La entrevista que concedió el pasado 28 de junio el Papa Francisco a Joaquín Morales Solá, del histórico e influyente diario “La Nación” – persona que conoce desde hace más de veinte años – y que se publicó ayer domingo 3 de julio, está fundamentalmente centrada en hechos y cuestiones argentinos, algunos de los cuales varias veces, en estos meses, dieron origen a polémicas sobre su persona y su ministerio. Estas polémicas, e incluso ataques, que muchos consideraron “brutales”, desembocaron en los últimos días en diversos actos, gestos y palabras de denuncia y de solidaridad con el Papa. Y ya antes había intervenido también el director de la Sala de Prensa de la Santa Sede para hacer algunas aclaraciones. Ahora, las diferentes y articuladas respuestas del Papa a “La Nación” dejan en claro de manera inequívoca las intenciones, los propósitos y las motivaciones del Santo Padre en numerosas situaciones (sobre todo en el caso de las audiencias) que durante meses una parte del mundo de la política y de la prensa argentina han manipulado e instrumentalizado en función de intereses sectoriales. Estas respuestas, puntuales y razonadas hasta en los menores detalles, deberían servir – es lo que todos esperan y no solo en la Argentina – para poner punto final a estos comportamientos que ofenden no solo a Francisco sino a todos los católicos. Se habían superado los límites de la decencia y, sin duda, los políticos y los medios responsables y protagonistas de estas operaciones habían entrado a participar del “patético afán”, como hubiera dicho Jorge Luis Borges.
Entre las diversas aclaraciones que incluye la conversación, pese a no ser necesarias, hay una muy importante porque se refiere a una cuestión que muchas veces ha servido como detonante de polémicas y fantasías: los autonombrados voceros o intérpretes del pensamiento del Pontífice, personas que a partir de un mail o de una llamada telefónica que recibieron, o de una conversación con Francisco, creyeron que podían presentarse como la “voz argentina” del Papa Bergoglio. La respuesta del Santo Padre a Joaquín Morales Solá ha sido contundente: “Hay mucha confusión sobre mis voceros en la Argentina. Hace unos dos meses, la oficina de prensa del Vaticano informó oficialmente que esa dependencia es el único vocero del Papa. No hay más voceros, en la Argentina o en cualquier otro país, que los voceros oficiales del Papa. ¿Es necesario repetirlo? Lo repito entonces: la oficina de prensa del Vaticano es el único vocero del Papa. Mientras en este ámbito es seguro que los efectos de la entrevista al Papa serán definitivos y positivos, aunque no se puede excluir que aparezca algún otro fanfarrón, no parece que el resultado vaya a ser igualmente rápido en el caso de otro asunto que también estuvo en el centro de las manipulaciones en estos meses: las audiencias del Santo Padre. En ciertos ambientes argentinos, en base a lógicas internas de poder, influencia y consenso típicos de un país en perenne campaña electoral, no será fácil hacer desaparecer el hábito de juzgar los actos del Papa según el nombre y el cargo de la persona que recibe en Santa Marta. No pocos, en el intento de escalar posiciones en la opinión pública, creen que sea correcto y legítimo zarandear a Francisco adjudicándole, sin que él lo sepa, apoyos o rechazos.
Lo más importante por ahora es que el juego ha quedado al descubierto y difícilmente puede seguir siendo eficaz. Es evidente que no se trata de afirmar que el Papa no puede ser criticado, todo lo contrario. Las críticas contra el Pontífice, si son respetuosas, argumentadas y nobles, son siempre bienvenidas. Lo dijeron explícitamente Pablo VI, Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco. Lo que no es correcto ni legítimo son las “adjudicaciones”, sin que él lo sepa. El Papa Francisco no tiene miedo de la crítica y conoce muy bien – y lo comparte plenamente – un pensamiento del entonces cardenal Joseph Ratzinger, expresado en la homilía que pronunció el 10 de agosto de 1978, cuatro días después de la muerte del Papa Pablo VI, en la catedral de Munich. El futuro Benedicto XVI dijo entonces textualmente: “Pablo VI desempeñó su servicio por fe. De allí derivan tanto su firmeza como su disponibilidad al compromiso. Por ambas ha debido aceptar críticas, e incluso en algunos comentarios después de su muerte no ha faltado el mal gusto. Pero un Papa que hoy no recibiera críticas, fracasaría en su tarea ante este tiempo. Pablo VI resistió a la telecracia y a la demoscopia, las dos potencias dictatoriales del presente. Pudo hacerlo porque no tomaba como parámetro el éxito y la aprobación, sino la conciencia, que se mide según la verdad, según la fe. Es por eso que en muchas oportunidades buscó el acuerdo: la fe deja mucha apertura, ofrece un amplio espectro de decisiones, impone como parámetro el amor, que se siente en obligación con el todo y por lo tanto impone mucho respeto. Po eso pudo ser inflexible y decidido cuando lo que estaba en juego era la tradición esencial de la Iglesia. En él esta dureza no derivaba de la insensibilidad de aquel cuyo camino está dictado por el placer que ofrece el poder y el desprecio de las personas, sino de la profundidad de la fe, que lo hizo capaz de soportar las oposiciones”.