LOS ESCRITORES Y LA PELOTA. A pocos días de la final de la Copa del Mundo 2014, vuelven viejos desprecios y renovadas pasiones

Borges y la tríada del momento
Borges y la tríada del momento

La gente de Buenos Aires todavía recuerda aquella tarde fatídica de 1978, cuando Jorge Luis Borges organizó una conferencia sobre el tema de la inmortalidad. Lástima que ese 25 de junio no era un día cualquiera, sino nada menos que la fecha de la final del Mundial entre los locales de la Selección argentina y los naranjas de Holanda. ¿Un estruendoso “gol en contra” (hay que decirlo) del famoso autor de “Ficciones”? De ninguna manera: Borges estaba perfectamente al tanto del partido y con ese gesto provocatorio sencillamente quería expresar todo su desprecio por “el juego más hermoso del mundo”, según la opinión casi unánime al respecto.

En efecto, no todos –aunque en estas horas vibrantes parece casi imposible- son hinchas fanáticos, dispuestos a no perderse ni siquiera un partido de su Selección. Efectivamente, aquella tarde en Buenos Aires se llenaron tanto el estadio como la biblioteca donde dictaban la conferencia. “El fútbol es popular porque la estupidez es popular” sentenció el escritor con su habitual ironía. Borges rechazaba sobre todo el espíritu competitivo que es la base del juego. Comparaba ese aspecto con la opresión que el gobierno ejercía sobre la gente: “La idea de que haya uno que gane y que el otro pierda me parece esencialmente desagradable. Hay una idea de supremacía, de poder, que me parece horrible”.

El escritor argentino es solo el exponente más ilustre de una tradición de intelectuales que despreciaban el fútbol y que se remonta al inglés Kipling. Como diría otro famoso autor e hincha empedernido, el uruguayo Eduardo Galeano: “¿En qué se parece el fútbol a Dios? En la devoción que le tienen muchos creyentes y en la desconfianza que le tienen muchos intelectuales”. ¿Desconfianza que se puede atribuir a simple esnobismo, o hay algo más? Tal vez –arriesgamos- haber jugado en la juventud hace que el fútbol resulte menos indigesto cuando ellos mismos llegan a ser autores reconocidos. Incluso Premio Nobel. Es el caso de Albert Camus, que de joven era un excelente arquero (su carrera deportiva se interrumpió muy pronto por la tuberculosis), y fue uno de los primeros en conferirle cierta dignidad literaria al juego. El autor de “El extranjero” dejó frases que se hicieron famosas –y muy ciertas, habría que decir en estos días-, como “Patria es la selección nacional de fútbol“, o “Todo lo que  con mayor certeza sobre la moral y las obligaciones de los hombres se lo debo al fútbol“. Pier Paolo Pasolini cuando era muchacho también jugaba como lateral derecho y nada mal, y afirmó que “el goleador del campeonato siempre es el mejor poeta del año”.

Pero la tierra que probablemente ha visto los ejemplos más fecundos de la literatura futbolística es justamente América Latina. En “Fútbol. Una religión en busca de su dios”, el catalán Manuel Vázquez Montalbán formula agudas observaciones sobre la relación entre el fútbol y la literatura: “Fueron sobre todo los autores latinoamericanos los que transformaron el fútbol en una moderna forma de épica. Y de la misma manera que países como Brasil y Argentina exportan jugadores a todas partes, la épica futbolística de autores como Eduardo Galeano y Osvaldo Soriano cruzaron las fronteras de todo el mundo. Estos escritores han sabido presentar el fútbol por lo que realmente es, vale decir, una forma de arte popular. En ellos hay una naturalidad, una sencillez de la que carecen completamente los escritores europeos. Que en efecto, en su intelectualismo, siempre han despreciado el fútbol”.

Quizás la razón se debe a que, como dice Galeano, “los escritores latinoamericanos somos futbolistas frustrados”. Enamorado del juego, a tal punto que durante los Mundiales pegaba un cartel en la puerta de su casa que decía “Cerrado por fútbol”, el escritor uruguayo no evita, a pesar de todo, los aspectos más controvertidos, desde los intereses económicos hasta lo que en “Esplendores y miserias del juego del fútbol” –uno de sus libros más famosos- denomina “la tecnocracia del deporte profesional”, que sacrifica creatividad, inventiva y alegría en el altar del resultado a cualquier precio.

El argentino Osvaldo Soriano, otro jugador que prometía en su juventud y después se convirtió en narrador de improbables partidos protagónicos, rigores interminables y entrenadores filósofos que potenciaban la táctica recurriendo a Schopenhauer, acostumbraba a decir: “En la vida me resultó muy útil haber sido atacante”, haciendo referencia al olfato y a la astucia, a la decisión y el oportunismo, a la sabia evaluación de un toque o de un efecto, a la búsqueda implacable de un tiro decisivo que, por casualidad o por destreza, cambiara el resultado.

Esa síntesis de jugador e intelectual la logró acabadamente un gran ex jugador latinoamericano (no podía ser de otro modo), el argentino Jorge Valdano. El “filósofo del fútbol”, como lo bautizaron, en su libro “Sueños de futbolandia” plantea un paralelismo entre el fútbol y la literatura: son “dos formas de escapar de la realidad”. Y afirma lo que parece una respuesta ideal para todos los intelectuales que arrugan la nariz delante de una pelota: “El juego es más viejo que la cultura. El fútbol es un juego; por tanto, algo terriblemente serio”.

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