Los seis reclusos de Guantánamo que Uruguay aceptó recibir, y espera integrar, no son los únicos islámicos que podría acoger la ciudadanía del pequeño país sudamericano. El puñado de ex jihadistas tal vez ya se encuentra en tierra charrúa –la reserva al respecto había sido prevista por el vocero del presidente Mujica- o llegarían sin hacer ruido en los próximos días. A ellos se sumará un buen número de sirios provenientes del Líbano. Se sabe que esta última operación ya está acordada y puesta en marcha. Los candidatos fueron preseleccionados por ACNUR, la Agencia de las Naciones Unidas para los refugiados, y posteriormente entrevistados por los funcionarios del gobierno de Uruguay en su mismo país de origen, Líbano. Ciento veinte están completando las últimas formalidades y dentro de pocos días arribarán al aeropuerto de Montevideo. Otros cuarenta lo harán más adelante, en febrero del año próximo. El acuerdo estipula que se abran las puertas de las fronteras nacionales a 16 núcleos familiares de prófugos de la guerra civil, de los cuales un mínimo del 60 por ciento deben ser niños.
Los 160 designados se sumarán a la tradicionalmente pequeña presencia islámica en este rincón de tierra latinoamericana, el “río donde vive el pájaro” en idioma guaraní. No más de 300, según la “Guía de la diversidad religiosa de Montevideo” publicada por el sociólogo Néstor de Costa en 2008, menos de 0,01% de su reducida población. Es una proporción ínfima si se compara con la comunidad islámica que vive en los dos grandes países limítrofes, Brasil y Argentina, que según la Organización Islámica para América Latina supera los dos millones de musulmanes, dos tercios de los cuales están radicados en Brasil, donde se encuentra la mayor comunidad musulmana de América Latina.
Los primeros árabes llegaron a estas latitudes a principios del ‘900, con la caída del imperio otomano, pero en su mayoría eran cristianos; los de fe islámica que les siguieron se integraron con facilidad en la “Suiza de Sudamérica”, caracterizada por instituciones sociales y políticas rigurosamente laicas. En Montevideo la comunidad islámica no supera las 50 personas y tiene tres puntos de referencia: el Centro Islámico egipcio, el Islam Center Uruguay y la fundación Islam Amigo. Entre ellas hay contactos pero no una coordinación propiamente dicha. Aún así, la llegada de los detenidos de Guantánamo y de los sirios del Líbano es un desafío para una tradición de acogida de prófugos y refugiados que a través del tiempo recibió republicanos en fuga del franquismo, anárquicos de diferentes nacionalidades y antifacistas italianos. Ellos encontraron asilo en este rincón del mundo enclavado entre Argentina y Brasil cuando el clima se había vuelto malsano en sus propias tierras.
La Iglesia ha ofrecido su ayuda para la operación de acogida. La casa donde se alojarán los 160 sirios durante las primeras seis a ocho semanas pertenece a la comundad marista, que con el apoyo de la Organización internacional para las migraciones, recibirá a los prófugos. Por su parte, el Estado proporcionará casa, alimento, un curso de español, formación y trabajo. La Congregación de los Hermanos Maristas no es nueva en su relación con los sirios. Las cartas del religioso Georges Sabé desde la ciudad de Aleppo han sido lectura habitual de sus hermanos uruguayos en los últimos meses, y por eso cuando supieron las intenciones del presidente José Mujica de abrir las puertas a los detenidos y prófugos del torturado país, no dudaron en ponerse a disposición de ellos.

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