Muchas llamas de resistencia, autonomía y rebeldía contra las iniquidades del capitalismo neoliberal. Así las llama el Ejército Zapatista de Liberación Nacional, con las mismas palabras que usaba su comandante armado con un pasamontañas negro. Fueron convocadas del 9 al 14 d octubre para el Quinto Congreso nacional indígena en la ciudad de San Cristóbal de las Casas. Uno de los primeros obispos de esa pequeña ciudad del Estado de Chiapas, situada entre las montañas de la Sierra Madre, fue nada menos que el fraile dominico Bartolomé de las Casas, que pasó a la historia con el título de defensor de los indígenas.
Toda una respuesta para los que se preguntan qué fue del movimiento zapatista que a mediados de los ’90 hizo temblar al gobierno mexicano de Ernesto Zedillo. Al contrario de lo que muchos suponen, goza de excelente salud, afirman los directos interesados a quienes viajan a la selva de Lacandona para visitarlos. Solo se convirtió en un río subterráneo que desapareció de la vista de los medios que lo mimaban y ahora subió de nuevo a la superficie, reconquistando los pueblos indígenas del Chiapas meridional ya no con las armas sino a fuerza de buen gobierno.
La invitación al encuentro de octubre está dirigido a “las autoridades y representantes directos de los pueblos, naciones, tribus, barrios, comunidades y organizaciones indígenas”, es decir, todo el microcosmos completo, que el movimiento zapatista congrega y centrifuga en el territorio que se autogestiona desde hace más de veinte años con un trabajo, dice el comunicado de convocatoria al congreso, “de reconstitución integral de nuestros pueblos”.
No faltan críticas y acusaciones contra el enemigo: “mientras nosotros tejemos la vida, el capitalismo dibuja y configura sus propios territorios de muerte, encimados a los nuestros, en todos los rincones de nuestro dolido país México”. Para el movimiento zapatista el enemigo tiene el rostro de “los territorios mineros, de los cárteles de la delincuencia organizada, agroindustriales, territorios de partidos políticos, urbanizables, de conservación donde no caben los pueblos originarios y cualesquier nombre con que lo impongan este sistema y los malos gobiernos que lo obedecen”
El levantamiento zapatista comenzó el primero de enero de 1994 en Chiapas, la región mexicana que limita con Guatemala. Los enfrentamientos duraron doce días con un saldo de 300 muertos, la ocupación de siete municipios y cuatro cárceles. El 12 de enero se hizo el alto el fuego y comenzó una prolongada negociación con el gobierno del presidente Salinas de Gortari que terminó en 1996 con los acuerdos de San Andrés. Los acuerdos otorgaron un alto grado de autonomía a unos cincuenta municipios indígenas del Estado de Chiapas que hoy están gobernados por “juntas zapatistas de buen gobierno”. Uno de los beneficios obtenidos por las poblaciones administradas por las juntas zapatistas es la propiedad de tierras que son trabajadas en forma comunitaria o privada por campesinos que antes eran peones de los terratenientes de la zona. Por esa razón resulta necesario actualizar y relanzar el movimiento en la nueva fase histórica, que es el objetivos de los cinco días de octubre en los que se desarrollarán encuentros públicos “como los de la inauguración y de la clausura, a los que están invitados también los periodistas” – aclara el comunicado – y otros a puertas cerradas, reservados para los miembros, los simpatizantes y los militantes.