El 4 de marzo de 1983, en el aeropuerto Augusto César Sandino de Managua –arrancado por los sandinistas al dictador Somoza pocos años antes- fray Miguel D’Escoto no estaba, pero aquel dedo levantado de Juan Pablo II en señal de desaprobación contra el pecho de Ernesto Cardenal, otro fraile y Ministro de Cultura, también apuntaba contra él. El religioso de la congregación de Mariknoll ese día se encontraba “en una reunión en Nueva Delhi”, recuerda el mismo Cardenal. “Solo yo, como miembro del Gabinete, debía estar presente en el recibimiento. De las primeras cosas del Papa cuando pisó suelo nicaragüense fue la humillación pública que me hizo en el aeropuerto enfrente de todas las cámaras de televisión. Aunque no me cogió de sorpresa porque estaba preparado para ello. El Nuncio ya me había advertido que eso podía pasar. El Papa no quería que ninguno de los sacerdotes en el gobierno estuviera recibiéndolo en el aeropuerto. Pero sólo a mí se aplicaba eso.”. Sobre Ernesto Cardenal pesa todavía la suspensión a divinis que emitió el cardenal Ratzinger cuando era Prefecto de la Congregación para la doctrina de la Fe. Pero eso no le preocupa. “A mí no me afecta porque es una prohibición para administrar sacramentos y yo no me hice sacerdote para administrar sacramentos y andar celebrando bautismos y matrimonios, sino para ser contemplativo”. Ernesto Cardenal vive en la comunidad ascética de Solentiname, en Nicaragua, que fundó en los años ’70 con Thomas Merton. ¿Y si el sucesor de Benedicto XVI, ese Papa “revolucionario” que ahora elogia, se la levantara? El “poeta de la Teología de la Liberación”, como lo llaman, no demuestra ninguna emoción. “Me complicaría la vida…”
No es así para D’Escoto. Cuando recibió la noticia de que se había revocado la suspensión, el sacerdote admitió que había llorado aquel 5 de enero de 1985, al leer la orden de retirarse del gobierno sandinista dentro de los siguientes quince días, so pena de suspensión a divinis. Agrega que Dios le concedió la gracia de llevar el peso de la suspensión sin remordimientos y sin rencores, “con mucho amor por la Iglesia”, “sin celebrar la Santa Misa pero viviendo una espiritualidad eucarística”.
Después de treinta años, anciano y enfermo, Miguel D’Escoto ahora podrá hacerlo. El Papa Francisco dio su consentimiento para que sea revocada la suspensión a divinis por haber formado parte del gobierno sandinista de Nicaragua. D’Escoto aceptó la pena desde el principio aunque siguió siendo miembro de la sociedad misionera a la que pertenecía, sin realizar ninguna actividad pastoral. Desde hace años D’Escoto ha abandonado el empeño político y escribió una carta al Papa, manifestando su deseo de “volvera a celebrar la Santa Eucaristía antes de morir”. El Papa Francisco, al responder afirmativamente a su solicitud, dejó a cargo del superior general del Instituto acompañar a su hermano en el proceso de reintegrarse al ministerio sacerdotal.
¿El Papa contradice la doctrina de sus predecesores? ¿Las prohibiciones, las incompatibilidades de aquel momento entre el hábito religioso y el compromiso político directo, ya no son válidas? No. Los tiempos han cambiado. Y D’Escoto también ha cambiado. Le agradeció al Papa, le dijo que había cumplido un deseo que siempre tuvo y declaró que quería celebrar su primera misa con su acérrimo enemigo de otros tiempos, el cardenal de Managua Miguel Obando y Bravo. “Yo le dije, Cardenal, si algún día esto se da, antes de que yo me muera, quiero celebrar mi primera eucaristía con usted, y que me ayude, porque ya se me está olvidando todo, porque en aquel tiempo yo la celebraba (la misa) en Latín”.

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