HERIDAS DE LA HISTORIA. El rol que tuvo Chile en la derrota argentina en la guerra de las Malvinas-Falkland de 1982

Edwards: “La ayuda que recibimos de Chile fue absolutamente crucial”
Edwards: “La ayuda que recibimos de Chile fue absolutamente crucial”

Las revelaciones del ex militar inglés Sydney Edwards sobre el rol chileno en la derrota de las Malvinas-Falkland se perdieron en la completa indiferencia de los países latinoamericanos que en su momento apoyaron a Argentina. El ex oficial de la RAF, en una entrevista al semanario chileno “Qué pasa”, afirmó que sin la ayuda de Chile, Gran Bretaña “hubiera perdido la guerra”. “Mi opinión personal -y creo que fue compartida por mis jefes del Ministerio de Defensa y la Primer Ministro Thatcher- es que la ayuda que recibimos de Chile fue absolutamente crucial”, declaró. Ni siquiera en Argentina se registró algún tipo de reacción. Quizás porque las revelaciones son tales hasta cierto punto –se sospechaba de la neutralidad chilena ya en los días de la guerra y el rol activo que tuvo quedó confirmado en 2012, cuando se publicaron archivos oficiales que hasta ese momento eran clasificados. O quizás porque no sirve de nada reabrir viejas heridas precisamente ahora que en el gobierno chileno está una socialista como Bachelet, a quien la presidente Kirchner, después del último encuentro bilateral entre ambos países, definió como  “mi amiga y compañera”.

Por otra parte, las débiles reacciones son una lógica consecuencia de la unidad que demostraron los países latinoamericanos durante la asamblea de la Organización de los Estados Americanos (OEA) que se desarrolló el pasado mes de junio. En efecto, en esa oportunidad se aprobó por aclamación (con el único disenso de Canadá) una resolución argentina que solicitaba la reanudación del diálogo entre los países sudamericanos y Gran Bretaña sobre la cuestión de las islas. Sin embargo las revelaciones de Edwards –contenidas en el libro “My secret Falkland war” (Mi guerra secreta de Malvinas), a punto de publicarse en Gran Bretaña- son importantes porque, según el diario inglés The Daily Telegraph, son las primeras que provienen directamente de un protagonista de primer plano en las negociaciones entre los dos gobiernos.

Edwards, de 47 años en la época en que se desarrollaron los hechos, fue elegido para el delicado rol de negociador con la cúpula de la aeronáutica chilena debido a su óptimo conocimiento del castellano ( anteriormente había vivido un tiempo en Madrid) y también por su experiencia como coordinador de operaciones conjuntas de inteligencia con otros países.

Su objetivo era obtener y coordinar el apoyo del gobierno chileno para la defensa británica de las islas del Atlántico Sud. Para ello, debió  contactar al Comandante en Jefe de la Fuerza Aérea Chilena, Fernando Matthei. Desde el primer encuento éste demostró su disponibilidad: “El general Matthei me dio la mano cálidamente. Me ofreció completa colaboración dentro de lo práctico y de lo diplomáticamente posible”, afirma el militar en su libro. Además, “enfatizó la necesidad de mantener el secreto”.

Edwards revela que la cooperación obtenida del jefe de la Aeronáutica y de los altos oficiales chilenos fue mucho más allá de las expectativas. Aunque naturalmente tenía muy claro lo que había detrás de tanta disponibilidad: “El general Matthei era un hombre muy pragmático y era consciente de dos cuestiones clave: que si Chile no nos ayudaba en la guerra, después los argentinos irían derecho a tomar las islas (chilenas, n.d.r.) del Canal de Beagle. Por otra parte, Matthei sabía que ésta era una oportunidad ideal para conseguir armamento, información de inteligencia y otras cosas que normalmente nunca habrían podido obtener”.

Después de recibir documentos falsos, Edwards empezó a desarrollar una intensa actividad entre la embajada británica y las oficinas de la Fuerza Aérea Chilena. Desde allí coordinó el uso de un radar de largo alcance situado en la ciudad chilena de Punta Arenas que permitiría vigilar los movimientos aéreos en las ciudades argentinas de Ushuaia, Río Gallegos, Río Grande y Comodoro Rivadavia. Para Edwards el uso del radar fue fundamental, sobre todo “por los avisos tempranos de ataques aéreos”. El ex oficial considera que esto evitó que hubiera mayor cantidad muertos que los 255 británicos y 649 argentinos que se contaron al final de aquellos 74 días de conflicto.

El rol decisivo de Chile dependió también del permiso para utilizar un aeropuerto del que partieron cinco vuelos de reconocimiento, “importantes –para Edwards- porque sobre ciertos aspectos de las fuerzas argentinas no teníamos mucha información, visto que nunca habíamos pensado que tendríamos problemas con ellos”.

En Londres, mientras tanto, los mensajes cifrados que enviaba se estaban volviendo famosos dentro del restringido grupo de comando. Hasta la “Dama de hierro” los citaba con sus colaboradores. En el libro también hace referencia al dictador chileno Pinochet. Edwards sostiene que nunca habló con él, que nunca se presentó. “Eso fue hecho deliberadamente. Él quería tener una especie de cláusula de escape, para poder negar que tuviera conocimiento de mí”, explica el inglés. “Si cualquier cosa salía mal, él podría decir: fue Matthei, yo no sabía lo que estaba haciendo”.

La guerra terminó el 14 de junio, con la rendición argentina. Edwards recuerda que festejó junto con sus colegas chilenos que “parecían tan contentos como nosotros por la victoria”. Cuando volvió a Londres, fue condecorado con la Orden del Imperio Británico, pero en esa oportunidad, para no levantar sospechas sobre el rol que había tenido el “neutral” Chile, no se hizo ninguna referencia a las Falkland.

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