La crónica internacional nos ha acostumbrado a los reportajes más o menos detallados sobre la escalada de violencia que ya arrasa irremediablemente algunos países y enteras regiones del continente latinoamericano. Una violencia que nace y se difunde sobre todo a partir de la producción de droga, que en las últimas décadas ha construido la fortuna de numerosas familias de la mala vida, y cada vez tiene más poder para influir en una clase política corrupta e imponer su dominio sobre el territorio al precio de ríos de sangre.
No son muchas en cambio las investigaciones para profundizar lo que a todos los efectos es “la otra cara de la medalla” de este fenómeno, vale decir la comercialización de la droga que producen los cárteles latinoamericanos. Parece una banalidad decirlo, pero si los poderosos señores de la droga de América Central y meridional no pudieran contar con una red de personas de confianza (muchas veces insospechables) y de organizaciones criminales que lucran con el fruto de sus esfuerzos en los mercados de medio mundo, empezando por Estados Unidos, países como México, Brasil, Jamaica y Honduras probablemente vivirían tiempos de mayor tranquilidad.
Es lo que afirma el reportero británico Ioan Grillo, autor de un importante libro-investigación sobre el narcotráfico en México (El narco. En el corazón de la insurgencia criminal mexicana, 2012). En mayo, la revista mexicana Letras Libres publicó un artículo que sintetiza algunos de los aspectos más destacados de su investigación. Significativamente, el artículo comienza con el encuentro del autor con un narcotraficante estadounidense en una librería de El Paso, una de las ciudades más seguras de Estados Unidos, a muy pocos kilómetros de Ciudad Juárez, que es en cambio una de las ciudades más violentas de México. El retrato que hace Grillo muestra a un tranquilo y respetable señor de sesenta y tantos años, de Nueva York, cuya carrera en el comercio de estupefacientes comenzó en los tiempos de la universidad, en Nuevo México, cuando un compañero de dormitorio –a través de su primo- le consiguió marihuana a 40 dólares el kilo, contra los 300 que valía esa cantidad en Nueva York. Así comienza una trayectoria que a través del tiempo lleva a Roberto (como Grillo lo llama en el artículo) a relacionarse con un número cada vez mayor de clientes y con productores cada vez más aguerridos, además de la Drug Enforcement Administration (DEA), que le hace pasar diez años en la cárcel.
En el encuentro con el periodista, Roberto no oculta cierto pesar por la forma en que ha cambiado el narcotráfico en América Latina. Los que pocas décadas atrás eran simples contrabandistas se han transformado en capos de poderosos cárteles, cuyos ejércitos personales – formados por asesinos sin escrúpulos – controlan con puño de hierro las comunidades locales. Por otra parte también es cierto que gracias a personas como él, comenta Grillo, algunas organizaciones criminales pudieron adquirir el poder que ahora tienen. Un poder que sigue las dinámicas propias de la globalización. En este sentido el autor se interroga sobre las razones por las cuales los cárteles de la droga se han impuesto casi simultáneamente en varios países latinoamericanos, dando a entender que existe una red mucho más amplia de relaciones transnacionales que unen América Latina y Estados Unidos, Europa, Asia y Australia. Dentro de este network, el Caribe parece haberse convertido en los últimos años en uno de los hub más importantes, sobre todo para los cárteles mexicanos y colombianos, que tienen cada vez más dificultad para comerciar la droga a través de la frontera entre México y Estados Unidos. El resultado lo presenta Grillo en la segunda parte del artículo, donde describe cómo se ha sumido Jamaica – que antes era famosa sobre todo como destino turístico de lujo – en una espiral de violencia resultante de una alianza perversa entre la política y el narcotráfico.
Versión completa en español en Letras Libres
El nuevo orden criminal en América