en uno de los momentos más críticos de la post-dictadura para Chile, el país pierde una gran figura humana y política; un verdadero gran estadista que a la firmeza de sus convicciones -que solía resumir como “camino propio, tercera via”- supo, con coraje y generosidad, unir la capacidad de autocrítica y un sentido profundo del diálogo y del encuentro.

De sus errores y de sus intuiciones, de su generosidad y de su compromiso, muchos cristianos chilenos, incluso en desacuerdo, aprendieron mucho. Ahora será recordado como uno de los grandes de Chile y de América Latina. Un honor más que merecido, porque constituye un verdadero ejemplo.

Torna alla Home Page